Gonzalo Marroquín Godoy
En la madrugada del 4 de febrero de 1976, gran parte del territorio nacional se estremeció con un fuerte terremoto que afecto la región de oriente, la capital, y parte de la región occidental, principalmente Chimaltenango. Hubo gran destrucción y más de 23.000 muertos.
Recuerdo que el presidente Kjell Laugerud dijo la frase célebre: “Guatemala está herida, pero no de muerte”. Tenía razón, pero sobre todo, por la fuerza de la solidaridad de los guatemaltecos que no se hizo esperar. Desde los más pobres hasta los más ricos, se volcaron en ayuda humanitaria y Guatemala se recuperó.
Conocer la historia –y sobre todo la más reciente– debe servir para no cometer los mismos errores u horrores del pasado.
Ya era yo periodista por aquella lejana época y en medio del dolor, sufrimiento y destrucción, dos actitudes fueron de gran impacto, incluso para la comunidad internacional: la fuerza física y de corazón de quienes trabajaron sin descanso en el descombramiento y en el rescate de vivos y muertos, así como la respuesta de un pueblo que tendió su mano al hermano necesitado.
En cada uno de los desastres naturales que hemos tenido que enfrentar, los guatemaltecos no hemos fallado en estos dos aspectos. No importa si se trata de tormentas tropicales, terremotos o erupciones volcánicas. La respuesta es siempre la misma, como nuevamente estamos comprobando con esta tragedia provocada por la erupción el domingo del volcán de fuego.
Es de gran impacto ver –a veces en tiempo real– el trabajo que hacen los socorristas, arriesgando incluso sus vidas. También es impresionante la respuesta de la población en general, que se ha volcado a los centros de acopio para aportar alimentos, medicina, ropa, agua, frazadas. No importa la condición social, todo el mundo quiere colaborar.
Esta historia la hemos visto repetida en tragedias como los huracanes Fifi, Mitch, Stan, Agatha, los terremotos de San Marcos o el deslave devastador de El Cambray II, para solo citar aquellos que se me vienen a la mente por su dimensión.
Los héroes y la solidaridad chapina siempre han estado presentes.
Si bien el gobierno ha respondido algunas veces con prontitud a las emergencias, no se puede decir que hayan sido exitosos en la prevención y, sobre todo, han fallado en la labor posterior a los desastres, en dar el apoyo que los damnificados necesitan para reconstruir sus vidas, golpeadas en lo material y en lo humano, muchas veces con la pérdida de sus seres queridos.
Para tener ejemplos históricos recientes de situaciones que no se deben repetir, podemos ver lo sucedido con las tragedias de Panabaj (2005) –más de 200 muertos– y de El Cambray II (2015) –280 fallecidos–, comunidades barridas literalmente por deslaves provocados por las intensas lluvias.
En ambos casos –como ha ocurrido casi siempre–, se ha ofrecido gran ayuda de parte del Gobierno, pero la misma, o no llega, o se recibe años más tarde, cuando la etapa posterior a la emergencia la han tenido que afrontar solos los damnificados.
El Cambray II le ha tocado vivirlo en carne propia al actual Gobierno. Jimmy Morales, ya como presidente electo, aprovechó un acto público de su antecesor, Alejandro Maldonado, para “anunciar” que en dos meses se entregarían las casas a quienes las habían perdido. Sin embargo, tuvieron que pasar casi dos años para que se cumpliera aquella promesa, casi de campaña. Lo más grave de todo es que se hizo el traslado a una zona en la que esas familias están teniendo que acomodarse a un nuevo entorno, no precisamente amigable.
No se hizo un buen trabajo, pensando primero en los damnificados, sino que se hizo un traslado antojadizo con mucha opacidad. Están en un lugar aislado, muy lejos de donde antes vivían, lo que significa cambios radicales en su estilo de vida.
Los habitantes sobrevivientes de Panabaj tampoco tuvieron una respuesta adecuada del Gobierno. La emergencia se atendió adecuadamente y vimos héroes y guatemaltecos solidarios. Eso no faltó, pero la siguiente etapa fue todo un desastre, aunque al menos los afectados fueron reubicados –mal que bien– en la misma zona geográfica donde vivían a inmediaciones del lago de Atitlán.
No se ha aprendido suficiente de la prevención. El INSIVUMEH no cuenta con tecnología de punta para estudiar el comportamiento de los volcanes y los traslados de poblaciones se producen solamente cuando se presenta la tragedia, entre muchas carencias más.
La excusa es siempre la falta de recursos. En efecto, somos un país con limitaciones para este tipo de cosas. Lo curioso es que no las hay para los grandes negocios, la corrupción, las plazas fantasma, y todos los etcéteras que han salido a relucir por el combate a la corrupción.
Ojalá que el Gobierno pueda hacer una mejor labor que la que hasta ahora ha podido hacer en otros campos, como la reconstrucción de la red vial, que si bien avanza, se hace a paso de tortuga.
Es indispensable aprender de la historia y de nuestro pasado reciente.