El encierro por la pandemia animó a muchos guatemaltecos a producir vegetales y legumbres en sus casas para el autoconsumo, una actividad que además de ocupar el tiempo contribuye a paliar la crisis económica consecuencia del freno por las medidas de prevención.
«Antes no tenía espacio ni tiempo, pero estamos en época de pandemia y pude hacerlo. Ahora es un refuerzo para alimentarnos en la casa», contó a la AFP Adriana Armas, estudiante universitaria de 25 años, quien reside en Ciudad de Guatemala.
Espinaca, papa, romero y rábano; además de albahaca, chile y tomate, son algunos de los cultivos preferidos en los huertos instalados en patios o espacios libres en los domicilios.
Para Armas, es complicado cultivar verduras de forma tradicional por las restricciones y toque de queda impuestos por el gobierno para contener la pandemia, que suma en el país más de 5,000 contagios y supera el centenar de muertos, según cifras oficiales.
«No es que vivamos de la agricultura como muchos en el interior del país. Es un plan B por todo lo que puede venir más adelante respecto a la alimentación», advierte.
La joven comenzó a sembrar en tierra colocada en cartones de huevo y «poco a poco comenzaron a crecer las plantas», que ahora le proveen alimentos para el consumo.
Herencia
La ingeniera química Crista Chávez, de 28 años, también emprendió un huerto familiar para el cual produce su propio abono con un vivero de lombrices en su casa de Ciudad de Guatemala. Trabajar desde allí le ha dado el tiempo para ocuparse.
«Lo veo como algo de largo plazo porque es un acto de mucho aprendizaje, muchas técnicas y como seres humanos es parte de nuestra naturaleza el poder cosechar», dice, convencida de la importancia de enseñar prácticas de cultivo a los niños.
En eso coincide Erick Torres, un educador internacional sobre agricultura orgánica a campesinos que necesitan producir sus propios alimentos.
«Por la situación que estamos viviendo hemos visto la necesidad de expandir y diversificar los cultivos para suplir la necesidad alimentaria», dice Torres mientras trabaja en la construcción de un vivero para su hermano en la turística y colonial Antigua Guatemala (suroeste).
«El huerto es una escuela, es producción de alimentos, de semillas y una forma de guardar nuestra herencia biológica y cultural», agrega Torres, quien brinda talleres y asesorías en viveros, ahora de forma virtual por las restricciones.
Los huertos sirven para reivindicar «las semillas nativas y criollas, porque son un espacio de intercambio de conocimientos que se dan de generación en generación», asegura.
Según Torres, la venta de semillas se disparó por la proliferación de huertos familiares: en dos semanas vendió lo que antes le llevaba unos siete meses.
Respiro económico
El sobrino de este capacitador, Alejandro, de 23 años, se vio forzado a apoyar el huerto familiar por la crisis económica, confiado en que les ayudará a reducir costos en la alimentación y ahorrar dinero para pagar el alquiler de la vivienda.
La pandemia le asestó un golpe al tener que cerrar el local donde trabajaba preparando bebidas.
Es la situación de muchos en Antigua Guatemala, cuyo motor económico es el turismo. Sin visitantes, y con los restaurantes y bares cerrados, la ciudad apenas sobrevive.
«Mi papá es guía de turismo y esto lo afectó; mi hermana pequeña fue despedida porque trabajaba de bartender; y mi hermana grande se dedicaba a cocinar y a la preparación de café y se cerró el local que teníamos. No se puede abrir por las restricciones del gobierno y la crisis por la pandemia», lamenta el joven.
«Tener una zanahoria, una papa, en un plato ayuda a valorar el alimento y a aprender de la tierra», dice Alejandro. «Reconectarse con la tierra es importante. Lastimosamente tuvimos que llegar a este punto de decir ‘bueno hay una pandemia y necesitamos ver de dónde sacamos alimentos’. Realizar huertos es un conocimiento que se nos ha dejado y lo hemos ido olvidando con el tiempo», concluye.