Gonzalo Marroquín Godoy
Credo –en política– significa el conjunto de principios y valores ideológicos de una persona u organización.
La democracia es el sistema político más representativo y enfocado –cuando es funcional–, en el desarrollo de las sociedades a las que debe servir. No olvidemos la famosa frase de Abraham Lincoln en 1863, cuando definió –palabras más, palabras menos–, que los gobiernos democráticos tienen que ser del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, lo que significa que los gobernantes deben ser servidores y no servirse del cargo.
Soy un firme convencido de que nuestra democracia tiene serios problemas, derivado del fracaso del sistema de partidos políticos, pues se ha creado una partidocracia en la que no aparece un credo a favor del pueblo, ni se respetan los principios y valores que sustentan el buen orden social, político y económico, como son: respeto; justicia; libertad; igualdad; tolerancia y; pluralismo, entre otros.
Esta descolorida y silenciosa campaña electoral ha terminado el viernes de una forma tan desabrida como lo fue desde su inicio. Sin embargo, ha servido una vez más, para comprobar que no tenemos ni el más mínimo indicio que nos diga que podemos esperar un cambio a todo lo vivido desde 1986. Por el contrario, hemos visto que el sistema democrático se ha debilitado con el paso de los gobiernos, hasta llegar al punto en que nos encontramos, sin nuevas alternativas.
Cambiamos de partido y presidente cada cuatro años, pero no cambia el rumbo del país, nada más allá del estilo y personalidad de los nuevos gobernantes. Cambia la forma, pero no cambia el fondo. Los discursos se modifican, pero el resultado es el mismo.
A mí, como seguramente a muchísimos guatemaltecos, nos hubiera gustado escuchar a los candidatos hablar con vehemencia sobre su compromiso con la lucha contra la corrupción, con ideas y proyectos claros para promover una mejora del sistema de justicia, garantizando –sobre todo–, la independencia de poderes.
En algunas entrevistas respondieron al ser preguntados sobre el particular, pero siempre dejando en el aire el famoso ¿cómo? –que tan atinadamente ha intentado obtener Felipe Valenzuela en Emisoras Unidas–, simple y sencillamente, porque no forma parte de su CREDO. Al contrario, muy pronto veremos como los tentáculos políticos –particularmente de la UNE– se mueven para mantener la Corte Suprema de Justicia cooptada y bajo control varios magistrados de salas.
Sin esa absoluta independencia del sistema judicial no puede hablarse de una democracia plena.
¿Y qué decir del respeto a libertad de prensa y la tolerancia a la critica? Los gobernantes intolerantes la emprenden contra la prensa independiente – por cierto cada vez venida a menos en nuestro país– y ¡por supuesto! buscan la forma de utilizar la prensa servil que, lejos de contribuir a que haya mayor libertad de expresión, hacen que ese derecho constitucional se vea reducido. Mi experiencia en el pasado me dice que ni una ni el otro son amigos auténticos de la prensa y que ambos tienen su CREDO inclinado más al autoritarismo que al respeto y la tolerancia.
Me cuesta creer que alguien que no cree firmemente en estos principios sea democrático. Lo he visto en muchos países, en donde los enemigos de la prensa se vuelven dictadores o al menos en aprendices de tal mal. Si no, basta ver Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y Ecuador y Argentina en su momento. Lo mismo fue antes con las dictaduras militares.
Tampoco he podido encontrar en su CREDO, que vayan a ser auténticamente transparentes. Sus discursos hablan de luchar contra la corrupción –¡ni modo!–, pero el famoso ¿cómo? no aparece por ningún lado. No tenemos que ser tan ingenuos como para no saber que combatir ese cáncer enorme que arrastramos es sumamente difícil, por no decir imposible, si no hay un gran acuerdo nacional y se cuenta con el apoyo de alguna institucional internacional que no se vea sometida al sistema de la vieja política.
En un CREDO de valores auténticos no cabe el populismo. Hay que buscar –aunque nunca se puede alcanzar en la práctica– la igualdad, entendiendo que se trata de crear igualdad de oportunidades para aquellos que hoy ni siquiera las tienen.
Eso quiere decir que no basta con las bolsitas solidarias para terminar con la pobreza, por más que entiendo que cumplen una función social importante, dado el nivel de abandono en que se encuentran grandes sectores de la población. Ser el segundo país en pobreza en el continente no es razón de orgullo. Al contrario, nos debiera provocar dos reacciones: vergüenza y determinación para combatirla.
El lunes sabremos quien será el próximo(a) gobernante. Como soñar no cuesta nada, pues sueño con que el ganador sufra una transformación y se convierta en alguien que promueva respeto; justicia; libertad; igualdad; tolerancia y; pluralismo. Entonces sí, Guatemala podría cambiar. De otra manera ¡no!. Es un sueño.