- Lorena Arroyo, periodista de «El País» de España entrevista al periodista José Rubén Zamora y esto es lo que le dijo
José Rubén Zamora: “Mis dos años en la cárcel explican mejor Guatemala que mis 30 años en la prensa ”
Lorena Arroyo
Fotografía Luis Echeverría
Unos niños disfrazados piden dulces puerta por puerta la noche de Halloween en la Colonia El Carmen, un condominio cerrado en el sur de Ciudad de Guatemala. Mientras el grupo avanza, los padres que van a la retaguardia se fijan en un hombre alto, de pelo blanco y bigote poblado que los observa tras la verja de su casa, custodiada por dos policías, y se acercan a saludarlo: “Venimos a expresar nuestra alegría de que esté aquí”, le dice una madre, emocionada. “Dios lo bendiga”. Él les agradece y, avergonzado, se disculpa por no tener caramelos para ofrecer.
Fotografía: José Rubén Zamora muestra una foto con Patrick Ventrell, encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos en Guatemala durante una visita a la cárcel de Mariscal Zabala. Foto: LUIS ECHEVERRIA
Si algo le ha demostrado su salida de la cárcel a José Rubén Zamora (Ciudad de Guatemala, 68 años) es que mucha gente le quiere. Así se lo han hecho saber insistentemente en las últimas dos semanas decenas de personas con las que se ha cruzado: desde los políticos, embajadores, diplomáticos y periodistas que lo visitan, hasta los vecinos que lo paran cuando sale a hacer su caminata diaria, los funcionarios del juzgado donde va a firmar su libertad condicional, o quienes le vieron la semana pasada tomando un café con unos amigos en una terraza de la capital guatemalteca: “Fue impresionante porque no pudimos conversar en tres horas por toda la gente que paraba a saludar, a dar un abrazo, a felicitarme (…) Me cuesta vivir con eso porque siempre he sido muy tímido”, confiesa. Pero intuye que deberá acostumbrarse a ello, al menos por los próximos meses.
Los 813 días que el fundador de elPeriódico pasó en la prisión militar Mariscal Zavala —donde llegó a sufrir tortura— le han convertido en un símbolo de la resistencia frente a la criminalización del periodismo y la lucha anticorrupción en su país. Zamora salió el pasado 19 de octubre de la cárcel para cumplir una orden de arresto domiciliario otorgada por un juez que consideró que había excedido el tiempo de prisión preventiva permitido por la ley. En aquel momento llevaba más de dos años preso acusado de lavado de dinero y obstrucción a la justicia, unos cargos que le impusieron bajo el mandato del expresidente Alejandro Giammattei. Pese a que inicialmente fue condenado a seis años de cárcel por el primer cargo, el fallo fue anulado por fallas procesales.
El periodista siempre ha negado las acusaciones y las ha achacado a una persecución por investigaciones del medio que fundó —elPeriódico— que revelaban corrupción en el Gobierno de Giammattei, una hipótesis que ha sido respaldada por diversos organismos internacionales que han analizado el caso y que también han denunciado “graves violaciones procesales”. Hoy Zamora reconoce el rol fundamental de la presión de la prensa local y las organizaciones extranjeras para exigir su salida de prisión.
“Todos han luchado y mantenido vivo mi caso, y yo no tengo tiempo en lo que me quede de vida para poderles dar la reciprocidad que les debo por todo, porque por todos ellos estoy afuera”, dice en entrevista con EL PAÍS en su casa.
“Destartalado”, lejos de su familia y sin dinero , pero feliz.
Como el propio José Rubén Zamora, la casa de tres plantas con un frondoso jardín donde el periodista cumple prisión preventiva ha sido testigo de primera línea de la historia contemporánea de Guatemala. Construida en 1950 por su abuela doña Carmen y su abuelo, el periodista Clemente Marroquín, quien llegó a ser vicepresidente, por ella han pasado políticos de distintos signos, artistas e intelectuales en las últimas siete décadas.
“Siempre había pluralismo político aquí”, asegura. Y pone como ejemplo el día que se casó. “Fue divertido porque un periodista que escribió sobre mi boda, aquí en la casa, lo tituló La boda del siglo, pero los únicos que no aparecían [en la crónica] eran los novios. Hablaba de todos los que vinieron, cómo se juntó aquí toda la gente en Guatemala, aunque fueran enemigos”.
Pero no todo son buenos momentos. Como fundador de medios que revelaban el lado oscuro de los poderes en Guatemala —antes de elPeriódico, creó Siglo Veintiuno—, Zamora lleva décadas siendo objeto de amenazas, agresiones y allanamientos. “Aquí simularon mi ejecución cuatro veces y la última, en el garaje, dispararon y yo dije: ya me morí y acabó todo”, recuerda. Eso fue en 2003, y provocó la primera salida de su familia al exilio. Su esposa y el menor de sus tres hijos regresaron, pero el año pasado se vieron obligados a huir de nuevo a Estados Unidos, ante el temor de que ellos también acabaran presos para aumentar la presión contra el periodista.
Lejos de la cárcel, Zamora dice sentirse físicamente “destartalado”, pero anímicamente fuerte. “Siempre he amado estar aquí, en esta casa. Tiene mucho significado para mí, y aunque está vacía de mi familia y mis hijos, me siento muy feliz de estar bien”, asegura. Entre las secuelas que le han dejado los más de dos años recluido en una minúscula bartolina oscura y llena de polvo, en la que sufrió plagas de insectos y fue víctima de torturas, está el dolor de articulaciones y espalda, una sinusitis leve pero constante por los hongos que había en la celda, además de una sensación de mala circulación en las piernas. “Y los dedos de los pies se me juntaron, como que fuera un solo dedo cada pie”, explica.
