José Alfredo Calderón
*Historiador y analista político
He venido escribiendo sobre una serie de sucesos históricos que demuestran –entre otras cosas– los orígenes espurios y elitistas de lo que hoy conocemos como la República de Guatemala. El siglo XIX está marcado por 3 cortes históricos importantes:
- Un proceso de independencia ilegítima, fraguado a espaldas de la población[1].
- Una fundación de la República el 21 de marzo de 1847, más por la acción previa e independista del resto de repúblicas de Centroamérica, que por un acto legítimo y espontáneo de Guatemala[2].
- La construcción del Estado-Nación en 1871, en el contexto de una Reforma “Liberal” con contenido altamente conservador por lo que su producto deviene en una formación económico-social asentada en los cimientos del racismo, la discriminación, la exclusión y la expoliación como mecanismo principal de acumulación de capital.
En estos tres sucesos, el común denominador es la mano criolla que teje los detalles políticos del poder[3], en el marco de intersticios estrechos y poco visibles. El tercer suceso es quizá el más importante para explicar las dinámicas del siglo XX y de la actual centuria. Si partimos de la definición de Nación proporcionada por el historiador Benedict Anderson: “Una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”, la construcción criolla del “Estado Nacional” se imagina en la lógica elitista de quienes heredan de la colonia, un pasado de riqueza y dominio obtenido a sangre y fuego. La exclusión de “los otros” es el sello distintivo pues lo comunitario se alimenta de un “nosotros” representado por la clase dominante, sus adláteres y sus infaltables advenedizos.[4]
Especial mención merecen los imaginarios sociales dominantes, encarnados en los símbolos patrios: Himno Nacional, escudo y pabellón nacional; así como los conceptos de patria, honor, lealtad, integridad territorial y legalidad y los constructos “nacionales” como referentes en común.
Hice este amplio pero necesario preámbulo histórico político, para explicar cómo la historia del ejercicio del poder tradicional, esencialmente oligárquico[5], ha necesitado de referentes de unidad nacional más allá de los símbolos patrios. La integridad del territorio es uno de ellos. Sale a colación esto por las voces que ya se oyen en articulistas de las elites (orgánicos y de ocasión), para revivir –por enésima vez– el caso de Belice.
El fracaso del futbol y de una identidad nacional[6], ha querido ser suplida por el mecanismo territorial para encender el fervor patrio. Sin perjuicio de las intenciones histriónicas que recrean el reclamo “nacional”[7], el primero en utilizar este recurso como un mecanismo político organizado fue Kjell Eugenio Laugerud García, para tratar de legitimar un gobierno producto de un fraude electoral en 1974 y la carencia de un programa político nacional. Ahora, en otras condiciones, el diferendo salta a la palestra de nuevo y por descabellado que parezca, las elites parecen estar pensando en la recuperación de Belice como un recurso de “unidad nacional” para salir de la crisis en la que ellos mismos nos metieron. Así lo manifiesta uno de sus jóvenes operadores.[8]
[1] Ahora ya tenemos claro que la independencia se fragua antes del 15 de septiembre de 1821 y que hay un acta previa y distinta a la que nos enseñaron en la Escuela. La familia Aycinena y no el pueblo es la protagonista de lo que nos vendieron como efeméride patria.
[2] De hecho ya todas las provincias de Centroamérica habían tomado la decisión de ser Repúblicas independientes como he documentado con anterioridad. (Ver artículo: “Preguntas Perversas” del 27 de abril de 2017 en la versión digital de Crónica.)
[3] En realidad es más “La mano que mece la cuna”, término que he venido usando para describir las causas y actores que subyacen a los sucesos visibles y públicos de la política nacional.
[4] El capital oligárquico es representado por los herederos de los criollos, quienes por naturaleza y sangre se erigen en clase dominante y dirigente, así como por alianzas estratégicas de negocios con mestizos ricos (Los Herrera por ejemplo) o extranjeros (Los Novella). Muchas veces estas alianzas quedaban “legitimadas” por matrimonio. Respecto de los adláteres: Persona subordinada a otra de la que parece inseparable. Advenedizos: Dicho de una persona: Recién llegada a un lugar, una posición o una actividad con pretensiones desmedidas.
[5] Se debe entender que el capital oligárquico está formado por las familias dominantes que reúnen tradición, abolengo y dinero. Su constitución finaliza con las dictaduras cafetaleras 1871-1944. Aparte está el capital burgués formado a mediados del siglo XX y ahora el capital emergente que se formó con el narcotráfico y burocracias corruptas (años ’80 y ’90), así como la combinación de acumulación lícita e ilícita por parte de algunos empresarios post conflicto.
[6] Debe recordarse que Guatemala está formada por cuatro pueblos (Maya, Xinca, Garífuna y Ladinos) así como 25 comunidades lingüísticas. Además, el supuesto gentilicio “chapín” realmente no existe y se limita a los habitantes de la ciudad capital y la Antigua Guatemala.
[7] En esto la riqueza anecdótica e histriónica es ganada por Miguel Ydígoras Fuentes. http://www.prensalibre.com/hemeroteca/intentonas-historicas-sobre-belice
[8] https://elperiodico.com.gt/opinion/2017/08/15/belice-detente-y-unidad-nacional/