Mario Alberto Carrera
El Plan para la Prosperidad —de Gringolandia— puede ser la conversión del Triángulo Norte de Centroamérica en un oasis de adinerado desarrollo para unos. Y para otros, en un infierno donde se podría llegar a consumar una confrontación armada entre China y los Estados Unidos. En Edén de bonanzas ilimitadas si se siguen los proyectos que, desde Estados Unidos, se procesan y se cumplen de acuerdo con las instrucciones que ya recibe el titular de la Comisión Presidencial para la Competitividad, D. Acisclo Valladares Urruela, hijo de nuestro talentoso embajador en Londres, D. Acisclo Valladares Molina.
Otros miran el Plan (PPTNCA) como la resurrección de la colonial Audiencia de los Confines donde —ayer— se traficaba la pura esencia de los encomenderos. Pero que hoy, en cambio, devendrá una enorme geografía —creada artificialmente— donde supuestamente se bombeará tanta fortuna y hacienda, en todo sentido, que nuestro lumpenproletariat regional, dejará de ambicionar y masturbarse con el sueño americano y decidirá quedarse —buena y mansamente, ellos las maras— en el obsceno triángulo de Centroamérica o en sus respectivos países.
Y otros grupos, acaso con mayor experiencia teórica y práctica —praxis política— piensan que es absolutamente perentorio formarse, organizarse y unirse apretadamente en un frente de convergencia (dos términos bien resobados en el diccionario político nacional y mundial) para hacerse con el Plan para la Prosperidad y ser este novísimo frente de convergencia, quien lo maneje y quien logre depurarlo antes de que, sin acuerdos democráticos y sin acuerdos consensuados con los gringos, el Triángulo devenga no en el triángulo de Venus, sino en el triángulo de Thanatos. A todo esto, como si Acisclo Valladares Urruela no hubiera comenzado ya a hacer lo propio en algunos municipios modelo, cual si fueran sus infantiles trocitos de juguete, bajo la sonrisa ensimismada de Benzodiacepina Morales…
Aunque yo soy de completa complexión escéptica y agnóstica —lo que se dice un libre pensador de pelo en pecho, aunque ya bastante canoso y veterano— creo que es muy oportuno y válido en Guatemala —aunque sólo sea un sueño de opio— alucinar con un gran frente de convergencia donde quepamos todos (y todas, como añadiría el bobito colombiano), donde nos perdonáramos y nos comprendiéramos y dejáramos de sacarnos la madre por cualquier quítame de aquí estas pajas: ¡Qué chulada sería!
Entonces, un movimiento de convergencia se prepara. Algo de ello se ha publicado, más de alguna vez, en elPeriódico en las últimas semanas. Parece que cuando se llega a cierta edad -y las uvas siguen estando muy pero muy verdes- se comienza a ser menos beligerantes, más tolerantes y más fraternizadores. Y ya no tan feroces ni tan polares.
El grupo del que estoy medio enterado por un columnista de elPeriódico —y del que hablo en los dos párrafos próximo superiores— es el que desea converger, con el fin de ir a la conquista de El Dorado llamado Plan para la prosperidad, uniendo a rojos y rosados con lo más rancio de la oligarquía nacional. El agua con el aceite ¡imposible fusión!, aunque se pinten de políticos avezados. Más se me hace —este alucine fusional— como el último suspiro antes de partir.
Hasta ahora sólo he leído, al respecto, la publicación de un escribiente, de vieja tradición en el periodismo nacional y no digamos en la literatura. Él, desde sus columnas, hace abierto y ¡clarísimo!, llamado ¡urgente!, a la convergencia —de un solo y unificado frente político— para la administración balanceada y con equidad del Triángulo Norte, antes de que sea tomado por el antique régime, con exclusividad. Está dispuesto a admitir en su ¿partido?, al CACIF, a la más rancia oligarquía del XVIII que aún patalea fuerte —Valladares Urruela es uno de ellos— pero también ¿y cómo no?, a la más conspicua y aristocrática ex guerrilla nacional encabezada por el pintoresco César Montes, de gran couleur local, sin menospreciar al grupusculito que se denomina —él solito— la sociedad civil; y al inmenso grupo Semilla. La izquierda rosa, como la llama el promotor de la convergencia.
Mil millones de dólares serán colocados en el trifinio. Para aquellos que son ambiciosos y que todavía lo son a pesar de que ya están por lo setenta o más, es quizá la última tentación que el Señor ponga en sus caminos de las siete décadas. Para los que están jóvenes y que con paso firme y rápido caminan por las galerías de palacio o de Congreso (quitemos los artículos diría el bobito colombiano) es mayor la seducción y la fascinación por tantísimo dinero. Yo, desde los frescos jardines de Arrazola Fraijanes, donde aún no llegan tantos gases tóxicos que mareen mis mientes, veo pasar los Mercedes, los Jaguares y los Volvo —pero también más de un desguazado Kia— que conducen vertiginosos ocupantes hacia el Triángulo Norte —y a convergencias— a beber leche y miel del área trifiñera.
Estoy en el jardín y me rodean las emplumadas jacarandas, los enhiestos y verticales cipresales y la copa de un pino: un templo vegetal de clorofila. Alguna vez soñé con el poder, las convergencias, los unificados frentes y simposios con los gringos: alianzas para el progreso, becas y ediciones millonarias de mis novelas. Todo ha pasado. Creo que el aceite y el agua nunca habían estado tan imposibles de unir y converger en Guatemala.
Converjo conmigo mismo y con el paisaje que me envuelve. Y contigo, si quieres venir a verme.
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