«Cuando supimos que el avión había sido derribado por un misil, fue como si ella hubiera muerto otra vez», lamenta Amirali Alavi, un estudiante irano-canadiense que perdió a su madre en el avión de Boeing abatido por Irán.
«Cuando pienso que eso se podría haber evitado, que alguien es responsable…», dice, furioso y desconsolado, este joven de 27 años que estudia derecho en Toronto.
Su madre, Neda Sadighi, una oftalmóloga de 50 años, había ido a pasar las fiestas de fin de año con su familia en Teherán. La fallecida había abandonado la capital iraní hace una década con su marido Farzad y su hijo para instalarse en Canadá.
«Le hablé justo antes de que fuera al aeropuerto. Le dije que estaba preocupado por ella por todo lo que ocurría en Irán, entre Irán y Estados Unidos», cuenta Alavi. «Me dijo: ‘no te preocupes, todo va bien, estaré allí mañana'».
Unas horas después, un misil iraní derribó -«por error», según Teherán- el Boeing de la aerolínea Ukraine Airlines International en el que viajaba, matando a las 176 personas a bordo, incluidos 57 canadienses, miembros en su mayoría de la comunidad iraní.
«Todas las muertes son tristes, pero algunas son trágicas y te destrozan el corazón», dijo Alavi tras una ceremonia celebrada el domingo en Toronto en memoria de las víctimas de la catástrofe aérea.
«No es sólo una tragedia cualquiera, es culpa de quienes buscan la guerra despreciando la vida humana», añadió, refiriéndose a las crecientes tensiones entre Washington y Teherán.
El estudiante recuerda haber pasado por todo tipo de sentimientos: la conmoción, la tristeza, la incomprensión y finalmente la cólera, cuando Irán, presionado por la comunidad internacional, admitió que uno de sus misiles había abatido el avión.
«Fue como si hubiera muerto otra vez, como si hubiera muerto en vano», dice Alavi, uno de los cerca de 210,000 canadienses de origen iraní que viven en el país norteamericano, según datos oficiales.
Sueños rotos
En los últimos cinco días, se ha honrado la memoria de los fallecidos en muchas ciudades de Canadá.
El domingo en Toronto, donde vive la mitad de la comunidad iraní en el país, una ceremonia congregó a miles de personas. Muchas hablaron de los sueños rotos de esos inmigrantes que, en su mayoría, tenían muchos estudios y habían acudido a Canadá en busca de un futuro mejor.
Era el caso de Neda Sadighi, que había inmigrado con su marido y su hijo gracias a un programa destinado a los trabajadores cualificados.
La pareja de cirujanos ya no se sentía segura en Irán y había decidido empezar de cero con su niño, recuerda el marido de Neda, Farzad Alavi, de 55 años.
A su llegada a Toronto, trabajaron mucho para rehacer su vida. Ella volvió a estudiar y se convirtió en oftalmóloga, él es ahora un naturópata.
El padre y su hijo se muestran agradecidos por «la ola de apoyo» que recibieron en Canadá, desde las palabras compasivas del primer ministro, Justin Trudeau, el domingo en Edmonton (oeste), hasta los mensajes personales.
«Todos reaccionaron de una forma tan humana», dice Amirali conmovido. «Eso me hace sentir realmente en casa aquí y me ha recordado que tomamos la buena opción al venir a vivir a Canadá».