Esa Ley, tan soñada y necesaria 

Gonzalo Marroquin

Enfoque por Gonzalo Marroquín Godoy


Se han perdido valiosas oportunidades para redactar una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), indispensable si queremos tener algún día una Guatemala distinta, con desarrollo, justicia, oportunidades. En vez de ello, la misma e ineficiente clase política que ha mantenido al país en el subdesarrollo social y democrático, se ha encargado de vender la idea de que con reformas —que no son más que parches de mala calidad— podemos seguir avanzando.

En los años sesenta del siglo XX, al viajar por el interior del país se podía apreciar un país bello y rico en recursos naturales, pero marcado por la pobreza de la mayoría de sus habitantes. Paisajes hermosos y coloridos, pero desgarradores al mismo tiempo. No había políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías, abandonadas a su suerte en materia de salud y educación —principalmente—, sin oportunidades reales de mejorar sus difíciles e inhumanas condiciones de vida.

Desde entonces, corrieron las décadas. Probamos con una democracia militarizada, en la que los partidos políticos marchaban —literalmente— al ritmo de intereses económico-castrenses, con dos gobiernos de facto, hasta llegar al período actual, en el que las organizaciones políticas han funcionado como vehículos electoreros para irse sustituyendo unas a otras, pero siempre con el mismo fin: saquear las arcas del Estado con socios corruptos externos.

Por supuesto que el resultado lo conocemos. Guatemala ha mantenido, desde aquellos lejanos años sesenta, un estancamiento en el desarrollo socioeconómico, al extremo de seguir siendo uno de los países con peores índices de desarrollo en el continente. El cambio más significativo ha sido que los pobres y sin oportunidades encontraron una tabla de salvación en migrar hacia los Estados Unidos, en donde sí pueden aspirar a una vida mejor para ellos y sus familias.

Este despertar ha traído más cambios sociales en el país que los gobiernos de turno. Tanto es así, que sin las remesas que envían, nuestra economía no tendría la estabilidad que hoy muestra y los niveles de pobreza en el interior serían más dramáticos.

Es decir, que el sistema político no ha dado soluciones. Ha sido la propia población la que ha contribuido a que el descalabro no sea mayor. En un sentido eso es bueno, porque se ha comprobado que mientras papá gobierno se ha dedicado a la corrupción y el saqueo de los bienes nacionales, la sociedad se mueve, busca soluciones y, de una u otra manera, sale adelante.

El problema es que la democracia, como sistema político, no ha dado los resultados esperados. Simple y sencillamente porque la han mantenido maniatada los propios partidos políticos, amos y señores de ese perverso statu quo que ha creado plataformas de corrupción e impunidad.

Por eso, cuando se les exigió una reforma a la LEPP, salieron con un maquillaje que incluye algunas mejoras, pero sin llegar siquiera a esbozar un sistema político diferente para el país, un sistema político como se necesita para atender las enormes necesidades sociales y hacer que la democracia responda a los anhelos de la población.

A grandes males, grandes —o muy buenos, fuertes y profundos— remedios. Si queremos salir del subdesarrollo, si queremos un país mejor, hay que hacer cambios de fondo al responsable de la debacle. Hay que construir un nuevo sistema político. Y algo debemos tener claro: ningún cambio así vendrá de los mismos que quieren seguir mamando del Estado.

Por eso la nueva iniciativa, que surge tibiamente del presidente Jimmy Morales, para proponer más reformas a la Ley, y que los diputados —la clase política— vuelvan a burlarse en nuestra cara deshojando como margarita cualquier sugerencia —esta sí, esta no, esta no, esta tal vez…—, no parece más que un vano intento por enderezar un acero torcido sin el fuego del herrero que lo ablanda.

Como bien dijeron las varias instituciones y personas que le pidieron de viva voz al Presidente, que sancionara las reformas de los diputados, en estas se incluyeron algunas mejoras —aunque nada del otro mundo, por cierto—. Pero además, lo hicieron porque para cerrar el engaño había que incluir algún dulce para que les dejaran en paz con SU sistema caduco.

Morales debe meditarlo bien. Si se trata de un nuevo diálogo y de él saldrán reformas de segunda generación —como él mismo las ha llamado—, no será más que un distractor para seguir patinando en la misma porquería. No caben más maquillajes, lo único que queda es hacer una nueva ley, y no permitir, con el apoyo social, que sean los diputados quienes decidan qué va y qué no.

Mucho me temo que no vaya a suceder. Pero, sólo cuando algo parecido ocurra, entonces podremos soñar con un país diferente.

Hablar de nuevo de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos es perder el tiempo. Si queremos una Guatemala mejor, hay que cambiar de raíz el sistema político del país.

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