La heroica batalla de San José La Arada
El Ejército y los liberales enaltecen la batalla de Chalchuapa, en la cual murió Justo Rufino Barrios —todo un desastre castrense—, y olvidan la librada por Rafael Carrera en la meseta de Chiquimula, conocida como San José La Arada, en donde se escribió la página más gloriosa en la historia militar de Guatemala.
El 29 de enero de 1851, tropas de Honduras y El Salvador invadieron Guatemala por tres lugares diferentes. El ejército aliado se conducían bajo las órdenes de un experimentado pero veterano militar francés, Isidoro Saget, quien tenía a su cargo a diez de los generales más destacados de Centroamérica, con seis mil soldados en armas.
El 1 de febrero, el general Saget ordena al ejército salvadoreño rodear a las fuerzas del teniente general Rafael Carrera y Turcios, en ese momento comandante en jefe de las fuerzas armadas guatemaltecas, al frente de mil quinientos hombres bajo el mando de seis oficiales, ninguno de ellos con el rango de general.
Los gobernantes liberales, Juan Lindo (Honduras) y Doroteo Vasconcelos (El Salvador), desean remover del poder al conservador guatemalteco Mariano Paredes, quien desde principios de enero conoce de sus intenciones de invadir, pero confía en la habilidad de Carrera para organizar la defensa de la soberanía nacional.
Antecedentes
Con el triunfo de los conservadores, varios liberales guatemaltecos salen al exilio en El Salvador, en donde Vasconcelos no solo les acoge, sino que les brinda espacio y recursos para mantener una oposición activa, la cual llega a organizar incluso, una fuerza militar conocida como La Montaña que operaba en el oriente del país.
Sin embargo, el gobernante salvadoreño comprende que aquella oposición no avanza y decide buscar una solución militar, con la ayuda de sus colegas, igualmente liberales, de Honduras y Nicaragua. Solamente el hondureño Juan Lindo acepta el desafío y aporta tropas para invadir Guatemala.
Aún son recientes las heridas dejadas por las guerras dentro de la República Federal de Centro América, así como el recuerdo de los enfrentamientos entre Carrera y el caudillo hondureño Francisco Morazán.
Los aliados confían en su superioridad numérica y la capacidad de sus renombrados generales, al extremo de que, con cruda prepotencia, Vasconcelos envía el 28 de enero una declaración de guerra con varios puntos, entre los que destacan cuatro:
Que el presidente guatemalteco abandone el cargo, para ser ocupado por un hombre de confianza de los invasores.
Que Carrera salga al exilio y sea conducido hacia alguno de los puertos del sur por un regimiento salvadoreño.
Que, una vez al mando de Guatemala, la alianza invasora convoque a una Asamblea Constituyente.
Que el ejército salvadoreño pueda ocupar los territorios de Guatemala que considere convenientes y por tiempo indefinido.
Quien responde al abusivo ultimátum es nada menos que el propio Carrera, en estos términos (textual):
No tiene usted autoridad por las leyes de San Salvador para hacer declaratorias de guerra y no pudiendo mandar tropas sin permiso de las cámaras. Al presentarse armado, declarando la guerra a Guatemala, este gobierno considera a usted y a los que lo acompañan como facciosos ejecutando un atentado en contra de la soberanía y libertad de la República de Guatemala. No nos corresponde, pues, otra cosa que dar conocimiento del anuncio que usted hace de que se introducirá con tropas en este territorio; al general en jefe del ejército de Guatemala que guarnece las fronteras, para que obre al honor y seguridad de la República. Dios guarde a usted muchos años.
No hay espacio para la diplomacia; la invasión se produce. Con el propio presidente salvadoreño a la cabeza, delega el mando operativo en Saget.
La gran batalla
Como hemos visto, la estrategia es acorralar a las tropas de Carrera. Los primeros movimientos empiezan el 1 de febrero y todo está listo para el combate el día 2 de febrero. Los aliados toman la iniciativa y atacan por tres frentes. Los soldados guatemaltecos defienden una colina desde donde se ve la meseta de La Arada, en Chiquimula.
El historiador Francisco Polo Sifontes narra de esta manera lo que sucedió en la batalla.
¡Once generales! ¡Lo mejor de la oficialidad que había entonces en Centro América!, al frente del más poderoso ejército visto hasta entonces en estas tierras.
El mayor mérito de la estrategia empleada fue el hecho de que Carrera se movía de tal manera, que fingiendo que se retiraba, fue haciendo que el enemigo le siguiera hasta el sitio que él deseaba.
El militar guatemalteco mueve bien a sus oficiales y tropas y castiga a los invasores con fuego de artillería. Cuando los combates llegan cuerpo a cuerpo, Carrera incendia unos cañaverales y logra hacer que los invasores le persigan, para luego rodearlos y dejarlos atrapados entre el fuego y un río. El pánico se apodera de los invasores y el viejo general Saget ordena el toque de retirada, la cual se realiza de manera desorganizada hasta que cruzan la frontera con El Salvador.
Vasconcelos también participó de la huida, y a su regreso a San Salvador era abucheado por los salvadoreños, que pronto conocieron la noticia de su humillante derrota.
Los expertos e historiadores destacan que Carrera supo aprovechar el factor geográfico, pues conocía a la perfección el terreno y llevó al enemigo al punto donde les quería tener. Otro aspecto importante para la victoria fue el hecho de que la mayoría de soldados guatemaltecos eran oriundos de lugares cercanos. Se ha calificado también de extraordinaria, no solo la estrategia militar, sino toda la movilización de artillería y de los regimientos. En cada movimiento realizado se puede apreciar la capacidad militar del que pronto sería llamado a ser presidente vitalicio.
Esta victoria militar no solo preservó la soberanía de Guatemala, sino que, además, logró que su hegemonía fuera reconocida en Centroamérica. Tras este acontecimiento, una Asamblea Nacional Constituyente promulgó el Acta Constitutiva de la República, en donde se establecen los principios sobre los que funcionará la República, fundada cuatro años antes.