Era el principio del siglo XX. Guatemala vivía bajo la férrea dictadura de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920), cuando un pequeño grupo de jóvenes ciudadanos planificó un ataque para terminar con la vida del tirano. Su plan no funcionó y solamente provocó una fuerte represión que no terminó hasta que los principales responsables murieron. Esto fue lo que sucedió en el país en 1907.
Redacción de Crónica Cultura
Eran las ocho de la mañana del 29 de abril de 1907, cuando una fuerte explosión rompió con la tranquilidad de la ciudad capital. En pocos minutos la noticia corría en círculos sociales y políticos: habían atentado con una bomba en contra del señor Presidente, Manuel Estrada Cabrera, quien había resultado ileso.
Pero este capítulo de la historia principió a escribirse meses antes en París, la capital de Francia, en donde los hermanos Jorge y Enrique Ávila Echeverría, y Julio Valdés Blanco habían terminado sus estudios universitarios. Allá principiaron a pensar en la forma en que se podría terminar con la opresión que ejercía el presidente guatemalteco.
A su retorno al país en 1906, principiaron a reunirse con jóvenes amigos de familias acomodadas, con quienes compartían tertulias para hablar sobre la situación política del país. Pronto, el tema era la forma en que habría que salir de Estrada Cabrera, quien gobernaba con mano férrea. Su muerte parecía el único camino viable y así nació la conspiración.
A los tres profesionales mencionados se unieron enseguida, entre otros, Baltasar Rodil, Francisco Fajardo, Gustavo Martínez, José Pomés, Rafael Madriñán, y los hermanos Rafael y Felipe Prado Román y Eduardo y Pedro Rubio Piloña. Sus objetivos eran restablecer los derechos individuales y reformar la Constitución, pero antes había que procurar la salida del gobernante.
El plan de la bomba
Desde agosto de ese año, estos jóvenes habían llegado a la conclusión de que tenían que dar muerte a Estrada Cabrera. Su fuerza política y la forma en que limitaban las libertades hacían pensar que no había otra solución. Entonces era necesario definir el cómo.
Los historiadores aseguran que se contemplaron varias opciones: dispararle a quemarropa en una reunión, dispararle a la distancia en la vía pública, y hasta se pensó en un levantamiento militar, pero ello requería que militares se sumaran a la conspiración, lo que resultaba difícil, pues todos sabían que en ello se jugaban la vida.
Pero aparentemente el liderazgo del grupo lo llevaba Enrique Ávila, quien expuso con vehemencia su plan de gran impacto y repercusión. Su propuesta era la de hacer estallar una potente bomba de dinamita al paso del vehículo presidencial, cuando este se dirigiera a algunos de los actos oficiales.
Eso fue lo que se acordó y entonces principiaron los preparativos. La fecha escogida fue el 1 de marzo de 1907, día en que El señor Presidente debía leer un discurso ante la Asamblea Constituyente. El dinero para llevar a cabo los preparativos no fue problema por la posición económica de las familias de aquellos jóvenes.
Se hicieron todos los preparativos y se ubicó frente a qué casa se haría detonar el artefacto. No se tiene claro lo sucedido, pero lo cierto es que no se llevó a cabo el crimen. Sin embargo, los conspiradores no desmayaron y empezaron a pensar en otro momento en el que pudieran llevar a cabo el atentado con la bomba.
Estrada Cabrera solía dar paseos por la avenida La Reforma, lo que les llevó a seleccionar un nuevo lugar. Se obtuvieron dos casas entre la 16 y 17 calles y se trabajó intensamente en la construcción de un túnel que les permitiera colocar el artefacto explosivo y hacerlo estallar a la distancia. Se puso vigilancia permanente a la casa del Presidente para conocer sus movimientos, el recorrido que seguía y demás detalles importantes para que no se volviera a frustrar el atentado.
El vigilante fue Julio Valdés Blanco, a quien apoyaba Rafael Prado. Todos los movimientos estaban calculados, lo mismo que el tiempo que tardaría en llegar al punto de la explosión.
Después de casi dos meses de preparativos, el grupo estaba listo para intentar nuevamente el ataque.
A las siete de la mañana, Estrada Cabrera terminaba su desayuno y se preparaba para salir, pero en compañía de su hijo Francisco, quien no siempre viajaba con él. Afuera de la casa esperaban Patrocinio Mendizábal, el cochero —quien, según algunos, formaba parte de la conspiración— y el Jefe del Estado Mayor, José María Orellana, quien siempre viajaba a caballo al lado del carro presidencial.
Era un momento de gran tranquilidad en la ciudad de aquel tiempo. El cortejo presidencial principió su recorrido por La Reforma. Cuando el coche pasó en el punto predeterminado se hizo estallar la bomba. Una explosión aterradora fue seguida por una nube de polvo.
Tuvieron que pasar unos minutos para comprobar que el caballo del carro había muerto, lo mismo que el cochero Mendizábal, mientras que Orellana quedaba herido en medio de los escombros. Para sorpresa de los conspiradores, de los restos del coche salieron ilesos Estrada Cabrera y su hijo Francisco.
Antes de una hora se inició una implacable investigación, búsqueda y persecución de los responsables, que no daban fe a lo que había sucedido. Ahora sabían que sus vidas corrían peligro. Además, no fue difícil identificar a los hermanos Ávila Echeverría, porque Enrique dejó en el túnel, que pronto fue descubierto, un saco fabricado en París que tenía su nombre bordado. Que les encontraran y ejecutaran era cuestión de tiempo.
Varios de los implicados fueron capturados y fusilados. Incluso la esposa de Valdés Blanco fue capturada y luego obligada a salir al exilio rumbo a San Salvador. Los cuatro conspiradores principales juraron que no se dejarían detener por la policía de Estrada Cabrera, y que preferían suicidarse antes que sufrir la tortura y ejecución posterior.
Durante algunas semanas encontraron resguardo en diferentes casas, pero el cerco se hacía cada vez más estrecho. Finalmente se escondieron en casa de Rufina Roca de Monzón, en el Callejón del Judío. Estuvieron algunos días sin que siquiera la servidumbre pudiera verlos, porque temían ser denunciados. Sin embargo, un día enfermó el hijo de su protectora, y Jorge Ávila, que era médico, salió de su escondite para atenderlo, lo que permitió que una criada lo viera y luego lo denunciara con su novio, un soldado del fuerte Matamoros.
La madrugada del 20 de mayo, el mismo día que habían decidido cambiar de escondite, las fuerzas de seguridad derribaron la puerta de la casa y se dirigieron a buscar a los conspiradores. Los cuatro jóvenes subieron al tejado y en el camino Valdés Blanco disparó contra sus perseguidores, dando muerte al coronel Urbano Moreno, comandante del grupo, quien murió en el acto. Luego se produjo un intercambio de tiros que se prolongó hasta las seis de la mañana, cuando se les agotaron las balas.
Fue entonces un momento decisivo, porque ellos habían jurado que no se dejarían atrapar. Es entonces cuando los cuatro se disparan en la sien y evitan caer en manos de las fuerza de Estrada Cabrera.
Este es un relato, a grandes rasgos, de un hecho histórico que ha servido para que varios historiadores escriban libros o capítulos completos más detallados.