Frente a la COVID-19, la dacha vuelve a ponerse de moda entre los moscovitas

Durante toda su vida, Ivan Chernyshev fue submarinista en la flota rusa, así que el hecho de estar confinado en su dacha, el refugio de muchos rusos en tiempos de crisis, no le plantea ningún problema.

«Aquí se está bien. Vamos a cultivar zanahorias, fresas y quizá patatas», explica el hombre, de 78 años, mientras que su esposa, Ludmila, poda los rosales del jardín. Desde hace un mes, la pareja vive en su casa del campo, en Sokolniki, a una hora de coche al noroeste de Moscú.

Ante el avance del coronavirus, que ha causado oficialmente 513 muertes y 57,999 contagios en Rusia, según el recuento del miércoles, el gobierno ruso ordenó medidas de confinamiento, lo que llevó a muchos rusos a recurrir a estas casetas de campo de la época soviética.

La vivienda había perdido lustre en los últimos años, frente a la popularidad creciente de los viajes al extranjero y otras actividades de ocio, pero ahora parece recobrar su atractivo.

«Aquí el aire es fresco, paseamos por la naturaleza sin mascarilla», comenta animada Arina Bannikova, una arquitecta de 26 años, confinada en Sokolniki con su madre, su hermana, otra familia de cuatro personas, un perro y dos gatos.

Su dacha, que normalmente solo usan en verano, se ha transformado en un patio de recreo para Maxime, de 11 años, que recorre los caminos en monopatín. «Aquí tengo todo el espacio que quiera», dice.

Para Natalia Sapiga, una profesora de 53 años instalada en el mismo pueblo, este aislamiento resulta además eficaz para «cumplir con todas las reglas de seguridad» contra el virus.

Todos a la dacha

Durante las dos primeras semanas de abril, cuando se decretó el confinamiento en Moscú, las búsquedas de alquiler de dachas en la región de la capital se multiplicaron por más de cinco, respecto al mismo periodo del año anterior, según Cian.ru, una destacada página de anuncios inmobiliarios, citada por la agencia TASS.

Muchos propietarios moscovitas se apresuraron a marcharse a las suyas.

«Esto es interesante, pues en los diez últimos años hubo una grave crisis de la dacha», explica a la AFP el antropólogo Mijail Alekseevski, autor de un estudio sobre el tema.

«Mucha gente se acuerda ahora de que tiene una dacha y emprende reparaciones urgentes, con la prioridad de instalar una buena conexión a internet», señala.

AFP / Alexander NemenovAksinya Bannikova juega con un perro en el exterior de su dacha en Sokolniki, a unos 40 kilómetros al oeste de Moscú.

Estas casas y cabañas campestres, una suerte de propiedad privada en la época soviética, se cuentan por decenas de millones de Rusia y engloban realidades muy diversas.

Sin embargo, los observadores constataron recientemente un incremento en el número de casas abandonadas y dificultades a la hora de encontrar compradores.

Según un sondeo del centro de estudios Vtsiom, el número de ciudadanos rusos con ese tipo de residencia secundaria pasó de 46% a 42% de 2014 a 2019.

«Pista de emergencia»

Varias razones explican este desinterés: una oferta más amplia de ocio urbano, la posibilidad de viajar al extranjero o los costes de mantenimiento de la dacha, además de los atascos que a veces hay que soportar para llegar a ella.

«Durante la Unión Soviética, la dacha era un medio de escapar de la realidad soviética. Pero, en un mundo globalizado, a veces hay cosas más interesantes que deslomarse en una huerta», afirma Mijail Alekseevski.

AFP / Alexander NemenovNatalya juega con un perro en el exterior de su dacha en Sokolniki, a unos 40 kilómetros al oeste de Moscú.

Y ahora que se anuncia una crisis económica a raíz de la COVID-19, ¿se convertirá la dacha en esa ansiada parcela de tierra vital en la que cultivar patatas para sobrevivir, como en el ocaso de la Unión Soviética?

A Volik Ginzbourg, de 72 años, la pregunta le hace reír. «Hice eso hace 30 años, pero eran unos años de pesadilla. Nada que ver con este virus», afirma el ingeniero jubilado, vecino de Kliazma, al norte de Moscú, que vive con una pensión irrisoria de 19,000 rublos mensuales (230 euros).

En sus viajes por Rusia, el antropólogo Mijail Alekseevski se ha dado cuenta no obstante de que tener un huerto, sobre todo en las regiones más empobrecidas, ha tenido siempre «un fuerte significado».

«Y con esta epidemia, la idea de tener una dacha en buen estado ganará fuerza», augura. «Como decimos aquí, más vale contar siempre con una pista de aterrizaje de emergencia».

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