Internacionalmente, lo que se repudia es la intervención en asuntos de un Estado. La injerencia no es más que entrometerse en algún tema de interés mutuo.
Gonzalo Marroquín Godoy
Estados Unidos donó 8.5 millones de vacunas Moderna a Guatemala, llegadas en momentos críticos para el gobierno del presidente Alejandro Giammattei, en parte, por la ineficiente y oscura compra de vacunas rusas Sputnik V, que apenas llegaban a cuentagotas. Recuerdo que, en cantidades menores, también hicieron donativos similares Canadá, España e Israel.
El significado de la palabra injerencia es: … entrometerse, introducirse en una dependencia o negocio (RAE). De acuerdo con este concepto, en efecto, hubo injerencia de los países citados en el asunto de salud del Estado de Guatemala, cuando se mostraba la incapacidad gubernamental para conseguir el inmunizante en un momento crítico de la pandemia.
Esta injerencia fue bien vista por todos: el Gobierno –que evitó un bochorno mayor– y la población –que se benefició–. En general todos –empresarios y otros sectores– nos beneficiamos, pues se evitó un brote mayor del covid-19.
¿Aplaudimos o nos molestamos por esa injerencia?
Me atrevería a decir que la injerencia –entrometerse– es una práctica común en las relaciones internacionales en esta época moderna. Aclaro que injerencia no es lo mismo que intervención, porque esta última implica acciones fuertes que atentan contra la independencia y soberanía de cualquier Estado.
Jimmy Morales y Álvaro Arzú se rasgaban las vestiduras denunciando la injerencia extranjera por la labor que realizaba la CICIG en la lucha contra la corrupción en el país, cuando en realidad se trataba de una Comisión que el propio Estado de Guatemala había solicitado a la ONU ante la evidente incapacidad que existía para combatir a las mafias y estructuras criminales incrustadas a lo interno del Estado.
Se podría decir que fue una injerencia solicitada que, sin embargo, nunca atentó contra la soberanía ni la independencia del Estado guatemalteco. Muy diferente hubiera sido si se hubiera obligado a Guatemala a recibir a dicha Comisión sin su autorización. Eso sería una intervención inaceptable.
Por cierto, la injerencia no solo se produce de parte de estados u organizaciones como la OEA o la ONU, sino también por instituciones que defienden principios, valores o derechos humanos, cuando consideran que amerita hacerlo.
Por ejemplo, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) –y otros organismos que defienden la libertad de expresión–, suele entrometerse en distintos países y llegan hasta exigir a las autoridades que respeten sus propias leyes y tratados internacionales que mandan el respeto al derecho a informar –la prensa– y ser informado –el pueblo–.
Recuerdo que en la SIP me tocó encabezar varias misiones a Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Nicaragua y hasta Estados Unidos, para manifestar nuestra preocupación por las violaciones a la libertad de prensa. Chávez llegó a promover que el Congreso nos declarara non gratos, y nos calificó de intervencionistas.
Eso no impidió que cumpliéramos con nuestra labor de defensa de la libertad de prensa. Defendimos un principio democrático y un derecho de los pueblos. El poder absoluto de Chávez lo veía como injerencia extranjera, mientras que muchos venezolanos aplaudían nuestra labor.
Ahora y aquí, se trata de nuestra justicia, la que ha sido cooptada por el sistema político. Yo le llamo la alianza oficialista a esa amalgama de mafias, partidos políticos, estructuras criminales, empresarios y demás, que ha logrado resquebrajar la poca institucionalidad que existía en el país.
Pues bien, quienes vengan de fuera para tratar de rescatar lo que sea posible de nuestro sistema de justicia, deben ser bien vistos. ¡Se les necesita!… y a quienes no les guste –porque les afecta en sus planes–, deben entender que es una injerencia que hoy en día es una práctica muy común. Un ejemplo es el que ya comenté con la libertad de prensa.
Aquí, lo que el embajador William Popp (EEUU) hizo al acompañar a la defenestrada jueza Erika Aifán en una de las audiencias –que más bien parecía emboscada–, no fue más que la forma en que su país expresaba su preocupación por la falta de justicia en Guatemala.
Si la donación de vacunas no fue calificada de injerencia, ¿por qué si lo es cuando nos dicen en nuestra cara lo que piensan del vergonzoso actuar oficial?
El problema es que la injerencia se puede ver de dos maneras: a quienes beneficia, la ven bien, y a quienes perjudica la califican de abusiva, nefasta o más. Como tantas cosas en la vida, todo depende del cristal con qué se mire. Pero eso sí, debemos diferenciar entre injerencia e intervención, dos cosas muy distintas. En el pasado sufrimos intervenciones, ahora necesitamos la injerencia extranjera, aquella bien intencionada y comprometida con la democracia.