Entre 1970 y 1985 se sucedieron cinco gobiernos militares. Desde 1986 han sido electos popularmente siete civiles y un exmilitar, todos representantes de importantes mayorías que han votado cada cuatro años pensando en hacer realidad el sueño de tener un país mejor, con más seguridad, justicia y, sobre todo, oportunidades.
Aunque fue hace ya 30 años –el 14 de enero de 1986–, recuerdo que conversaba ese día con mi querido amigo Tasso Hadjidodou, quien por cierto tenía una percepción política muy aguda. Por supuesto no recuerdo exactamente sus palabras, pero sí que él estaba muy optimista. Me dijo algo así como Guatemala puede estar feliz y orgullosa con un presidente de la talla de Vinicio Cerezo.
No solo Tasso pensaba así en aquel momento. Había un sentimiento bastante generalizado y las campanas de sueños y esperanzas de todos los guatemaltecos se soltaron al vuelo. Atrás había quedado el militarismo y no había razones para que el optimismo no fuera la nota destacada, porque, además de que la DC decía Sí, hay un camino, parecía que pronto quedarían atrás los problemas sociales, la confrontación y hasta la guerra podría llegar a su fin.
En aquel momento, hasta quienes habían votado por el otro candidato, Jorge Carpio, se mostraban optimistas. Volvía la democracia, los partidos políticos surgían con dinamismo y se podía debatir nuevamente en el país sin temor a la represión o el asesinato. Creo que nunca se ha repetido ese sentimiento ciudadano tan optimista y generalizado.
Sin embargo, cinco años después –fue el único gobierno que duró ese tiempo, porque después se cambió la Constitución y los períodos se recortaron a cuatro años– había un claro desencanto. Tanto fue así que en las elecciones de 1990 se castigó a la DC y se le dio el voto a Jorge Serrano…, y vuelta a los sueños.
En aquella ocasión, la euforia no fue tan generalizada, ni aquel presidente permitió que durará mucho. Antes de dos años estaba intentado romper el orden constitucional y salió al exilio expulsado por la sociedad y los militares. El desencanto fue mayúsculo.
Desde entonces vivimos un ciclo de sueños y desencantos. Eso sí, cada vez se ha visto menos optimismo, con sueños más moderados, o incluso apenas sectoriales, porque los políticos han ido matando la esperanza del pueblo. Por supuesto que la democracia nos trajo cosas mejores y el país ha avanzado en algunos aspectos, pero no más allá del ritmo que permite alcanzar una inercia mantenida con influjos externos y propios, que necesariamente deben producirse, aun en medio de la corrupción y los pocos esfuerzos por alcanzar el auténtico desarrollo.
No es extraño que el pesimismo logre superar a veces los sueños. Por eso, en abril del año pasado, el movimiento ciudadano salió a la Plaza Central a protestar contra la corrupción y la impunidad, dos males que la clase política ha hecho crecer durante todos estos años como que si fueran bolas de nieve. A mayor corrupción, mayor necesidad de mantener la impunidad y debilitar el sistema de justicia.
Qué bien que aún haya optimistas ante este cambio de gobierno, pero es lógico que no sean demasiados y que sus sueños tampoco sean tan grandes. Las expectativas, que suelen ser significativas y muchas veces producto de las necesidades, se han visto cada vez más limitadas, porque se ha perdido la confianza en los gobernantes y en el sistema político. Esa es una de las muchas tareas pendientes que tendrá Jimmy Morales por delante: recuperar la credibilidad perdida por los presidentes.
Ahora bien, los retos son tan grandes que el nuevo gobernante necesitaría de una dosis de optimismo como la que había hace 30 años con Vinicio Cerezo, para mantenerse fuerte, al menos un tiempo. Como ese fuerte optimismo no existe, entonces lo debe provocar con sus acciones, porque de lo contrario el desencanto llegará con mucha anticipación.
En todo caso, recordemos que soñar no cuesta nada. Qué lindo sería ver un país –Guatemala– con un Jimmy Morales con fuerte liderazgo y capacidad para dialogar y resolver problemas, que apueste por la educación y genere confianza en todos los sectores, que verdaderamente sea antisistema frente al sistema imperante y se atreva a promover el cambio político auténtico, positivo y profundo, que sea abanderado de la lucha contra la corrupción y predique con el ejemplo. Ah, por supuesto, que también apoye el fortalecimiento de la Justicia.
Entonces sí veríamos que brotan las oportunidades, que el país progresa. Veríamos que los sueños acumulados empiezan a convertirse en la bella realidad que Guatemala merece.
Hay una forma en la que no nos pueden robar el derecho y deseo de soñar, y esta es trabajando la sociedad en su conjunto para hacer realidad aquello que deseamos. A mayor participación ciudadana, mayor capacidad de cambio. No solo los presidentes son motores de cambio…
Ellos (los políticos) han ido matando nuestra capacidad de soñar, pero ya se comprobó que los movimientos ciudadanos también producen cambios.