Gonzalo Marroquín Godoy
Ha pasado más de un mes desde que estallara la crisis política que nos envuelve a los guatemaltecos y no se vislumbra una solución sencilla ni en el corto plazo. Lo peor de todo es que los principales causantes del caos desatado –el presidente Jimmy Morales y 107 diputados– persisten en sus actitudes inflexibles, a veces hasta prepotentes y torpes, sin dar muestras de querer ceder ante la justa presión ciudadana.
El Congreso ha retomado su agenda como si nada hubiese pasado. Los diputados se dan el lujo de discutir su propia reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) –uno de los clamores de la ciudadanía–, a manera de dar atole con el dedo a un pueblo cansado y que exige la depuración por medio de la renuncia de quienes votaron por el pacto de corruptos.
Difícil la vía del diálogo; no hay acciones para terminar la crisis; avanza vía judicial y presión ciudadana aumenta.
El presidente Morales no se ha quedado atrás en eso de retar a la ciudadanía y tratarla de engatusar con un llamado al diálogo que no tiene sentido sin mostrar antes la auténtica voluntad de cambiar el rumbo que lleva el país.
En vez de buscar una solución real, ha preferido demostrar fuerza y ha buscado integrar una trinca con grupos, sectores y personas, sin percatarse que a su alrededor se cae en pedazos la institucionalidad, que él mismo genera anticuerpos con sus acciones y que pone en riesgo la estabilidad de su Gobierno.
Su frente lo ha venido formando bajo la filosofía de que los enemigos de mis enemigos, son mis amigos. Es decir que en vez de conciliar y buscar la unidad nacional que él representa, juega con el fuego de la división, que sin duda puede llevar a la confrontación y no hace más que agravar la crisis.
Veamos rápidamente quienes son sus amigos: Por supuesto que los primeros que le han acuerpado son precisamente los 107 diputados, casi los mismos que lo defendieron para que no perdiera su inmunidad con el antejuicio, todos temerosos ante la posibilidad de que en el futuro se les pueda abrir procesos judiciales.
Además, convocados por los alcaldes Álvaro Arzú (Guatemala) y Edwin Escobar (Villa Nueva), un grupo de alcaldes le brindó su total respaldo. Curiosamente la mayoría de jefes ediles participantes tienen de la Contraloría y algunos pueden verse involucrados en grandes casos de corrupción.
Luego Jimmy Morales apareció en un acto público organizado por asociaciones de ganaderos la que le manifestaron apoyo incondicional –hasta le ofrecieron traer a la capital una manifestación multitudinaria–, pero al mismo tiempo pidieron nada menos que la cabeza del superintendente de la SAT, Juan Francisco Solórzano.
Siguiendo con su estrategia, se aseguró el respaldo de los canales de televisión de Ángel González, militares de alta y algunos ex militares, así como su cercano asesor en materia educativa Joviel Acevedo.
Como puede verse su trinca de aliados puede darle fuerza de voz, pero para nada le allana el camino para una solución a la crisis.
En vez de mostrar humildad y reconocer que se ha equivocado como Presidente en su proceder contra la CICIG e Iván Velásquez, aprovecha cada oportunidad que tiene para decir expresiones cantinflescas sobre la judicialización de la política y politización de la justicia, dos términos que al parecer se ha memorizado, lo mismo que la forma de apelar a la soberanía nacional, como si esta no se construyera en base a trabajo y actitudes.
¿A dónde va Guatemala? Difícil saberlo con exactitud. Lo que si es cierto es que esta trinca del Presidente está desafiando peligrosamente a un pueblo que está cansado de la corrupción, los abusos, la impunidad y, en términos generales, en la clase política corrupta, responsable en gran medida de la falta de atención que ha existido en el país para alcanzar el adecuado desarrollo humano.