Los veranos en Coney Island tienen su propia banda sonora: alaridos excitados desde las montañas rusas, carcajadas en los autitos chocadores y risas infantiles en las tazas giradoras.
Pero este año la pandemia de coronavirus ha silenciado el famoso paseo marítimo de Nueva York, que atraviesa uno de los periodos más difíciles de su historia de 150 años y teme por su futuro.
«Es horrible, es deprimente», dice Dennis Vourderis, sentado entre los juegos cerrados del parque de atracciones de la Rueda Gigante Deno, del cual es propietario junto a su hermano.
Centenario
El año 2020 debía ser enorme para Deno, ya que el parque celebraría el 100º aniversario de su atracción más conocida: la rueda gigante de 45 metros de altura.
Pero el covid-19 y la ausencia de turistas extranjeros provocó el primer cierre de la rueda gigante en verano desde su apertura en 1920, poniendo fin a un periodo de actividad que sobrevivió incluso a la Segunda Guerra Mundial.
Los hermanos Vourderis también han tenido que aplazar un plan de expansión tras gastar 12 millones de dólares en la compra de un terreno adyacente y una nueva atracción.
«Normalmente nuestros ingresos son de varios millones de dólares. Este año, es cero. Hemos tenido algunas noches en vela, por supuesto», dijo a la AFP Dennis Vourderis, de 61 años.
Cerca, en la rambla frente al Atlántico, se encuentra el Ruby’s Bar and Grill, un restaurante que atiende a los veraneantes desde 1934.
«Nuestro negocio ha caído un 75% de lo que normalmente sería si no hubiera coronavirus», dice su propietario, Michael Sarrel.
«El parque de juegos del pueblo»
«No podremos ganar suficiente dinero como para pagar el alquiler esta temporada. De hecho estamos estudiando seriamente vender el negocio», añade.
Coney Island, situada en el extremo suroeste de Brooklyn, comenzó a acoger atracciones hacia 1880, y se le conoce como «el parque de juegos del pueblo» en Nueva York.
En un año normal, unas siete millones de personas acuden a su abarrotada playa y su rambla, asisten al concurso anual para ver quién come más perros calientes, se deleitan con ostras fritas o algodones de azúcar, y disfrutan de sus juegos de atracciones.
«Cada tipo de persona que te puedas posiblemente imaginar está aquí, todos mezclados, celebrando la vida», dice Lola Star, propietaria de una tienda de ropa en el paseo.
«Es tan mágico y tan importante para la ciudad», afirma.
La crisis del coronavirus llega en un momento complicado para Star -su nombre verdadero es Dianna Carlin- que mantiene una disputa con el propietario del local porque éste ha aumentado el alquiler.
Star se siente víctima de intentos de aburguesar el área y teme que la pandemia acarree la muerte de su negocio de 20 años.
«Ha sido el episodio más difícil de mi vida. Estoy luchando para mantener mi negocio a flote», cuenta.
Tras años de declive de la zona entre los ’70 y los ’90, Coney Island es revitalizada desde comienzos de siglo.
Pero la limpieza de la zona y las mejoras también han provocado una batalla por su alma, ya que hay varias tiendas pequeñas y familiares que desaparecen y son reemplazadas por cadenas caras.
En 2009, el gobierno del entonces alcalde Mike Bloomberg compró varias hectáreas del dilapidado distrito a un empresario inmobiliario que quería desalojar a sus inquilinos y construir hoteles y apartamentos de lujo al estilo de Las Vegas.
La ciudad alquiló la tierra a Zamperla, un fabricante de atracciones italiano. Le permitió abrir la zona de atracciones Luna Park y fijar rentas para la tienda de Lola Star y un puñado de otros negocios.
Gentrificación
Star dice que Zamperla está intentando subirle el alquiler un 500%.
El presidente de la compañía, Alessandro Zamperla, dijo a la AFP que el aumento «no es ni cerca» tan grande, pero asegura que el alquiler anterior estaba «significativamente por debajo del valor de mercado».
Un portavoz del gobierno municipal de Nueva York dijo a la AFP que «trabajan con socios» en Coney Island sobre maneras de «mantener su encanto».
Pero los negocios aseguran que no han recibido suficiente ayuda como para sobrevivir la crisis.
Los préstamos gubernamentales de protección apenas fueron suficientes como para cubrir un par de semanas de gastos, dijo a la AFP Alexandra Silversmith, directora ejecutiva de la Alianza para Coney Island.
Coney Island ha sobrevivido otras crisis en el pasado, sobre todo el huracán Sandy en 2012 que arrasó comercios y atracciones, enterrándolos en la arena.
Pero los propietarios de las atracciones dicen que con el coronavirus ha sido más difícil: a la devastación financiera se ha sumado el trauma psicológico de no saber cuándo podrán reabrir.
Temen que el coronavirus anule toda su temporada de abril a octubre. Otros sectores de Nueva York, donde el covid-19 mató a más de 23.000 personas, han reabierto, pero mantener el distanciamiento social en una montaña rusa es difícil.
En el parque Deno, donde el personal aprovecha el tiempo libre para aplicar una nueva mano de pintura a los juegos, Vourderis intenta mantenerse positivo.
«Tendremos que celebrar los 100 años de la rueda gigante el año que viene», dice.