De Colombia a Senegal, pasando por Malasia o Macedonia del Norte, la AFP salió al encuentro de los jóvenes de la Generación Z, de entre 15 y 24 años, que aprovecharon el confinamiento para comprometerse al servicio del planeta.
La historia decidirá si se convierten en la «generación Coronavirus», marcados para siempre por la pandemia que paralizó al menos a la mitad de la humanidad cuando entraban a la adolescencia o al inicio de la edad adulta.
Por el momento decidieron ayudar a sus comunidades respectivas a luchar contra los efectos del COVID-19 gracias al arte, las nuevas tecnologías o el uso creativo de las redes sociales. Su manera construir «el mundo que vendrá después».
Solidaridad más allá del teléfono
«Si no trabajo como voluntario y la gente como yo no lo hace ¿quien lo hará entonces?», se pregunta Malak Sabah, de 24 años, que desinfecta las calles del campo de refugiados sobrepoblado de Wavel (Líbano), donde vive desde su nacimiento.
Con un chaleco amarillo, la refugiada palestina se propuso como voluntaria para combatir el coronavirus cuando apareció en el campo, a finales de abril.
«Lanzamos una campaña de sensibilización porque algunas personas no se lo tomaban en serio. Es un virus oculto, requiere toma de conciencia, conocimientos y protección», indica.
Un compromiso que difiere de los estereotipos de esta generación nacida con las plataformas tecnológicas como Google, Amazon o Facebook, que estaría más inclinada a pasar sus días frente a Netflix o los videojuegos que a preocuparse por sus vecinos.
Los jóvenes «tomaron conciencia del poder de las redes sociales para difundir mensajes», y de que eran los mejor situados «para ayudar a los más vulnerables», asegura Walid Badi, de 24 años, un deportista francés que vive en Ivry-sur-Seine, cerca de París.
La crisis sanitaria mostró «que no solo somos buenos para quedarnos en casa frente a los teléfonos sino que también estamos muy anclados en la realidad», indica.
Mientras las estrellas del deporte hacían videos en directo por Instagram para ayudar a sus seguidores a soportar mejor la ausencia de competiciones deportivas, Walid Badi, jugador de balonmano profesional, prefirió ayudar a las personas sin hogar.
Con su asociación «Solidaritess», Walid hizo muchos recorridos con su amigos y repartió ropa a los «olvidados» del confinamiento, en los suburbios y el sur de la capital francesa.
Drones, impresoras 3D y bicicletas futuristas
Lejos del mundo de las patentes de éxito, existen «geeks» superdotados que comparten su experiencia tecnológica.
Es el caso de José Otero, un venezolano de 22 años, que inventó un dron «low cost» para transportar medicinas y resultados de test de coronavirus en Barranquilla, en el norte de Colombia, pese a las restricciones de circulación.
«Antes nos decían que nos teníamos que separar de los aparatos tecnológicos o de los teléfonos, porque eso nos separaba. Por el contrario ahorita es lo que nos une» dice con entusiasmo este venezolano que tuvo que exiliarse.
En Dakar (Senegal), Ibrahima Cissé, de 23 años, construyó con sus compañeros de la Escuela Politécnica una bicicleta futurista para detener la propagación del virus.
La bicicleta sirve a la vez como mensajera para «la población que tiene dificultades para estar confinada en su casa» y como distribuidora de productos desinfectantes.
«Estamos aprendiendo cómo ser útiles a la población, al planeta» con proyectos que toman en cuenta varios criterios como «el medio ambiente, las necesidades de la población, y también la reducción de los costos porque somos un país pobre y no podemos pensar en proyectos extravagantes», dice este futuro ingeniero senegalés.
En París, Roméo Estezet, un estudiante de 15 años, se especializó en la impresión 3D de viseras de protección para el coronavirus.
Hasta ahora fabricó más de 1,500 gracias a los aparatos que tiene instalados en su habitación de adolescente, una cifra impresionante de 80 viseras al día.
«Mi sueño es mostrar a otros jóvenes la utilidad y sobre todo la facilidad de esta tecnología, que pone al alcance de todo el mundo la producción de objetos», especialmente en tiempos de crisis, dice.
