El lema de la camiseta da pistas de la nueva lucha de Davinson López: «Nuestra única arma, la paz». El exguerrillero de las FARC mantiene su apuesta de silenciar los fusiles pese al anuncio de excamaradas de volver a las armas en Colombia.
«La paz es irreversible, lucho por ella», dice a la AFP desde una loma del municipio de Icononzo, donde está una de las 26 zonas para la reincorporación de excombatientes de la que fue la guerrilla más poderosa de América.
En las faldas del cerro viven unos 300 exguerrilleros desde finales de 2016, cuando se firmó el pacto que condujo al desarme y transformación en partido de los rebeldes comunistas.
En ese terreno de 22 hectáreas siembran maíz, papa, alverja y aguacates. Otros fundaron empresas de confección o una cervecería artesanal. Algunos trabajan en fincas aledañas.
Todos ellos ratifican su compromiso con la paz tras el anuncio que hizo hace una semana el otrora número dos de las FARC, Iván Márquez, y otros excomandantes de iniciar una nueva rebelión por la «traición» del Estado a lo convenido.
Aunque alega incumplimientos del Estado, López asegura que «las armas no le preocupan a uno, porque se dio un paso y ahora la palabra (…) es la que vale».
Como a muchos, el rearme de los excombatientes y otros exjefes incluido Jesús Santrich -requerido por Estados Unidos por supuesto narcotráfico- lo tomó por sorpresa. «Es algo que uno no se esperaba… y más del camarada Iván Márquez, que en el momento fue el que firmó los acuerdos» como jefe negociador.
Sobrevivir en paz
López vivió 20 de sus 33 años defendiendo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Sobrevivió a combates y bombardeos.
Pero la muerte por poco los alcanza a él y a su hijo de cinco años hace tres meses. Error del gatillero o fortuna, resistió un ataque de sicarios que atribuye a escuadrones de ultraderecha y que, asevera, sigue impune.
Temió convertirse en uno de los 150 exguerrilleros que, según el partido FARC, han sido asesinados tras firmar la paz. Por eso huyó de Marquetalia, el lugar asignado para su reincorporación y donde los rebeldes se sublevaron en 1964. En Icononzo administra una tienda.
«Por la paz toca luchar, tenemos que ser consecuentes», afirma.
Aunque la «inmensa mayoría» de los 13 mil antiguos combatientes, milicianos y colaboradores de las FARC siguen comprometidos con el pacto, según la ONU, la expansión de las disidencias pone en entredicho el esfuerzo para superar medio siglo de conflicto armado.
Sin mando unificado, son unos 2,300, entre exguerrilleros y nuevos reclutas dedicados principalmente al narcotráfico y la minería ilegal, según inteligencia militar.
Cumplir
Para Jesús David Albino, los disidentes tomaron «el camino equivocado». «Cada quien asumirá sus propios hechos», sostiene este hombre de 42 años, a cargo de la zona en Icononzo, que aspira a convertirse en pueblo.
Tras casi tres años, aún no cuentan con agua, alcantarillado o energía pública: «Ha habido muchas dificultades en este proceso, pero eso no significa que vamos (…) a coger nuevamente las armas, al contrario, no podemos dejar lo poco que ya hemos venido construyendo».
Alzado en armas en 1998 tras militar en las juventudes comunistas, Albino camina por la aldea supervisando los proyectos de sus «camaradas».
El gobierno ha desembolsado unos 7.3 millones de dólares para 389 iniciativas en las que participan 1,800 excombatientes. Además, cada desmovilizado recibe una renta mensual de unos 205 dólares.
«Hemos tenido que dar una pelea dura para que se cumplan los proyectos», afirma Sonia Castillo, de 33 años, quien se prepara para sembrar sábila. «Pero bueno, ahí estamos cumpliendo al pie de la letra los acuerdos».
Rubén Darío Jaramillo, por su parte, insta al presidente Iván Duque a cumplir lo convenido pese a que llegó al poder prometiendo modificaciones al pacto por creerlo blando con la exguerrilla.
«Estamos reclamando las tierras para poder trabajar, que se cumpla la reforma rural», asegura el tesorero de La Roja, la cerveza artesanal de la disuelta FARC.
El acuerdo prevé una ambiciosa reforma rural que, aunque se trata del punto más sensible pues el alzamiento en armas se originó por el reclamo campesino de tierras, es el que menos avanza, según el Instituto Kroc, responsable del seguimiento de la implementación.
«Necesitamos que no nos cambien las cosas», dice Jaramillo. «Estamos comprometidos con la palabra y con sacar adelante el proceso de paz en Colombia».