Enfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy
No más impuestos, prometió categóricamente el candidato Jimmy Morales en una entrevista con el colega José Eduardo Baldizán, entonces en un canal de TVAzteca.
A mí me respondió en el Foro Presidencial de la Cámara de Comercio, que no vamos a hablar de incrementar impuestos hasta que toda la población vea que los impuestos están siendo utilizados de la manera correcta (…). En consenso con la población, podemos sentarnos a decidir (…) sobre política tributaria.
Ni lo primero, ni lo segundo. Y el resultado es que fue obligado a dar marcha atrás con su Paquetazo, que no era más que un remedo de reforma fiscal, planteado –además– en mal momento.
El mandatario intentó aumentar impuestos sin haber transmitido antes confianza a la población. No hay una política definida de transparencia y no se ha hecho ningún esfuerzo verdaderamente serio para mejorar el uso de los recursos del Estado. Palabras, discursos y metáforas en contra de la corrupción hemos escuchado, pero como bien dice el refrán, se quieren hechos y no palabras.
¿Algún ministerio ha depurado a las empresas a las que hacen compras o contrataciones?
¿Hay alguna dependencia del Gobierno que haya depurado a sus miles y miles de empleados, entre los cuales hay muchísimas plazas fantasmas y otras que se han dado por complacencia política?
¿Hay alguna política de transparencia definida para realizar compras y contrataciones a razón de todos los hechos de corrupción comprobados?
¿Se ha visto una mayor eficiencia de alguna dependencia del Gobierno en su gasto público y gestión de recursos?
Me temo que el Gobierno del presidente Jimmy Morales, por más que diga que está teniendo grandes logros, no ha alcanzado una calificación más allá de mediocre, o similar a lo que antes se veía. Por supuesto que no hay indicios de la continuidad del saqueo que tuvo la administración del PP. Eso ya es bueno, pero no hay demasiado mérito, porque incluso puede ser más por temor que por convicción.
Pero no se ha avanzado en la construcción de un estilo de gestión pública distinto, que es lo que el país requiere. En vez de eso, se recurre a los argumentos que tanto hemos escuchado los guatemaltecos: Que el Gobierno es eficiente, transparente, bien intencionado, rebonito, etcétera y etcétera. Palabras, muchas palabras, pero hechos comprobables, muy pocos.
Ciertamente se ha visto una SAT diferente. Eso es bueno, pero no suficiente como para pretender que suban los impuestos sin más que el autoritario ¡porque sí!
Hay mucho de qué desconfiar. Esos diálogos con los salubristas y el magisterio no hacen más que hacer temer que habrá aumentos, que si bien no son necesariamente malos, se trata de acuerdos coyunturales y políticos, y no son precisamente resultado de un análisis de la situación, enfocado a mejorar la educación y seguridad.
Invertir más para tener los mismos resultados paupérrimos que ahora tenemos, no tiene sentido. A los políticos —gobernantes, altos funcionarios, cuadros medios, alcalde, diputados, y burócratas, en general— se les olvida que su razón de ser es buscar una mayor eficiencia de la administración pública y dar resultados de corto, mediano y largo plazo.
Para los funcionarios parece suficiente decir que el déficit que hay en materia de desnutrición, pobreza, salud, seguridad, educación o infraestructura, no se puede resolver antes de una década —o más—. Claro, así aseguran que su gestión no pueda medirse en los cuatro años que dura una administración.
Pero igual se gastan el presupuesto. También quieren más dinero asignado cada año. Pero hasta ahora no vemos una auténtica revolución en algunos de los ministerios. Todos siguen la inercia que viene y los resultados siguen siendo —más o menos— los mismos.
Han transcurridos ocho meses. Cualquiera puede preguntarse: ¿hemos visto algo que marque la diferencia en la gestión pública del Gobierno, de las municipalidades, del Congreso y otras instituciones del Estado? Me temo que la respuesta es contundente: ¡NO!
Entonces, no sería más lógico ordenar la casa, sacar la basura, ajustar el Presupuesto a una realidad, y después de mostrar buena intención, capacidad, transparencia y visión de desarrollo para el país, entonces hablar de impuestos y explicar hacia donde irán dirigidos con la certeza de que así sucederá.
Al presidente Morales no le están saliendo bien las cosas. Lástima que no lo reconozca, porque quiere decir que no hay soluciones a la vista y que si piensa que todo marcha de maravilla, el rumbo no cambiará. Para resolver verdaderamente un problema, el primer paso es reconocer su existencia.
Si el presidente cree que hay transparencia, eficiencia y calidad en el gasto público, y que todo se está haciendo de la mejor manera, lo que cabe esperar son resultados, pero hay razones de más para que se inquiete y se pregunte quién tiene la razón: quienes le dicen al oído que está teniendo una gran gestión, o esas grandes mayorías de ciudadanos que no ven cambios sustanciales.
Ahora que retiró su maltrecha y mediocre iniciativa, tiene tiempo para meditar… pero ojalá, y más que eso, aproveche su tiempo en actuar.