Los religiosos tuvieron siempre relación con los avances culturales en América y, particularmente, con la introducción de las primeras imprentas en México (1535) y Perú (1584). En Guatemala, fue fray Payo Enríquez de Ribera quien hace traer al primer impresor, José de Pineda Ibarra, quien llega en 1660 con maquinaría y tipografía para iniciar una era de cambios.
Redacción de: Crónica Cultura
Payo Enríquez de Ribera nació en Sevilla, España, en el año 1622. Quien sería más tarde el noveno obispo de Guatemala (1657-1667), arzobispo de México (1668-1681) y virrey de México (1673-1680), muy pronto principió una sólida formación religiosa y cultural, que luego le sirvió para escalar a esas posiciones en el Nuevo Continente.
En la segunda mitad del siglo XVII se vivía en Guatemala un período marcado por la fuerza con que las congregaciones religiosas profundizaban en la catequización de los indígenas, impulsada por la corona española, como parte de las doctrinas que se imponían, mientras la cultura principiaba también a florecer, principalmente entre los españoles.
Es así como se llega a 1959, cuando el rey de España, Felipe IV, nombra al ya entonces fraile agustino Payo Enríquez, un amante por las letras, como el noveno obispo de Guatemala, lo que le trae desde México hacia la importante ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, en donde dejaría una profunda huella por sus iniciativas y obras.
Una de sus primeras acciones fue la de promover que llegara al país el gran descubrimiento de Johannes Gutenberg, la imprenta, que hacia el año 1450 principió a revolucionar al mundo, facilitando la impresión de documentos, entre ellos, informaciones generales en hojas sueltas, hasta libros.
Los historiadores apuntan a que Enríquez de Ribera llega a Guatemala con la idea clara de poder imprimir algunas de sus obras sacras y teológicas, por lo que se empeña en traer la primera imprenta al país, con un impresor que tenga experiencia y capacidad para sacar adelante la tarea que se impone.
Por medio de los contactos dejados a su paso por México, fray Payo encarga al fraile franciscano, Francisco de Borja, que lleve a cabo las dos tareas indispensables: comprar la imprenta y enviarla a Guatemala, y contratar a un impresor de calidad que quiera venir a Guatemala para iniciar el trabajo de impresión. En ese momento, solamente había imprentas en México, Puebla y Lima. Es decir, que sería la cuarta imprenta instalada en el continente.
Borja logra los servicios del maestro impresor José de Pineda Ibarra, un criollo nacido en México con mucho prestigio en su profesión, quien acepta el reto y recibe a crédito una imprenta por el valor de mil 538 pesos, que para la época era una cantidad muy elevada. Es así como este personaje llega a Santiago de los Caballeros y se convierte oficialmente en el primer impresor del país, mérito que se le reconoce hasta nuestros días, ya que la imprenta de la Universidad de San Carlos lleva su nombre.
Los inicios de la imprenta
Con aquella deuda, pero con mucho entusiasmo, Pineda Ibarra instala la imprenta, que incluía variada tipografía, pero pronto comprueba que no hay aún suficientes documentos para imprimir, lo que complica su estabilidad económica, aunque siempre contaba con el apoyo del obispo Enríquez de Ribera.
Pineda Ibarra, quien se convierte también en maestro impresor, lleva a cabo los primeros trabajos de imprenta. Por supuesto, derivado de aquella influencia de las autoridades religiosas de la época y, particularmente, a petición del obispo, principia con imprimir documentos sacros.
Los registros históricos muestran que la primera pieza que salió de aquel taller —moderno en su momento, rústico a la distancia del tiempo—, fue una hoja en la que se tenía una prédica que pronunció fray Francisco Quiñones y Escobedo en 1660. Sin embargo, se necesitó que transcurrieran tres años para que se imprimiera el primer libro en aquella máquina que funcionaba a presión.
El taller de Pineda Ibarra se instaló en la casa contigua a la del Pregonero y el Real Cabildo, al principio del portal, cuarta calle oriente frente a la plaza, y en él se imprimían pequeños novenarios, cartillas, sermones religiosos y otros documentos sacros sencillos. Así se mantuvo, hasta que nuevamente aparece fray Payo Enríquez con sus inquietudes literarias y religiosas, y le pide imprimir su primera obra importante: Explicatio Apologética.
Esta obra, de 728 páginas, que tenía como fin defender el principio Santo y Concepción inmaculada de María, ocupó gran parte del tiempo de aquella imprenta, que poco después tenía otro libro producido, La Tomasiada, de fray Diego Sáenz.
