Desde que se constituyó el Estado de Guatemala como República, en 1847, hemos tenido cuarenta y tres gobernantes –la mayoría militares–, y desde 1986 el país vive el más prolongado período democrático, hasta llegar hoy, en medio de una convulsión política, a la juramentación de Jimmy Morales como el cuadragésimo cuarto presidente en nuestra historia.
La elección que ganó el año pasado Morales, actor cómico de profesión, fue totalmente atípica, y ello explica por qué un personaje como él, sin trayectoria política, con poco liderazgo y al frente de un partido prácticamente inexistente, obtuviera el voto de un pueblo que se muestra agotado, decepcionado y hasta molesto con la clase política que ha conducido a la Nación durante las últimas tres décadas.
El aún reciente 2015 marcó una especie de alto en el camino, sin llegar a forzar un cambio de rumbo. Como se diría en el argot deportivo, el movimiento ciudadano que con vigor brotó el año anterior colocó a la clase política contra las cuerdas, pero fue salvada por la campana, representada por las elecciones generales, que no pudieron moverse de fecha, por los plazos establecidos en la Constitución de la República.
No hubo más remedio que ir a las urnas con lo que había: trece candidatos presidenciales, casi todos representantes de los mismos partidos políticos repudiados por la ciudadanía. Eso favoreció a Jimmy Morales, quien se presentó como ni corrupto ni ladrón, lo que le bastó para obtener el voto de más de dos millones de guatemaltecos.
Ahora Morales será el cuadragésimo cuarto presidente de la historia y tomará el mando de un país plagado de problemas y situaciones complicadas, hasta explosivas. Si ya el primer año de gobierno se pronosticaba complejo y lleno de retos políticos, judiciales y sociales, en las últimas dos semanas se ha sumado una polarización ideológica que complica todos los escenarios y hará más difícil su gestión.
Es regla común que quienes llegan a gobernar muestren liderazgo en su trayectoria política y/o profesional, el cual sirve, en buena medida, para la integración de los equipos de trabajo, pero especialmente para retener y fortalecer el apoyo popular que se requiere para caminar entre aguas muy agitadas. Es decir que el liderazgo es una herramienta importante –indispensable, en realidad– para gobernar cualquier país, y no se diga uno inmerso en agitación social.
Morales no ha dado hasta el momento muestras sólidas de esa virtud ni de habilidad política. Después de ganar la Presidencia en las urnas, su papel se ha limitado a dar algunas declaraciones, sin aprovechar la transición, para mostrar el tipo de gobernante que tendremos.
En condiciones normales, el rol de un presidente electo es de preparación, pero siendo la situación nacional tan convulsa y con un gobierno de transición débil e inocuo, la oportunidad de mostrar liderazgo nacional resultaba oportuna. Se perdieron varios momentos en los que su palabra o acción pudieron convertirse en luz para la ciudadanía.
Ya lo pasado ha quedado atrás. Ahora Jimmy Morales debe demostrar que es mucho más que un empresario del espectáculo y actor cómico. Debe sacar a relucir todo su liderazgo y actuar con eficacia y prontitud, porque no habrá tiempo de prueba, ni beneficio de la duda. No hay que esperar soluciones de la noche a la mañana, pero sí se quieren ver acciones inmediatas y asertivas.
El gobernante, en realidad, no tiene caudal político propio. Los sectores que lo rodean –empresariales o militares– no lo respaldan a él, sino más bien pretenden utilizarlo y ser influyentes. Por eso es importante que el presidente tenga claro que ya no se debe a sectores particulares, sino que ha recibido el mandato popular para gobernar el país, y debe hacerlo con independencia de intereses, particularmente de los oscuros. Él es el cuadragésimo cuarto presidente de la República. Su éxito o fracaso será también el de Guatemala.
Los pronósticos son más bien tenebrosos. De Jimmy Morales dependerá, en gran medida, el rumbo que se tome…, y ojalá sea en la dirección correcta.