“… entonces, que coman pasteles”

Gonzalo Marroquín Godoy


Gonzalo Marroquin (3)

Cualquier similitud con nuestra realidad, es pura coincidencia…

Cuenta la historia, que en medio de la efervescencia de la Revolución Francesa, un día se alteró la paz en el bello e imponente Palacio de Versalles, en las afueras de París, en donde una turba desesperada llegó a protes-tar y reclamar, porque mientras la monarquía vivía en la opulencia, el pueblo se moría de hambre y no había siquiera harina y trigo para hacer pan.
Los gritos y la proximidad de aquella agresiva manifestación hicieron que María Antonieta, reina de Francia y archiduquesa de Austria, esposa del rey Luis XVI, preguntara sobre la causa del malestar popular. Cuando supo que el problema era la falta de pan, algunos historiadores le atribuyen que respondió: “… entonces que coman pasteles”.
En realidad existe controversia sobre la frase, porque algunos biógrafos de esta mujer, símbolo de frivolidad y ostentación, aseguran que no fue María Antonieta quien dijo la frase. El tema es que se le atribuye a ella, posi-blemente para mostrar su forma de pensar, lo poco que conocía las necesidades del pueblo, y la terquedad y ceguera que suelen acompañar a quienes alcanzan demasiado poder.
Guardando las distancias, algo muy parecido parece que les sucede a nuestros políticos, particularmente los diputados. Llegan a creer que el pueblo se contenta con migajas que, por supuesto, ellos presentan como gran-des logros, como hechos históricos, y como respuesta a las peticiones del pueblo, al que nos debemos.
Ahora se discuten en el pleno del Congreso las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), cuyo contenido los diputados pretenden presentar al pueblo como si fuera un delicioso pastel, justa concesión de ellos hacia un movimiento ciudadano al que desean acallar y poner fin a sus exigencias, porque ellos han cumplido con la historia.
Por supuesto, que pendejos no son, y las reformas que aprobó la comisión respectiva tienen algunas cosas que hacen que el pastel se vea bien rebonito –asi diría Roxana Baldetti si fuera diputada– y con una apariencia adecuada. Sin embargo, no tiene el sabor que quiere el pueblo ni es lo que necesita el país para un cambio ra-dical del sistema de partidos políticos.
Como si los guatemaltecos fuéramos idiotas, insisten en el tema del voto nulo, una reforma que serviría para convertir en una especie de referéndum contra el mismo sistema político si tuviera vigencia EN ESTE PROCESO ELECTORAL… para los próximos tiene poco o ningún valor. Para colmo de males, se contempla que el voto nulo solo sería ganador en caso de obtener la mayoría absoluta de los votos. ¡Nunca se podrá lograr!
Llevamos 7 elecciones presidenciales desde 1985, y nunca algún candidato presidencial se ha acercado a ga-nar en primera vuelta con más del 50% de los votos. Esa reforma ni a placebo (sustancia que, sin ser medicina, produce sensación de curación) llega.
Se recetan financiamiento estatal, pero continúa el financiamiento privado, con más fiscalización, pero no la suficiente. Si las empresas pueden ser auditadas por la SAT de manera estricta y rigurosa, ¿por qué no se hace lo mismo con los partidos políticos? Falta profundizar en ello.
Para babosear un poco a la gente, se permite que los comités cívicos puedan participar con candidatura de diputados distritales, pero en condiciones de absoluta desventaja. Así que es otro intento de dar placebo.
Y no digamos nada sobre controlar el transfuguismo. Crean múltiples figuras, pero en el fondo no se castiga, mucho menos se impide. Una especie de lo que los chapines llamamos gallo-gallina. Quieren seguir cambiando de camiseta a cada rato.
Lo bueno, ¡eso sí!, es que, finalmente, se contempla el voto en el exterior, para que los migrantes, esos gua-temaltecos que alimentan con sus divisas la economía nacional, puedan ejercer su derecho constitucional a ele-gir.
No se le concede la fuerza necesaria a las asambleas generales de los partidos, por lo que seguirán siendo di-rigidos por una pequeña élite que decidirá candidatos casi casi, como hasta ahora. No hay democratización de los partidos, uno de los males que permiten el caudillismo y mediocridad del sistema..
Reformar la LEPP es una oportunidad de oro que, en manos de los diputados actuales, esos que se muestran orgullosos de los cambios –como si lo poco que se avanza no fuera por presión de la población–, no termina siendo más que un pequeño paso, cuando el país quiere y necesita correr. Sigo pensando que la sociedad debió consensuar un proyecto elaborado por expertos, y luego exigir a un nuevo congreso, su aprobación.
Los conformistas dirán que tiene luces y sombras, pero el problema es que las sombras son suficientes para que se avance… sin avanzar. Está muy lejos de ser un buen pastel. Es apenas un pan decorado diferente, con sabor ligeramente distinto, pero no sirve para una celebración como Dios manda.
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