Es Ecología, ¡estúpido!

EDUARDO COFIÑOEduardo Cofiño K.


La verdad: ¡qué estúpidos somos!

Todos: usted, yo, aquél, aquellos, los de mas allá, todos, toditos, todititos los seres humanos somos unos ESTÚPIDOS, así, con mayúscula.

Los poco-huevos, maricones, cobardes y malabaristas del idioma, sí, los científicos que, utilizando ese lenguaje —léxico científico—, nunca nos dicen la verdad desnuda, las cosas como realmente son, Al pan, pan. Y al vino, vino. No nos explican las reacciones obvias que se darán en el planeta debido a las acciones de los seres humanos.

Usan un lenguaje plagado de probablemente, hay indicaciones de…, nos ha sorprendido que…, posiblemente, …uno de los peores escenarios…, …podrían extinguirse…, …en opinión de…, para que no sepamos a ciencia cierta, nunca, la realidad sobre el tema de la destrucción ambiental, sobre la gravedad del estado de salud del planeta y qué nos va a suceder pronto, estúpidos.

Como somos estúpidos no nos queremos dar cuenta de la realidad en cuanto a la contaminación tóxica del planeta y de sus consecuencias inmediatas. Todos somos unas avestruces estúpidas escondiendo la cabeza en un hoyo en el suelo, para no enfrentar la realidad. Y los científicos: puede ser, en un futuro próximo…, estúpidos.

Salgan afuera, abran sus ojos.

Pero no se necesita ser científico para darse cuenta, por uno mismo, sin ayuda de nadie, por la propia observación y experiencia, de la destrucción sistemática e irreversible de todos —dije TODOS, ¡estúpidos!, todos, todos, todos— los ecosistemas planetarios.

Estos ecosistemas interactúan en un equilibrio dinámico evolutivo, incomprensible en su totalidad —aún—, pero sabemos que esto permite la vida en la tierra. Interacción que evoluciona y cambia constantemente, que ha ido cambiando durante millones de años —sí, millones de años, ¡estúpidos! — y que llevó a provocar la vida humana en el planeta.

Entonces los estúpidos seres humanos, recientemente, comparado con esos millones de años de la evolución sideral, nos dedicamos, a partir de la revolución industrial a destruir todos esos delicados y milagrosos ecosistemas en evolución e interacción integral.

Y no hemos detenido la destrucción ni por un momento, Es más, va en aumento constante.

Y como destruir es más fácil y más rápido que construir, finalmente herimos de muerte al mecanismo divino y complejo que hace posible la vida en este planeta de agua.

Envenenamos el agua.

Envenenamos, ensuciamos, sobreutilizamos y calentamos el agua. Hasta que —por fin, ¡estúpidos! — apuñalamos por la espalda al mismo centro neurálgico y vital para mantener la vida en la tierra: herimos de muerte a los arrecifes de todos los mares.

Por eso no puedo ser feliz, estúpidos, porque lo hicimos entre todos. Y lo seguimos haciendo.

Les voy a decir la verdad:

Me importa un bledo —por no decir algo tan vulgar como me pela la verga— su opinión, la de su cónyuge, la de sus hijos, sus amigos y parientes, sus conocidos, vecinos y la opinión de todos los seres vivientes, ¡estúpidos! Yo he visto la destrucción del Petén, en primera fila y en tercera dimensión. He vivido la destrucción de Guatemala.

Envenenamos con productos químicos de toda índole todas las tierras, los mares, los ríos y lagos, la atmósfera y, de ser posible, el espacio exterior, en un intento sistemático y perseverante para destruirnos todos, en aras del desarrollo económico. Un eco-suicidio colectivo.

Lo logramos, cruzamos la línea de no-retorno destruyendo, finalmente, a los arrecifes de todos los mares.

Los arrecifes se están blanqueando, se están muriendo. Lo puede ver usted mismo si le gusta bucear, si los vio antes, hace unos 30, 40 años.

Las pruebas científicas son contundentes: los arrecifes se van a morir, ¡estúpidos! Al morirse la vida en los arrecifes, aparte del oxigeno que allí se produce, desaparecerá el plancton y, con él, poco a poco, toda la vida marina. Mientras tanto las abejas disminuyen notoriamente sobre la faz de la tierra. Y, por si no se han dado cuenta, estúpidos, se acabará toda la vida terrestre.

Mas, si no logramos destruirnos poco a poco en este suicidio colectivo, no se preocupen, todavía tenemos las bombas atómicas.

A veces me invitan a dar charlas sobre desarrollo sostenible, sobre lo que podría ser. Los jóvenes abren los ojos con ilusión: reciclemos, usemos mas bicicletas, medicina superficial para una infección interna, pienso yo. Incluso hago monólogos cómicos, hago reír a la gente. Les transmito las reglas para obtener felicidad —¿no está todo en internet?, hasta una cátedra sobre la felicidad imparten en Harvard—, me río de mi mismo y de todo.

La gente te mira, pero no pueden ver lo que realmente está en tu interior. Dentro de mí, nadie lo ve.

Si pudieran observar lo que está clavado en lo mas profundo de mi alma, de mi intelecto, de mi conocimiento, de mi experiencia se darían cuenta de que, gracias a ustedes, estúpidos, soy el hombre más infeliz sobre la tierra.

Somos una verdadera mierda.

Vamos en fila caminando ciegamente al matadero. Exitosos, líderes y contentos. Zombies reales. Llenos de actitud, aptitud, experiencia y conocimiento. Cantando a todo pulmón en el tren que nos conduce al Auschwitz planetario. Sin necesidad de un Hitler. Nosotros vamos por nuestra propia iniciativa.

Verdaderamente estúpidos.

Platicando con mi hija Daniela, me decía en tono de broma: Estamos bien piscinas, pero con tenis.

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