Gonzalo Marroquín Godoy
Para serlo, se debe estar bien y estable política, económica y socialmente. Debe existir seguridad y justicia. ¿Están presentes estas características en nuestro país?
El estatuto que marca lo que es un tercer país seguro, dice que la nación que acepta serlo –en este caso Guatemala, si Mr. Trump se impone– debe garantizar a todos los refugiados que lleguen, el respeto a sus derechos sociales, económicos y seguridad, tres aspectos fundamentales que el Estado guatemalteco no ha podido garantizar siquiera para sus propios habitantes.
Me parece que estamos en un momento en el que debemos reflexionar mucho sobre nuestro futuro. Primero, porque estamos en medio de un frustrante proceso electoral que no promete cambios sustanciales para el país, pero segundo, porque vivimos una crisis institucional profunda y no es difícil comprobar que andamos mal en todos los órdenes. Haré un rápido repaso para ver, a vuelo de pájaro, como se encuentra la Guatemala hoy, de cara al término de la segunda década del siglo XXI y luego de 34 de años de caminar en una democracia que más bien hace aguas y deja pocos satisfactores. Veamos los hechos:
CAMPO POLÍTICO: Marcado por la incertidumbre en un año electoral en donde se ha visto que no hay cambios y que la vieja política, que no ha funcionado, es la que seguirá dominando. La corrupción e incapacidad son la marca del sistema político actual, que se niega a un cambio radical. El sistema político ha fracasado.
CAMPO ECONÓMICO: Las exportaciones siguen a la baja, no hay nuevas empresas y el índice de confianza del sector económico está en caída libre, al extremo que alcanzó en junio su peor momento desde 2017, según la encuesta Expectativas económicas, que el Banco de Guatemala realiza periódicamente a un panel de analistas privados. Hay poca inversión, lo que asegura que no habrá nuevos puestos de empleo suficientes para atender lo que espera la mayoría de la población. El sector informal debe seguir creciendo como válvula de escape.
CAMPO SOCIAL: Aquí es donde estallan las bombas producto de la situación política y económica del país. Un 80% por ciento de la población vive en niveles de pobreza, somos el país con peor índice de desnutrición crónica infantil. No sigo, pero todos sabemos como estamos en educación y otros aspectos sociales… ¡en la calle de la amargura!
El resultado es la conflictividad imperante, la fuerte inmigración hacia Estados Unidos, cuando no tenemos escenarios violentos, como los que se han visto en torno a la mina Fénix de níquel en El Estor, Izabal. Lo que se puede sentir es que podría haber una explosión social en cualquier momento, sobre todo, si Mr. Trump impone sanciones a las remesas y estas se caen. Recordemos que entran cerca de US$10 mil millones anuales, que logran mantener el equilibrio y movimiento en la economía. El comercio y la industria se verían afectados. La reacción lógica sería que más personas intenten salir del país.
SECTOR JUSTICIA: Las cortes están y seguirán cooptadas por el sector político –que necesita del manto de la impunidad–, por lo que no se puede garantizar la certeza jurídica a nadie, lo que afecta en el orden político, económico y social, de tal manera que contribuye a crear un círculo altamente vicioso.
SEGURIDAD: El combate a las pandillas ha sido tibio y su actividad es permanente –principalmente con extorciones y asesinatos–. La PNC ha perdido la eficiencia que venía mostrando. Si vinieran al país seguro hondureños y salvadoreños huyendo de la violencia de las maras, pues aquí encontrarían más de lo mismo.
OTROS CAMPOS: No hay ninguna política ambiental coherente y con visión de largo plazo; en política exterior, el gobierno de Jimmy Morales –con la asesoría de la canciller Sandra Jovel– se ha encargado de generar anticuerpos, literalmente con medio mundo, peleados y mal vistos hasta en la ONU.
No quiero parecer pesimista –porque no lo soy–, por lo que le pido al lector que piense con seriedad: ¿En qué se puede decir que estamos bien? Es posible que en algún subsector –principalmente económico– los resultados puedan ser buenos, pero lo que he puesto arriba es una realidad que no permite ser tapada con un dedo. Es, por así decirlo, nuestra triste realidad.
Con todo eso ¿será que alguien puede decir que Guatemala es candidato para ser un tercer país seguro? Mr. Trump, si de verdad cree en el concepto de buena vecindad, y los principios que en su momento impulsara el presidente Kennedy en 1961, con el plan conocido como Alianza para el Progreso –contemplaba apoyar la democracia auténtica, la educación y la economía con justicia social–, entonces su actitud sería diferente y congruente con la realidad.
Nuestra errática política exterior nos ha llevado a esta crisis que ¡ojalá!, no termine siendo una bomba que se haga estallar desde la Casa Blanca. ¡Ah!… y de país seguro, nada que ver!!!