Pese al crecimiento económico y a los avances sociales que han registrado América Latina y el Caribe en el último cuarto de siglo, la igualdad entre mujeres y hombres sigue siendo una asignatura pendiente, según un informe de ONU-Mujeres presentado este miércoles en Santiago.
Cerrar estas brechas socioeconómicas y de género, en un contexto «adverso de desaceleración económica», es el principal desafío que destaca el informe «El Progreso de las mujeres en América Latina y el Caribe 2017. Transformar las economías para realizar los derechos».
Los autores del informe hacen un diagnóstico de la situación en los últimos veinticinco años y formulan propuestas para reducir las brechas, no solo entre hombres y mujeres, sino entre las mismas mujeres, en una región donde «las profundas» desigualdades socioeconómicas «se agudizan con algunas dinámicas familiares y con patrones patriarcales y violentos».
«Hoy el empoderamiento económico de las mujeres cobra más importancia que nunca si el objetivo de la región es erigir economías más prósperas, resilientes y con mayor igualdad de género», dicen los autores.
Según la directora de ONU Mujeres, la brasileña Luzia Carvalho, hay tres categorías de empoderamiento.
La peor es la que denominan los «pisos pegajosos», en la que están atrapadas las mujeres que han sido madres jóvenes, con bajo nivel de educación y alta carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
La intermedia es «escaleras rotas», que aunque tiene niveles intermedios de empoderamiento económico, sus ingresos son inestables y tienen dificultad para conciliar empleo y trabajo doméstico y cuidados.
En la categoría más alta, los «techos de cristal», tienen altos niveles de empoderamiento económico y de inserción laboral, pero las mujeres enfrentan discriminación, segregación ocupacional y brechas salariales.
Para uno de los autores del informe, el sociólogo uruguayo Fernando Filgueira, el empoderamiento de la mujer, una «revolución trunca», es, el proceso económico de mayor importancia después del éxodo rural.
Lo demuestra que «la creciente participación laboral de las mujeres en la región contribuyó de manera significativa a la reducción de la pobreza y la igualdad», sostiene.
Por eso, para los autores, la superación de estas brechas pasa por un cambio cultural, que incluya fomentar relaciones familiares más igualitarias y redistribuir el trabajo doméstico y los cuidados no remunerados, establecer sistemas de protección social universal con enfoque de género o crear más y mejores empleos y transformar el trabajo en favor de los derechos de la mujer.
Pero sin políticas públicas no parece fácil conseguirlo.
«Esto es un sistema y cada ficha que movamos, si la movemos con visión y enfoque de género, logramos avanzar en la equidad. Ningún sistema por sí solo lo logra, son todas las piezas juntas las que van avanzando», dijo la ministra portavoz del gobierno de la socialista Michelle Bachelet, Paula Narváez, en la presentación del informe.
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