Con las redacciones periodísticas cotidianas, uno que se las lleva de formado e informado[1] tiene dos caminos: Baja del pedestal del privilegio y entiende el contexto de este bello paisaje que llamamos Guatemala, o bien, aplica esa superioridad moral de quien sabiendo un poquito, se mofa y burla de quien solo sabe un poco y está lejos de saber mucho, parodiando al inefable Luis Rabbé.[2], que por cierto, continúa prófugo. Para el primer caso, uno debe entender que los salarios de los periodistas son muy bajos y por la naturaleza de su trabajo (horarios continuos y extenuantes), el acceso a la Universidad es muy escaso o inexistente. Entonces, la dinámica perversa permite que el empresario (dueño del medio) “justifique” no exigir más y, por tanto, no pagar más. Pero además, la cotidianidad conlleva rapidez y ésta es enemiga de la calidad y la profundidad investigativa.
Explicado lo anterior, uno puede entender el uso indiscriminado, mecánico y descontextualizado de términos como: fémina, nosocomio, occiso, interfecto, pesquisa (no es una variedad de pescado), antisocial, comunitario y una de las más famosas: líder. En la sabana chapina, abundan los liderazgos. Revisen cualquier periódico (físico o digital), telenoticiero, radioperiódico y medio tradicional o alternativo (lo de alternativo suena más a que alterna con lo tradicional que con lo que es en realidad). Líder comunitario, líder político, líder empresarial, líder sindical, líder futbolístico, líder dirigencial, líder religioso…y un largo etcétera masculino (lo de lideresa aparece poco o no aparece). Con tantas expresiones de liderazgo, no se entiende que la de-construcción de país no se haya concretado. Quizá mucho “líder” y pocos seguidores, tenga que ver con esa fantasía tan chapina de buscar Mesías para que resuelvan todo, en una tierra donde todos quieren ser cura y no simple sacristán…
Pero a estos términos le acompañan frases trilladas como: “Ausencia del Estado”, “Efemérides patrias”, “Se siguen las pesquisas correspondientes”, “De un momento a otro se dará con el paradero de los culpables”, “se perfila (asume) que era marero/pandillero; prostituta/sexoservidora”; extorsionador/antisocial”. Y estos “constructos” son los más peligrosos por dos motivos:
- Por costumbre y repitencia, los lectores, oyentes y televidentes los digieren sin ningún discernimiento y menos reflexión.
- La carga de discriminación, prejuicio y desprecio que se esconde tras estas frases.
En ambos casos, lo cierto es que terminan dominando el imaginario social local y, por ello, se vuelve común asociar el pelo largo y el tatuaje con lo antisocial, la delincuencia, las drogas; o la vestimenta “provocativa” con la actividad sexoservidora o la ubicación domiciliar en las áreas denominadas marginales, como perteneciente a bandas, pandillas o maras.
Estas frases también cumplen con una función de simple comodidad, pues al mencionarlas no se tiene que abundar en explicaciones. En este sentido quiero destacar la trillada mención de que todo sucede por “la ausencia del Estado en vastas regiones del territorio nacional”. Pero cuando uno pregunta al azar, qué se entiende por la ausencia de este ente que llamamos Estado, la cantidad de interpretaciones varían según grupo etario, estrato social, condición cultural, filiación religiosa o cualquier otra segmentación en los tiempos de la posmodernidad. La frase conlleva mucha verdad, pero su expresión cotidiana la reduce a la ausencia de policía o ejército. En el mejor de los casos, algunos incluyen la falta de juzgados, cuya sola presencia ya se asume como “justicia”, lo cual dista de ser cierto. Los más avispados, atisban sobre la carencia de servicios de salud y educación. El arte, el entretenimiento, la cultura, el deporte y otras expresiones que deberían ser obligación pública, siguen siendo vistos como cuestiones ideales (en el sentido más llano de inviabilidad).
Una inmersión más seria en la expresión “ausencia del Estado”, nos llevaría a la reflexión crítica sobre la naturaleza y dinámicas del sistema económico y político, así como las formas socio-culturales perversas que este construye. Pero claro está, esta aseveración, además de políticamente incorrecta, resulta peligrosa para el negocio noticioso y para quien la expresa, pues ahonda en las raíces causales de la tragedia que viven millones de paisanos. Pone al descubierto además, “esa mano que mece la cuna” y que aparece siempre en los momentos críticos de la reproducción sistémica del patrón de dominación…
Estamos en la plena parafernalia de las efemérides patrias, en las que “encendidos en patrio ardimiento”, la ciudadanía da sus mejores muestras de amor filial por la Nación, aquella por la cual lucharon “sin choque sangriento” (tan horrible la violencia), nuestros antepasados (da igual si nuestro apellido no está en los anales de las gestas cívicas), pues es tan bonito estar en la subalternidad y asumir como propias las aspiraciones e imaginarios de los que están arriba…muy arriba. En estas condiciones, el análisis profundo no se vería bien, porque empañaría el noble espíritu de una juventud enfocada en el desmadre de las 50 mil antorchas del viernes 13 y el sábado 14, así que será hasta una nueva oportunidad en la que la efervescencia haya cedido y el efecto somnífero claudicado, que retomemos la incorreción política para explicar lo que pasa, cómo nos afecta y la encrucijada de siempre: ¿Qué diablos hacer?
José Alfredo Calderón E.
Historiador y observador social
[1] Con esta expresión aludo a las personas que hemos tenido el privilegio de una formación académica más o menos sólida y tener acceso a información calificada que no es común a las mayorías.
[2] Durante el gobierno del FRG, Rabbé fue ministro de Comunicaciones y entre tantos episodios tragicómicos, recuerdo cuando se quejó de la falta de presupuesto en el MICIVI y ante el requerimiento de la prensa para que especificara, la entrevista fue más o menos así: ¿Cuál es el problema de su presupuesto? – es muy poquito – dijo el ministro eferregista. ¿Cuánto le falta? –Un montón– remató quien no se distinguía por sus luces políticas y académicas.