Inminente una Asamblea Nacional Constituyente: No reformas, sino erección de un nuevo Estado

MarioAlberto-0009Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com


Hemos llegado en Guatemala  a un punto en el que todos tenemos que dar nuestro brazo a torcer. Encrucijada en que dos aurorales caminos nos quedan por enfrentar, partiendo de un ¡nacionalismo!, de vida o muerte: 1. La tolerancia y 2. la sensatez de la inclusión a ultranza, donde ¡de veras!, quepamos todos.

Pocas palabras tan desgastadas y masacradas como los adjetivos nacional y nacionalista. Hasta el partido oficial las usa pleonásticamente: Partido de Convergencia Nacional-Nación. Como quien dice: burro-aznal, pero desgraciadamente no hay otra voz. Significa: apego de los habitantes de una nación a ella, y a cuanto le pertenece. Pero, asimismo, una ideología política que, por sobre todo, pone los intereses de la patria y de quienes la habitan y son sus ciudadanos.

Cientos de partidos políticos —nacionales y fuereños— han manoseado las voces, iniciáticamente prístinas, de nacional y nacionalismo. Desde los más engolados y tétricos como el nacionalsocialismo y el nacionalsindicalismo de Hitler y Franco, hasta el de más pregones democráticos de hoy, como: la Social Democracia que intenta servirnos un menú —casi inamalgable— de economía de mercado con socialismo post 1968 —franco estadounidense— hasta recalar en el infumable partido de Black Pitaya, tal vez porque su nacionalismo sea el del fascismo hiperbólico, o sea el de manu militari.

Lo que tenemos que salvar es el país ¡pero ya! Antes de que se vaya por el desbarrancadero. Y por ello evoco las palabras: nación, nacional y nacionalismo. Pese a lo sobijeadas que están.

Ante el maremágnum de trastornadas corrientes que defienden ¡a matar!, diversas ideologías muy mal pergeñadas, porque los partidos que existen carecen de varones históricos y fundamentales, y, sobre todo, y precisamente, de ideas   políticas —porque no saben Politología y menos Filosofía— y ante el hambre miserable que ya no se puede enmascarar, una Asamblea Nacional Constituyente ¡se impone!, perentoriamente.

¿Cómo, y para borrar el pasado infamante que nos avergüenza ante el mundo? Para empezar, mediante el acceso a la Asamblea —nacionalista y democrática— de voces que  han permanecido enmudecidas por la represión, ambiente que ejercen —hasta hoy y con ventajoso coraje— la alta burguesía terrateniente y empresarial, y el Ejército de línea dura cuyo rey es el genocida Ríos Montt, con juicio y causa a la carte, y su mini paje el señor Ovalle de AVEMILGUA.

Sin inclusión genuina no puede haber una Asamblea Constituyente de y para todos. Y olvidemos a gente como la señora Nineth y el señor Pop, conformistas y ajustados al servicio de la oligarquía y advenedizos a una clase que no les corresponde, pero por la que suspiran. Las cosas deben ir radicalmente de otra manera. Qué pena nos dio que, para la vicepresidencia de Guatemala —por el partido de la señora aludida— figurara uno de los miembros más adinerados de la oligarquía ¡Si levantara la cabeza el desaparecido y secuestrado  marido, de doña Nineth, que evaporó el mundo empresarial! Por eso es que, en la nueva Asamblea, y como decía mi general Idígoras: borrón y cuenta nueva. Aquí comienzo a ver, entre mis lectores de Crónica, sonrisas acaso discretas pero en diatriba. ¡Calmaos!

A fuerza hemos de caber todos en la Asamblea —porque para eso es asamblea—, pero depurada lo mejor que se pueda.

Estarán y en la mayor medida que sea posible, los sin voz, los acallados por la coerción colonialista; pero, asimismo, los intelectuales de las Ciencias y las Letras nacionales, que no hayan corrido ya en lides partidistas. ¡Queremos puros de corazón! ¡No pisteros del periodismo y  la literatura!

Deberán formar parte, asimismo, de esta Asamblea —para que realmente sea de los Estados Generales a la francesa—  las fuerzas dignas que, con su dinero, son las forjadoras de los modos y los medios de producción. Honorables y respetuosos de los Derechos Humanos establecidos desde 1789 y, de ninguna manera, miembros correspondientes y numerarios de la Línea 2. A esos sí no los topará la nueva Asamblea. Ni a los Pérez Molina ni a los Baldetti ni a sus hijos y sus nietos. ¡Ad perpétuam, maldiciones! Asimismo, a los que los antecedieron. Desde Cerezo hasta Colom, pasando por los Portillo. Pronto han de pasar, estos también, por la guillotina de la CICIG, gracias a Zeus milagroso y al Tío Tom Robinson y a su cabaña llena de hortalizas irreverentes.

Y ahora un refrán de mi madre sabia: Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, por las tuyas a remojar. ¿Ya las tenés en remojo, Vinicio, aunque tu tía te haya dicho que sólo robaras un poquito?

No queremos —los populistas nacionalistas y socialistas de Guatemala— reformas y zurcidos a la pésimamente redactada Constitución de 1985. Queremos la erección ¡y para nada!, la refundación del Estado. Sino un Estado novísimo e inédito. Nada de segunda mano. Es fácil: los artículos 278 y 279, de la Carta Magna, nos dicen cómo. Sólo hay que tener los tamaños. Y esos son los que, desgraciadamente, faltan en Guatemala, país de miedosos, donde todos calculan su futuro ¡a tal punto!, que es un país de paralizados. Además, está visto que es mejor eructar babosadas en las redes sociales que cantar La Marsellesa. Vivimos el tiempo de la rebelión estulta de las masas digitales, metidas en la alienación de sus facebooks donde jamás enfrentarán una Bastilla, sino la comodidad de su caja boba del monitor de su PC.

 

 

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