Hay que recordar que ser impresor, en aquella época, era una tarea difícil, porque no era fácil conseguir papel y tinta, que además resultaban costosos y tenían que ser importados desde el Viejo Continente, específicamente de España, en donde muchas veces prevalecían los intereses político-religiosos y había prioridades por surtir a las imprentas de México y Perú.
El impresor Pineda Ibarra mantuvo su taller en Santiago de los Caballeros durante veinte años, hasta que la muerte le sorprendió en 1680, pero el negocio no murió, porque su hijo, Antonio, ya era para entonces un eficiente impresor y prologó el negocio por cuarenta años más.
No fue sino hasta el siglo XVIII, en 1714, cuando el Convento Franciscano montó su propio taller de impresión, siempre con fines de divulgar más documentos y libros religiosos. Este taller estuvo a cargo de Jacobo de Beteta. Funcionó bajo el nombre de Imprenta de la Venerable Orden Tercera, y operó hasta que fue destruida por los terremotos de 1773.
Esta imprenta editó importantes obras sacras, pero también tuvo algunas de carácter histórico, como el libro titulado Crónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala, del padre Francisco Vázquez.
Paulatinamente se fueron abriendo nuevas imprentas en aquella época, casi todas conocidas por el nombre de sus impresores, como la de Joaquín Arévalo, o la de Mariano Sánchez Cubillas, que funcionaron en la segunda mitad del siglo.
Los documentos impresos de la época dan cuenta de que, después de el traslado de la ciudad al Valle de la Ermita, en 1776, aumentó no solo el número de intelectuales, sino que también la demanda de impresos, tanto folletos como libros y otros documentos, lo que a su vez repercutió en el aumento de los talleres tipográficos. También principiaron a circular algunas hojas en las que se hacían críticas a políticas de gobierno.
La primera imprenta que fue objeto de acoso oficial, fue la cuarta que se instaló en el país, la del impresor Inocente de la Vega, quien editó el primer pasquín crítico, llamado Ensalada, en el cual se hacían criticas al Gobierno, pero también a los funcionarios del Tribunal del Santo Oficio, y a miembros de la aristocracia. Transcurría el año 1724 cuando esto ocurre, y la represión fue tan fuerte que el propietario de la imprenta tuvo que salir del país. En aquel entonces no había quien defendiera la libertad de expresión.
Retrocediendo un poco hacia el impulsor de la imprenta en el país, fray Payo Enríquez de Ribera, hay que decir que volvió a México, en donde alcanzó los cargos de arzobispo y virrey, lo que demuestra su influencia religiosa y política por la época. Se sabe que entre sus inquietudes en México siempre se mantuvo el escribir e impulsar la impresión de obras.
La evolución en los contenidos editados se va produciendo al multiplicarse los talleres. En 1723 se imprime la primera obra con carácter educativo, específicamente dedicado a las matemáticas. Con el título Noticia breve de todas las reglas más principales de la arithmética práctica, escrita por Juan José de Padilla.
El primer periódico
La historia de la prensa está íntimamente ligada al surgimiento y desarrollo de la imprenta. Es así como surge en 1729 lo que podría considerarse como el primer periódico que circulara en el país, la Gazeta de Goatemala, una publicación que principió mensual, pero luego se fue transformando en periodicidad y contenidos. Originalmente parecía más una agenda de eventos religioso-culturales que un medio informativo.
Para finales de siglo ya tenía un cuerpo de ocho páginas, y su contenido era variado, con notas sobre política, economía, medicina y noticias en general, aunque siempre se incluían los asuntos eclesiásticos, dominantes en la época.
Para 1803, La Gazeta había evolucionado más. Su circulación era semanal –los días lunes– y tenía ya 16 páginas con contenidos variados. Su evolución no se detuvo, pero tras la independencia en 1821, y con el surgimiento del periódico La República en 1847, la Gaceta de Guatemala se convirtió en el diario oficial de la nueva República. Con los gobiernos liberales más adelante, su nombre cambió a El Guatemalteco.
Desde el siglo XIX hasta nuestros días, los periódicos han sufrido cambios sustanciales, principiando por la capacidad de producción, al extremo de que surgieron los diarios con mayor paginaje, pero eso no fue sino hasta principios del siglo XX, cuando se introdujeron avances tecnológicos como las rotativas, con capacidad de altos tirajes a velocidad considerable.
Hoy en día hay una gran cantidad de imprentas en el país, algunas de ellas siguen dirigidas principalmente a la edición de libros, aunque se hace evidente su debilitamiento e influencia, tomando en cuenta que se pueden hacer publicaciones digitales, es decir, que no se necesita del papel para la lectura. Sin embargo, como ocurre en todo el mundo, los autores aún cuentan con las impresiones en papel, además de poner sus obras en los ya famosos portales o librerías virtuales.