José Alfredo Calderón E.
El recién pasado 2 de agosto se cumplieron 63 años del suceso conocido como la “Rebelión de los Cadetes”. Diversos autores han hablado de los detalles de aquella gesta pero quiero destacar dos aspectos:
- La injusticia que durante 43 se cometió al no reconocer –oficialmente– la hidalguía de los caballeros cadetes y la trascendencia de su heroísmo.[1]
- El aspecto político-militar de la efeméride, cuyos protagonistas no alcanzaron a dimensionar.
Si bien el levantamiento devino en político, sus causas no fueron estrictamente políticas; veamos[2]:
- Los jefes militares que habían pactado con los “liberacionistas”, ordenaron que los caballeros cadetes rindieran honores presidenciales al que días antes era conocido como un traidor, cuando éste arribó al Aeropuerto La Aurora proveniente de El Salvador. Cuando el caudillo del movimiento invasor descendía del avión, la actitud bélica de sus acompañantes[3] y de otros seguidores “liberacionistas” en contra de los caballeros cadetes, logran empujar a la bandera con su portaestandarte y su escolta, separándolos del resto de la compañía de cadetes, lo cual representó una grave afrenta.
- Los cadetes reciben una fuerte reprimenda del nuevo director de la Escuela Politécnica[4], nombrado por el gobierno espurio entrante, por “haber permitido que los liberacionistas les quitaran la bandera”. Como castigo, les obliga a regresar corriendo (y no marchando), desde el aeropuerto hasta la avenida de La Reforma. Luego los obliga a seguir corriendo hasta medianoche con el fusil en posición “porten”, uniformados de gala. Los gallardos cadetes cumplen el castigo totalmente extenuados, al extremo que algunos se desmayaron al finalizar.
- La noche del 31 de julio, varios cadetes son humillados en un prostíbulo[5] por parte de “liberacionistas” armados con subametralladoras (los cadetes no estaban armados). No solo les quitaron sus espadines a los antiguos sino que los obligaron a actos humillantes, mientras les disparaban cerca de la cabeza y los pies para amedrentarlos. Después de esto, el nuevo director de la Escuela Politécnica vuelve a castigar a los ofendidos, degradando a los galonistas humillados.
Mientras se gestaba el alzamientos de los cadetes, paralelamente varios oficiales del ejército preparaban una asonada en contra del gobierno invasor que consideraban espurio y traidor, sin que los jóvenes estudiantes de la Politécnica lo supieran y tampoco los oficiales que participaban del complot. Cabe señalar que los cadetes si obtuvieron algún apoyo de oficiales del ejército[6] pero indirecto e insuficiente, lo que resalta más su acción heroica.
Ambos levantamientos, el de los estudiantes de la Escuela Politécnica y el de los oficiales del ejército fracasaron como es sabido, pero por causas estrictamente políticas. De hecho, el grupo mínimo de mercenarios nunca representó una amenaza militar y el heroísmo de los adolescentes politécnicos lo demostró con creces[7], pues tan solo alrededor de 150 efectivos (en su mayoría cadetes adolescentes), lograron derrotar y devolver la humillación recibida a 1,200 “liberacionistas” apostados en el Hospital Roosevelth, a quienes obligaron a desfilar con las manos en la cabeza hasta la estación del ferrocarril donde los metieron en un tren con rumbo al oriente, para que se regresaran por donde habían venido.
Las negociaciones bajo presión del arzobispo Rosell y Arellano, así como la del embajador norteamericano John Peurifoy, logran engañar a los cadetes y lo demás es historia. No está demás indicar que Arbenz Guzmán nunca ordenó aplastar la invasión (cuestión sumamente fácil) pues la amenaza directa de Peurifoy, si lo hacía y no renunciaba, era invadir el país –ahora sí– en forma oficial mediante marines.
Honor y gloria a los adolescentes que desnudaron el mito. Los invasores fueron hordas, no ejército; fueron mercenarios no “liberacionistas”.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
[1] Fue hasta el 26 de diciembre de 1997 que se emite el Decreto Legislativo 134-97, el cual reconoce el dos de agosto de cada año, como el “Día de la Dignidad Nacional”, aunque con muy discreta celebración. Debe reconocerse que ya el presidente Ramiro De León Carpio había otorgado –en forma póstuma– la más alta condecoración del Estado y elevó a la categoría de Héroes Nacionales, a los caídos durante esa gesta patriótica: Sargento Segundo abanderado; Jorge Luis Araneda Castillo, Cabo de Caballeros Cadetes, Luis Antonio Bosh Castro, Caballero Cadete, Carlos Enrique Hurtarte Coronado y soldado de Primera Anselmo Yucuté.
[2] El historiador militar Juan Fernando Cifuentes es quien mejor relata las causas de la “Rebelión de los Cadetes”.
[3] Que por cierto incluía a dos cadetes desertores, ahora convertidos en flamantes “oficiales” del grupo invasor.
[4] Jorge Medina Coronado en lugar de Paiz Novales.
[5] Llamado “Hoyito”, situado en la colonia Lima, cerca de donde hoy es el IGA.
[6] Como del después General y presidente de la República: Kjell Eugenio Lauferud García (1974-1978), quien a pesar de ello, tampoco quiso honrar a los jóvenes cadetes en su gestión presidencial.
[7] Sobra documentación respecto a las constantes derrotas del grupo mercenario, destacando aquella donde un destacamento de tan solo 30 soldados los logró vencer o aquella otra de Izabal, donde un grupo de civiles armados por el jefe de policía también les infringió una humillante derrota “militar”, frente a ciudadanos quienes no tenía entrenamiento castrense.