Gonzalo Marroquín Godoy
Recuerdo que fue un sábado de mayo de 2015 cuando acudí a La Plaza (Parque Central) y quedé sorprendido de la fuerza de aquella protesta espontánea que reunía entre 40 y 50 mil personas de todas las edades y condiciones sociales, sin importar las diferencias ideológicas. Muy sencillo, estábamos unidos por el común denominador del hastío provocado por la corrupción y la clase política que se enriquecía al amparo de la impunidad.
En la mente indignada de muchísimos guatemaltecos sonaban las frases vergonzosas de Roxana Baldetti sobre el agua “mágica” del Lago de Amatitlán, o las fotos que publicaba elPeriódico de las lujosas mansiones, fincas y demás propiedades de los gobernantes. ¡RenunciaYa! y ¡JusticiaYa!, fueron los gritos de una La Plaza que mostraba su repudio contra la clase política.
(La ‘clase política’ vuelve a mostrar que
controla el poder y que no quiere fiscalización ¡para nada!…)
Simultáneamente empezaron a destaparse los casos de corrupción que tanto impactaron a la mayoría de guatemaltecos: La Línea, Lago de Amatitlán, Mercaderes de la Salud, Cooptación del Estado, Coperacha, Plazas Fantasmas, Registro de la Propiedad y muchos más.
¿Había pruebas o era una patraña ideológica?
La CICIG y el MP han presentado impactantes escuchas telefónicas con las que se pueden atar otras pruebas documentales o científicas y que dejan poco espacio para dudar lo que estaba sucediendo. A eso hay que sumar los testimonios, con lujo de detalles de los colaboradores eficaces, y algunos testigos que han confirmado la forma en que se soborna a los funcionarios públicos.
Contrabando, concesiones otorgadas a cambio de coimas, sobornos descarados, tráfico de influencias. En pocas palabras: ¡saqueo de las arcas nacionales!. ¿Alguien tiene aún dudas de que eso ha venido sucediendo gobierno tras gobierno, aunque los tentáculos de la CICIG no pueden llegar tan atrás. (Por cierto que eso es una lástima, porque nos sorprenderíamos mucho las fortunas que dejaron las famosas privatizaciones).
Los únicos que no estuvieron felices cuando empezaron a caer todas esas estructuras criminales que sangran al país, son los que de una u otra manera participan de ellas.
Veamos brevemente que nivel de clase política ha caído y está en la cárcel: exgobernantes, diputados y exdiputados. Alcaldes y exalcaldes, jueces y magistrados –quienes servían para cerrar el círculo de la impunidad– y, por supuesto, los empresarios que participaban de la piñata en que se había convertido el erario público.
¿Quienes han sido los primeros en salir a acuerpar al Presidente en su afán de golpear al ente que lucha contra la corrupción?. Pues claro, han sido los alcaldes y ahora los diputados, la famosa clase política que forma una trinca infernal para seguir con el festín.
Esa corrupción es, en buena medida, la responsable de que el país, en poco más de tres décadas, sea incapaz de superar sus niveles vergonzosos de retraso social, con índices de desarrollo de lo peor en América Latina en materia de salud, educación, seguridad, desnutrición. ¿Queremos más? Uno de los resultados es que nos hemos convertido en un país sin oportunidades de superación para su población, por eso la gigantesca migración hacia los Estados Unidos.
Todo eso salió a luz en aquellos meses maravillosos en que se hablaba incluso de una primavera política, que al fin de cuentas no resultó otra cosa que más de lo mismo. Ahora vemos que la vieja política se impone y limita en sus sueños a una Nación. En parte, la culpa la tenemos nosotros como sociedad, porque nos dejamos engañar con demasiada facilidad –babosean a medio mundo con el petate de las ideologías– y, sobre todo, olvidamos pronto. Pensemos, meditemos ¿qué país queremos?, uno diferente con esperanza o uno manejado por la misma clase política que se repudió en aquellas gestas cívicas de 2015.