ENFOQUE: Si la Plaza volviera…

Gonzalo Marroquín Godoy

¿Qué diría La Plaza si volviera en estos momentos? Agobiados por la pandemia, los guatemaltecos estamos semiparalizados, mientras se divierten las mafias…

El sábado 2 de mayo de 2015 parqueaba mi carro en el centro  de la ciudad y recorriendo calles nos dirigíamos, junto a algunas de mis hijas y un grupo de amigos, hacia la Plaza de la Constitución, en donde esperábamos ver una multitud, cansada como nosotros, protestando por el abuso de la clase política.  Había euforia en las calles.  Jóvenes, viejos, personas de mediana edad, todos caminaban en la misma dirección, algunos cantando el Himno Nacional.

Una semana antes –el 25 de abril–, cerca de cincuenta mil personas, de todas las edades; diferentes condiciones sociales; indígenas y ladinos; empleados y empresarios; universitarios; académicos; personajes conocidos y gente común; todos reunidos en La Plaza, para demostrar su malestar por la corrupción y la impunidad imperante en el país.  Era una especie de microcosmos de lo que es la sociedad guatemalteca expresando un sentir que se había vuelto generalizado.

Quería verlo, ser parte de aquello que había visto en fotos, en videos, en reportajes.  La Plaza se fue llenando poco a poco.  Familias enteras.  Parecía más una feria que una manifestación cívico-política. Las ventas callejeras pululaban, casi todas ofreciendo algo con sentido nacionalista: banderas, sombreros, camisetas y, por supuesto, no podían faltar las vuvuzelas, para animar aquella masa humana que acudía como si se tratara de animar a la selección nacional.

Desde el levantamiento popular del 20 de octubre de 1944 no se veía algo así. ¡Guatemala había despertado para luchar contra la corrupción!: ¡Qué renuncien, qué renuncien!, era un grito de todos que se hacía uno… y tuvieron que renunciar primero Roxana Baldetti y más adelante Otto Pérez. ¡Queremos justicia, queremos justicia!, y la CICIG se encargó de iniciar los procesos contra los corruptos.  Pero en el ambiente estaba claro que muchos jueces y magistrados servían más a los corruptos que a los intereses nacionales.  Así surgió el movimiento #JusticiaYa, que persiste al menos a la fecha.

¡Ah días aquellos! La Plaza –ese microcosmos del pueblo, en donde estábamos representados todos– tenía fuerza, tenía corazón, tenía una razón de ser. Desde entonces, esa clase política indeseable tuvo la fuerza de dividir a la Plaza.  Muchos de los que fueron por cuatro meses a esas manifestaciones, se dejaron llevar al bando contrario.

Aquella Plaza le hablaría hoy con fuerza a magistrados y jueces para que luchen por su independencia –¡como debe ser!–, les ofrecerían respaldo popular a los juzgadores correctos y amenazaría a los que han sido corrompidos.  Aquella Plaza no permitiría que el Congreso siguiera con esa farsa para desaforar a magistrados de la CC.  Asustaría a muchos oscurantistas.

La Plaza le pondría un ¡alto!, inmediato, a la alianza oficialista de diputados y magistrados de la CSJ, en su afán por terminar de destruir lo poco que queda de justicia.  Esa Plaza, que hoy llegaría con mascarillas a cantar el Himno Nacional, no existe más.  Esa Plaza, que podría recordarle al presidente Alejandro Giammattei que no tiene la solvencia, ni el poder para quitar de su camino al vicepresidente Guillermo Castillo, se diluyó en el tiempo y el espacio.  Aquella Plaza tendría que lamentar que Jimmy Morales haya expulsado a la CICIG, porque su salida causó un rebrote –para usar un término común en estos días– de la corrupción y la impunidad.

La Plaza no quería más a la vieja política.  Pero volvió con Morales y persiste hasta nuestros días.   La Plaza quería una Guatemala mejor, pero dejó de escucharse.  Ya no tiene fuerza, no tiene voz, pero está en nuestras conciencias, en las conciencias de todos los que alguna vez estuvimos allá.  Está en la conciencia de los que decidieron callar, en la conciencia de los que se pasaron al bando de los políticos largos, de las mafias… de los que solo ven la punta de su nariz hoy. Pero también está en la conciencia de quienes se han acomodado o conformado.

¿Cuántos de aquellos que se atrevieron a soñar en La Plaza, hoy son parte de la pesadilla? Cada uno lo sabe.  Solo me queda suspirar y pensar: … si la Plaza volviera.

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