El arte, más fuerte que el aislamiento
Otros jóvenes, encerrados en pequeños apartamentos de los suburbios de las grandes ciudades, encontraron en el arte la manera de romper las barreras del confinamiento y la enfermedad.
Wan Jamila Wan Shaiful Bahri, una pintora autista de Malasia, realizó una serie de cuadros llamada «Nuestros héroes» para rendir homenaje «a todas las personas que están en primera línea» contra la pandemia, que ha causado más de 369,000 muertos en el mundo.
«Recopilo todas las historias que vi en los noticieros», dice la adolescente de 17 años, más conocida con el nombre de «Artjamila».
Sus cuadros están lleno de personajes con mascarilla vestidos de azul y con mirada inquieta.
Esta artista autodidacta, que pasó ocho horas diarias en su taller de los suburbios de Kuala Lumpur durante los dos primeros meses del confinamiento, logró que una de su obras fuera seleccionada para una campaña de sensibilización del ministerio de Sanidad.
A más de 10.000 km de la capital malasia, Eva Stojcevska, una estudiante de 16 años que vive en el centro de Skopje (Macedonia del Norte), trabajó duro para mantener su pasión: el teatro.
Desde que el virus llegó a este pequeño país de los Balcanes a principios de marzo, las obras donde debía actuar fueron anuladas.
Para no dejar morir el festival cultural anual de su escuela, Eva y sus amigos cambiaron el programa y al final decenas de artistas pudieron presentar sus espectáculos en directo en Facebook.
Con más de 40,000 vistas y comentarios elogiosos «fue mucho mejor que lo previsto», señala.
Revoluciones aplazadas
De Hong Kong a Santiago, pasando par Argel, Bagdad o Beirut, la pandemia detuvo las aspiraciones de cambio de los movimientos prodemocráticos que sacudieron el planeta antes de la aparición del coronavirus.
Pero solo es una «pausa», advierte la chilena Camila, una trompetista de 24 años que prefiere no dar su apellido y que participó en las manifestaciones contra las desigualdades sociales en su país desde octubre.
Camila acusa al gobierno chileno de haber favorecido la reanudación de la actividad económica frente a la protección de la población pese que la América Latina se convirtió a finales de mayo en el epicentro de la pandemia.
«Sentimos el abandono, de que somos mano de obra barata y así nos tratan y así nos quieren (…) A este gobierno le falta mucha humanidad, este gobierno prefiere tener muertes a que sus empresas tengan pérdidas económicas», afirma.
Muchos habitantes de Santiago ya incumplieron el confinamiento obligatorio para manifestarse y reclamar ayudas alimentarias frente a la explosión del desempleo en los barrios más pobres de la capital.
“Cuando acabe la pandemia no vamos a tenerle miedo a un virus pero vamos a tener mucha rabia, vamos a recordar lo que estos tipos nos hicieron vivir», asegura Camila.
«Un montón de personas que van a salir a las calles a reclamar porque perdieron a un ser querido porque ellos no tomaron las medidas para cuidarnos», afirma
¿Y el futuro?
Pese al sentimiento de injusticia y a veces de furia, los jóvenes también expresan mucho optimismo. Todos esperan que el mundo sacará enseñanzas positivas de la pandemia.
«Espero que la gente será más consciente de su salud, del medio ambiente y que comprenda que incluso sus pequeños pasos pueden influir al mundo», dice Eva Stojcevska, que insiste en la amenaza climática par las generaciones futuras.
El jugador de balonmano francés Walid Badi sueña con una sociedad más proclive a la «igualdad, la cohesión social».
Los jóvenes de entre 15 y 24 años ya son las principales víctimas de la crisis económica, con un joven de cada seis sin empleo, según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo.
«Veo al mundo post-Covid con mucha incertidumbre para mucha gente», teme por su parte José Otero.
Con una tasa de 13.6% en 2019, el desempleo de los jóvenes ya es más elevado que en cualquier otro grupo de población.
«Vienen tiempos difíciles, dice Malak Sabah. Pero no duran eternamente».