Pese a los achaques, dice seguir sintiéndose fuerte. “Los últimos 15 meses me sentí bien y aprendí a disfrutar mi soledad bastante y a vivir con lo que tenía el alcance”, asegura. Y aunque está aún asimilando su nueva situación, dice estar “muy contento”. “Es como que hubiera vuelto a nacer”, afirma. Pero sabe que debe hacer frente a nuevos retos, como vivir lejos de los suyos y sin dinero, después de que su familia se viera obligada a vender sus carros y algunas propiedades para poder pagar los gastos legales y a los trabajadores de elPeriódico, que en mayo de 2023 cerró por las presiones del Gobierno de Giammattei.
“Aprender a vivir sin plata es otro desafío”, confiesa Zamora, que ahora depende del dinero que le mandan sus hijos desde Estados Unidos y de los amigos que le ayudan a desplazarse por la ciudad. “No dispongo de recursos, pero voy a descifrar qué hago en adelante, tengo que empezar a generar”.
En medio de esta situación, hay algo en lo que dice haber estado reflexionando últimamente y que le impresiona. José Rubén Zamora cree que su paso por prisión retrata mejor que ninguna de sus publicaciones lo que lleva tratando de transmitir toda su carrera: que Guatemala es un “laberinto sin salida”, como le gusta describir, un país con altos niveles impunidad, que en los últimos años ha visto a cientos de jueces, fiscales y periodistas que lucharon contra la corrupción acabar presos o en el exilio. “Creo que estos dos años en la cárcel me permitieron contribuir más a que la gente en Guatemala y afuera vieran a Guatemala cómo es, mucho más que los 30 años que estuve en la prensa reiterando que éramos una narcodictadura que cogobierna en alianza de intereses para mantenernos secuestrados”, asegura.
Arévalo, Guate y futuro
Una de las primeras visitas que recibió Zamora al llegar a su casa fue la del presidente Bernardo Arévalo, que llegó al poder en enero con la bandera de la lucha contra la corrupción. El mandatario, que siempre ha calificado su caso de “persecución política a la prensa”, mejoró sus condiciones en la cárcel y se comprometió a que sus derechos fueran respetados. “Fue una visita personal para manifestarme su complacencia y su alegría de que yo estuviera en mi casa y se lo agradecí mucho”, afirma el periodista que define al mandatario como un hombre decente, de centro y que no supone una amenaza para el sistema.
Como Zamora, Arévalo y su partido —el Movimiento Semilla— han debido enfrentar procesos judiciales impulsados por el Ministerio Público de Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, dos funcionarios sancionados por el Departamento de Estado de Estados Unidos, que los incluyó en su lista de actores corruptos y antidemocráticos. Por eso, el periodista cree que el presidente corre el riesgo de acabar preso como él, especialmente si su popularidad sigue bajando.
“Curruchiche dijo que el funcionario más corrupto de Guatemala es el presidente Arévalo. Pienso que van en serio”, advierte Zamora. “Van a acelerar su proceso, solo lo tienen dormido”. Y aunque dice que ve al mandatario optimista y confiado en que los funcionarios corruptos tienen cada vez menos poder en el Estado, cree que está ante un escenario complejo. “La fiscal general tiene un desafío semejante a Daniel Ortega en Nicaragua y a [Nicolás] Maduro en Venezuela: que, si caen, los van a perseguir. Y entonces van a hacer todo lo posible para que quien los sustituya sea alguien que los proteja en un país cuyo ADN hereditario es impunidad y corrupción”.
A Zamora, el paso por la cárcel no solo le ha alejado de su familia y ha acabado con su dinero, sino que también supuso el cierre de un medio con el que ejerció durante décadas de contrapeso frente al poder. “Me causaba alegría —no solo con Giammattei, sino con todos los presidentes— ver que un periódico chiquito ejercía un pequeño contrapoder, y yo lo lograba en un país donde no hay justicia, donde hay impunidad”, dice en el salón de su casa. A solo unos metros, en el garaje, decenas de cajas resguardan los archivos contables y las investigaciones de elPeriódico, el último vestigio físico de un medio que llegó a tener cientos de empleados y que le dio a Zamora el respeto de una parte de la población de su país y el prestigio internacional.
Por el momento, no hay planes de volver a montar un medio. Además, sabe que volver a prisión sigue siendo una opción. De hecho, el fiscal Curruchiche ha pedido que se revoque el arresto domiciliario alegando peligro de fuga. Pero Zamora asegura que no tiene intención de irse, salvo a visitar a su familia, algo que haría solo con el permiso de un juez. “El viernes pasado tuve audiencia y no tenía que ir y fui para que vean que que yo no me estoy yendo de Guate. Jamás me voy a ir. Y, si quieren que me vaya, me tiene que expulsar el fascismo local”.
Zamora vive esta etapa como una última victoria en el largo camino de su resistencia. “No me han vencido. Lo que querían es que me diera vergüenza y que sintiera escarnio y no lo han logrado. Afortunadamente no he sentido pena o que haya hecho alguna cosa fuera de la ley”, dice. Y antes de despedirse advierte: “Si me vuelven a jalar [a prisión], hay que estar sin pena”.