La Educación, otro gran olvidado por la pandemia

Un pueblo sin educación jamás puede alcanzar su desarrollo integral.  Si no educamos hoy, el retraso será más evidente en el futuro. ¿Cómo estamos ahora?

Gonzalo Marroquín Godoy

Antes de la pandemia, Guatemala ya mostraba uno de los peores índices en Educación a nivel de Latinoamérica.  Si para el año 2019 ya era penoso ver los resultados que daban las pruebas realizadas a graduandos de educación media del sector público en lectura y matemáticas –lo básico–, la gran pregunta que nos debemos hacer hora es: ¿Qué ha pasado con la educación durante los últimos dos años?

Este covid-19 ha golpeado demasiado fuerte a Guatemala. Lamentablemente no se han tomado medidas certeras y oportunas para contrarrestar sus efectos, no solo en el campo de salud –el más importante y elemental–, sino que tampoco se ha tenido visión para prever consecuencias negativas en otras áreas, como es el caso la educación pública.

A nivel privado, los colegios han utilizado la tecnología y conectividad existentes para mantener las clases a distancia, pero en el sector público se está viviendo un verdadero desastre silencioso, porque muy poco o nada se ha hecho, se ha dicho y, peor aún, nada se ha planificado con seriedad de cara al futuro.

Yo veo a mis nietas menores operando mejor que muchos viejos –mis compañeros– las famosas tabletas y recibiendo en ellas sus clases y tutorías.  Claro, cuentan con internet residencial y los maestros han sido capacitados para el uso de plataformas especiales para enseñar a los alumnos.

Mi mente se traslada al interior del país, a los pueblos y aldeas en donde la gente trabaja para sobrevivir y no se puede dar el lujo de tener internet residencial, mucho menos, comprar una tableta o disponer de una computadora en el hogar.  Y, estoy seguro, los maestros del sector público ni siquiera han sido capacitados para educar por estos medios modernos.

La educación entonces ha quedado en el abandono y mucho me temo que en la práctica tendremos un mayor retraso por dos años desperdiciados.  Las promociones de bachilleres 2020 y 2021 saldrán aún peor preparados y los resultados y efectos, incluso en la economía, los veremos en el mediano y largo plazo.

La ministra de Educación, Claudia Patricia Ruíz, y el mandamás de esa cartera, el sindicalista Joviel Acevedo, han optado por la estrategia del silencio y perfil bajo.  Calladita te ves más bonita, dice un refrán popular, que se aplica a estos dos personajes.  No abren la boca para anunciar algo bueno, porque nada bueno está ocurriendo en el ministerio o gremio. Solo avisan ahora que las pruebas para medir el nivel de los bachilleres, se vuelve a suspender este año. ¡Ni modo!, así no se refleja su fracaso.

Dos años se han perdido para muchísimos niños guatemaltecos, pero ni siquiera se ha aprovechado el tiempo para hacer planes, preparar proyectos, crear iniciativas y promover las mejoras que tanta falta hacen en el sistema de educación nacional.

La trillada frase de los jóvenes son el futuro del país, se repetía mucho para decir que hay que invertir en la juventud si queremos tener un país próspero y pujante en el futuro.  En vez de eso, la famosa y fracasada clase política, –ahora representada en su esencia por la nefasta alianza oficialista–, lo que hace es cerrar ojos y oídos para ignorar lo que está sucediendo con la educación.

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Sería interesante negociar con las empresas proveedoras de internet que se logre una conectividad, al menos en todas las escuelas y facilitarla al máximo para estudiantes de bajos recursos.  Si no, que el Estado se convierta en proveedor de este servicio que debe ser considerado ya como un bien público indispensable, tanto como el desayuno escolar.

La educación es uno de los derechos básicos que nunca se debe descuidar.  En Guatemala hay presupuesto significativo, pero se dilapida en mejoras salariales a los maestros, sin que de por medio se ponga la calidad educativa. El buen maestro debería ganar más que el maestro mediocre e incumplido.

Sin educación de calidad, estamos condenados a seguir exportando migrantes, a depender cada vez más de las remesas para sostener una falsa macroeconomía sólida y a ser un pueblo subyugado por un sistema político fallido.

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