Daniel Ortega llegó al poder en Nicaragua para terminar con la dictadura de la familia Somoza, pero impone otra igual o más nefasta para los nicaragüenses.
Gonzalo Marroquín Godoy
TeleSur, un medio que defiende las dictaduras solapadas como democráticas en Latinoamérica –de izquierda–, publicó recientemente un reporte histórico sobre los nefastos efectos que tuvo en Nicaragua la llamada dinastía somocista. Esto destacaba la nota periodística de manera muy acertada: La dictadura de los Somoza se extendió por más de 40 años y se caracterizó por un período de tiranía y represión.
Irrebatible verdad, pero nada se dice de lo que vive actualmente nuestro hermano país centroamericano bajo la mano implacable de Daniel Ortega, un dictador que ha gobernado Nicaragua por 24 años y comete las mismas atrocidades por las que una revolución armada puso fin a los desmanes de los Somoza.
Lamentablemente, se cambió de una dictadura de derecha, por otra de izquierda, igualmente violenta, corrupta, despiadada y, por supuesto, mafiosa. Lamentablemente los nicaragüenses no aprendieron de la primera lección, y ahora pagan las consecuencias de no haber sabido defender su democracia en el breve paréntesis que vivieron entre 1990 y 2007, cuando Ortega retomó el poder, para entronizarse como hombre fuerte y, como tirano, copar completamente los poderes del Estado, arremetiendo contra todos los que se le oponen.
La dictadura de los Somoza persiguió y asesinó a los líderes opositores. Ortega le ha superado. Solamente en las protestas populares de 2018 –provocadas por reformas al seguro social–, murieron al menos 328 manifestantes, la mayoría por acciones violentas de las fuerzas de seguridad y otros a manos de grupos paramilitares del sandinismo.
Los Somoza manipulaban los procesos electorales para ganar elecciones o colocar a gobernantes títeres de ellos mismos. Daniel Ortega retuerce las leyes y lleva a cabo elecciones totalmente manipuladas y fraudulentas para perpetuarse en el poder. Ni siquiera las maquilla, Ha llegado al extremo de imponer a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta.
Desde la oposición revolucionaria, Ortega criticaba a los Somoza por el nepotismo, y él lo ha llevado al grado máximo. Aquella familia dominante del poder en el siglo pasado amasó una gran fortuna e intervenía en casi todos los sectores económicos del país. Ortega, su esposa y sus hijos meten sus manos –y las sacan con dinero– de cualquier negocio que se les antoje.
Ahora, en la víspera de un nuevo proceso electoral, en el cual podría perder las elecciones –o provocar un nuevo escándalo por fraude–, decide cortar por la raíz cualquier posibilidad de tener que enfrentar a un líder que pueda desafiarle en las urnas. Ha descabezado a la oposición, al inventar delitos penales a cada uno de ellos e iniciar una persecución de políticos y periodistas.
Controla la mayor parte de medios de prensa. En la televisión, su socio es el empresario mexicano Ángel González, el mismo que aquí controla la televisión abierta y asume también una línea oficialista.
Los cercanos al dictador Ortega dicen que aspira hacer lo mismo que hizo Fidel Castro en Cuba. Cuando se retire, quiere dejar en el poder a alguien de su familia. Por ahora, le basta con controlar el Congreso, los tribunales y cortes de justicia, además de manejar todas las instituciones del Estado y, por supuesto, el partido FMLN, que de ser un grupo guerrillero, pasó a ser una organización política corrupta y servil.
El problema de fondo es que Nicaragua, como muchos países en Latinoamérica –incluido Guatemala–, no han sabido fortalecer las instituciones, con el fin de evitar la concentración de poder.
No es cuento: el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente (Lord Acton). Y termino con un sabio refrán popular, que dice así: Cuando las barbas de tu vecino veas rasurar, pon las tuyas a remojar.