Francisco Sandoval: La memoria del silencio

Francisco Sandoval

(La Página de Franco)

En la Feria del Libro de este año conocí y escuché a varios colegas presentando sus libros o comentando novedades literarias de España, México, Nicaragua, Costa Rica, Argentina. Varios de Guatemala, por supuesto. Quien se perdió esa feria no debe privarse de ese tal lujo el año entrante.

            Uno de mis nuevos tesoros adquiridos (a precio reducido) son los doce tomos de la Memoria del Silencio. Días después de comprarlo, uno de esos virus que andan afiebrando y haciendo toser a medio mundo me tumbó en la cama un par de días. Durante ese tiempo tuve los ojos puestos sobre miles de relatos que hacen sangrar las blancas páginas de tan extraordinario documento. Justo es reconocer que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, establecida de conformidad con uno de los Acuerdos de Paz, cumplió a cabalidad su mandato. Un grupo de técnicos y profesionales con esmero y eficiencia recorrió el país durante dos años haciendo entrevistas de todo tipo, recogiendo testimonios y evidencias de los diferentes actores de la guerra. El resultado, una radiografía del conflicto interno.

Tomos del informe Memoria del Silencio

            De lo poco inconsistente que encontré en esta Memoria es que en una parte se cifra en 200 mil el número de muertos y desaparecidos y en otra, en la que se hace gala de cálculos precisos, la cantidad es de 132 mil. En todo caso, el horror es abundante y, como se sabe, en un 93% atribuible al ejército.

            Al referirse a las causas del conflicto, el informe retrocede hasta el operativo Opa Locka organizado en Florida por la CIA para desplegar propaganda anticomunista y una invasión militar para derrotar a Jacobo Árbenz. Citan a varios norteamericanos que participaron en esa operación. Esta anécdota tiene doble propósito: mostrar que la técnica de la docena de tomos de la Memoria del Silencio es documental, vale decir probando lo que se dice, y revela el triste papel del gobierno estadounidense en la destrucción de la democracia guatemalteca. Por cierto, muchos esperamos con ansias la próxima novela de Mario Vargas Llosa que, precisamente, aborda esa triste noche de nuestra historia.

La mayoría de tomos de esa Memoria provoca tristeza y lágrimas hasta en los más valientes. Los detalles, con crudezas que hacen ver el abismo en que cayó Guatemala, con nombres de las víctimas y ubicadas en lugares y fechas específicas, golpean al corazón más insensible. Quien esté interesado en lo acontecido puede saber quién fue el victimario y las víctimas de secuestros, torturas, asesinatos individuales o masacres.

Revela honestidad intelectual de los autores anotar el grado de certeza que tiene cada caso reportado (1, 2 ó 3). Además de ese recuento detallado de la vergüenza institucional (el ejército y el gobierno), el compendio también documentó errores y horrores de la guerrilla, como en el volumen XI que relata una docena de “ejecuciones arbitrarias” en Sololá, incluyendo una masacre de patrulleros (dos niños entre ellos).

            Dicen algunos siquiatras que el sufrimiento del alma hace que uno no pueda curar su cuerpo. Quizás por eso desde la Filgua para adelante pasé tres semanas con gripe y tos. Aun así, no me arrepiento: la lectura cuidadosa de los doce tomos de la Memoria del Silencio me ha vuelto más hermano de mis hermanos de nación.

            Parte de lo interesante de esta crónica de muerte y destrucción es que se pregunta a los actores de la violencia institucional qué hay detrás de tanta sangre. La respuesta general es una doctrina, la Seguridad Nacional y la lucha contrainsurgente. En 1998, cuando la CEH estaba en plena labor investigativa, el ministro de la Defensa menciona que eso era “expresión de la guerra fría en nuestra región”, lo cual dio lugar a “mecanismos totalmente irregulares, alentados externamente”. Los culpables son otros, quisiera decir. El informe no se resigna a transcribir explicaciones diplomático-militares. Presenta lo que durante el fragor de la guerra fueron los planes Victoria 82 y Firmeza 83, estructuras estatales y paraestatales de todo tipo y manuales de lucha antisubversiva. La claridad es meridiana: “enemigo interno son todos aquellos individuos, grupos u organizaciones que por medio de acciones ilegales tratan de romper el orden establecido… que siguiendo consignas del comunismo internacional  desarrollan la llamada guerra revolucionaria.” Victoria 82 tiene instrucciones como estas: “localizar, capturar o destruir grupos o elementos subversivos”. El ciudadano estaba de un lado o de otro; el de en medio también es subversivo. Y los de en medio fueron precisamente los que abultan el número de muertos desaparecidos o desplazados.

            En los pueblos del Triángulo ixil (Nebaj, Cotzal y Chajul), donde el EGP había logrado organización y simpatías, el ejército estableció una consigna: los que no se trasladen a vivir a las tres cabeceras municipales serán desaparecidos.

¿Qué hacer con esta información sobre la noche más oscura que ha tenido la nación más sufrida de América Latina? Borrarla, pensará la mente más conservadora. Conocerla, analizarla y aprender lecciones que permitan que eso no se repita nunca más, es mi propuesta. Es imposible borrar lo acontecido aunque inicialmente nos hubiera llegado en forma de propaganda y fake news.

            Estoy particularmente agradecido con la Memoria del Silencio porque me ha provisto de un invaluable material para una novela que también es crónica sobre esa tormenta que todavía tiene a Guatemala sin un horizonte compartido.

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