Gonzalo Marroquín Godoy
El año es 1981. El lugar, una aldea de Chajul (Quiché), región poblada por ixiles, muchas veces obligados a tomar parte en una guerra ajena a ellos. Diego es un niño de 10 años que todas las mañanas se levanta a las 4:00 de la madrugada para ir a traer agua junto a una de sus hermanas, antes de compartir un desayuno que apenas llega a ser una tortilla con un poco de frijoles y chile, con una bebida que parece café, pero no lo es.
El nivel de extrema pobreza que se observa en la aldea es cruel. Su papá, del mismo nombre, recuerda que su vida siempre fue igual, lo mismo que la de su padre. La mayoría de las personas de aquel lugar ha visto pasar generaciones sin que se haya dado algún cambio significativo, aunque ahora el panorama del lugar ha cambiado mucho, producto de las inversiones que se dan con la llegada de las famosas y nutrientes remesas familiares.
Si se detiene la lucha contra la corrupción en el país, estamos condenados a la pobreza, conflictividad y subdesarrollo.
Yo no se que fue de la vida de Diego –el nombre es ficticio, el caso no–, quien ahora debe tener alrededor de 43 años –si no murió en este tiempo transcurrido–, pero solamente tenía ante si dos opciones: repetir la historia de su abuelo, su padre y la suya misma con sus hijos o, en el mejor de los casos, es ahora uno de loa valientes guatemaltecos que se han abierto paso en los Estados Unidos, a donde debió llegar como indocumentado.
Los gobiernos se suceden unos a otros y las condiciones generales del país no cambian sustancialmente. ¿Por qué siendo Guatemala un país rico en recursos y con gente que puede trabajar de manera pujante –los propios migrantes que triunfan en EEUU son un ejemplo de ello– tenemos tanta pobreza y hay carencia de oportunidades para las grandes mayorías?
Aquí en la capital es difícil entender que tan mal estamos. Modernos y altos edificios, grandes centros comerciales, sofisticados restaurantes, vida nocturna, espectáculos internacionales y –en general–, todo lo que las grandes ciudades del mundo tienen. Las sedes de las grandes empresas y corporaciones están en la ciudad, pero los contrastes los tenemos muy cerca, tanto como en municipios como Chinautla, esa comunidad marcada por el apellido de los Medrano.
(Estuve allá solamente una vez, para construir una pequeña casa de Techo por mi país, con una familia tan pobre como la de Diego).
Guatemala ocupa uno de los últimos lugares en Latinoamérica en la medición del Índice de Desarrollo Humano (IDH-mide educación, esperanza de vida-salud e ingresos familiares), y así ha sido desde 1990, si mal no recuerdo. Haití es el único que siempre está peor, pero después competimos con Honduras y Guyana casi siempre.
Lo malo es que lo mismo sucede al medir Transparencia Internacional el Índice de corrupción. Estamos también entre los países en donde se percibe que la corrupción es mayor y ahora tenemos a la vista más de una docena de casos palpables, reales y comprobables. ¿Habrá relación entre pobreza y corrupción?: ¡¡¡Claro!!!
Chile y Uruguay son ejemplos a la inversa. Buena nota en IDH –es decir, desarrollo socioeconómico–, y bajo nivel de corrupción. Aunque no es exactamente así, se puede decir que a mayor corrupción, mayor pobreza.
Escuché una frase de Álvaro Arzú Jr. en la que decía –más o menos– que “nada es peor para el país que un fallo de justicia politizado”. Por supuesto que ningún fallo judicial se debe politizar, pero esa frase solo refleja que el joven “dinástico” no conoce la realidad del país, porque peor que cualquier cosa es seguir condenando a tantos guatemaltecos a la pobreza y la falta de oportunidades por culpa de la corrupción y la políticas erradas que esta genera en los gobernantes y la clase política.
Alguien con poca visión de la realidad nacional podrá decir que con este tipo de comentarios sobre nuestra pobreza estoy “difamando” al país. Seguramente les gustaría más que simplemente comentáramos que se vendió la telefónica nacional y ahora hay más teléfonos, pero se molestan cuando se dice que ese ha sido uno de los negocios más oscuros que se han producido en el país.
Al ex presidente Arzú –hoy convertido en “alcalde eterno”– no le gusta escuchar las verdades de su administración, y prefiere hablarle a la gente y decirle que la lucha contra la corrupción es la que nos tiene hundidos ahora. ¡No! Estamos hundidos desde antes a causa de la corrupción y las actitudes de la vieja política que él representa.
Sin corrupción desde 1986, con el retorno de la democracia, el país podría haber cambiado muchísimo. Si cesa el combate a la corrupción, los Diego seguirán repitiéndose por generaciones.