Gonzalo Marroquín Godoy
Allá por los años ochenta fui amigo de un periodista francés, Jean Pierre Bousquet, un veterano corresponsal de la agencia de noticias France Presse, quien había escrito un libro titulado “Las locas de la Plaza de Mayor” sobre las crueles violaciones a los derechos humanos en Argentina. Me decía que había recogido aquellos testimonios para que esas tragedias no ocurrieran ¡NUNCA MÁS!, una frase que se hizo famosa en aquel país sudamericano.
A mi me tocó hacer varias coberturas noticiosas en la época de la guerra en Guatemala, y puedo decir –de primera mano–, que lo que se vivió en nuestro país fue casi tan cruel como la guerra sucia argentina. En la ciudad vivíamos como en una especie de “burbuja” que hace que hasta la fecha, las nuevas generaciones no conozcan lo que en realidad ocurrió.
No hay que tomar el tema como algo ideológico tiene que ver con JUSTICIA y tiene que ver con humanidad.
En las últimas semanas se revivió mucho de lo sucedido por medio del juicio en el caso Molina Theissen, el cual ha concluido con fuertes sentencias contra importantes exjefes militares, encabezados nada menos que por el general Benedicto Lucas García –en aquel entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército–, y el coronel Francisco Luis Gordillo, excomandante de la base de Quetzaltenango y también extriunviro de la junta militar encabezada por el general Efraín Ríos Montt tras el golpe de Estado del 23 de marzo de 1982.
El caso trata sobre la captura ilegal y violación contra la menor Emma Guadalupe Molina Theissen, quien fue detenida por militares y llevada al cuartel de Quetzaltenango, en donde inhumanamente abusaron de ella. Cuando logró escapar milagrosamente, militares fueron a buscarla a su casa y, al no encontrarla, se llevaron a su hermanito, Marco Antonio, quien nunca apareció y hasta nuestros días se ignora lo que hicieron con él.
Lucía Escobar, en una columna reciente en este periódico, publicó la intervención testimonial que tuvo Emma Guadalupe ante los jueces, y quiero tomar algunas citas para llevar a los lectores a la reflexión más profunda sobre lo sucedido en aquel entonces:
“Quiero contarles muy brevemente que no me mataron (los militares y personas que la violaron) pero que si destruyeron profundamente mi vida, durante muchísimos años en los que estuve llena de terror, llena de dolor, años en los que no me consideraba merecedora de la vida. Consideraba que mi vida era una vida robada a mi hermano porque lo más importante que había hecho por mí, que era salvar mi vida y que me había llenado de orgullo y sentimiento de logro, en el momento en que se produce mi fuga, se convierte en mi peor error, en el peor momento de mi vida y en la peor decisión, porque significó el secuestro y al desaparición de mi hermanito”.
Hay que dar reconocimiento al valor de Emma, pero también tenemos que lamentar que haya sido víctima tantas veces víctima. Víctima de la violencia, pero también víctima por todos los traumas y sufrimiento que aquel momento le ha dejado e incluso víctima al tener que revivir todo aquel sufrimiento a lo largo del juicio.
Ya hay voces que consideran que ese proceso judicial no es más que “revanchismo ideológico”, y que hablar o escribir sobre el tema es una cuestión de ideologías, porque todo depende del cristal con que se mire.
¡Pendejadas! Lo que ha vivido Emma y lo que seguramente vivió su pequeño hermano Marco Antonio, no tiene que ver con ideologías, porque la primera era adolescente y el otro un pequeño de 14 años, que poco podían saber y entender de aquella guerra tan despiadada y cruel.
En el juicio se dieron detalles desgarradores de lo sucedido, pero sobre todo, se hizo ver lo que sucedía en aquella época en el país. Algunos dirán que “los guerrilleros también hacían lo mismo”, y no lo dudo, pero es completamente indefendible lo que se hizo con Emma y Marco Antonio, que además golpeó al resto de la familia Molina Theissen. Es inhumano todo lo que les ha tocado vivir.
Por eso, ojalá que sirva este juicio contra los ex militares para que ¡NUNCA MÁS! se repita algo así en Guatemala.
Y cierro esta columna con otra parte de ese mensaje que Emma dio a los jueces, a los acusados y a los presentes en el juicio. Dijo lo siguiente:
“… he vivido aplastada por la culpa, llena de vergüenza, llena de dolor, llena de asco, mucho asco; no tienen idea. Profanaron mi cuerpo, violentaron toda mi humanidad y eso me va a acompañar toda la vida. Hoy saco fuerzas de todo el amor que he recibido durante todo este tiempo, saco las fuerzas del amor de mi padre, que aunque fuera tan distante, alcohólico, duro, difícil, nunca jamás violó a una mujer, ni desapareció a un niño. Saco fuerzas de mi madre, que es un ejemplo de fortaleza y dignidad, saco fuerzas de mis hermanas que han buscado la justicia durante décadas, aún en contra de mi desesperanza, aún en contra de mi sentimiento de profunda derrota, saco fuerzas del amor de tanta gente que me ha acompañado, me ha apoyado, me ha sostenido tanto tiempo…”.