Enfoque: ¿Por qué fuimos a ‘La Plaza’ en 2015?

Gonzalo Marroquín Godoy

Todos los sábados entre el 25 de abril y finales de agosto de 2015, decenas de miles de guatemaltecos de todas las edades, condiciones sociales, ideologías y religiones, se hacían presentes para expresar libremente su repudio en contra del tramado de corrupción e impunidad que la clase política ha construido en el país. El clamor era claro y sencillo: #RenunciaYa y #JusticiaYa.

Yo estuve en dos de esas veinte manifestaciones y tengo claro que era un movimiento auténtico, espontáneo y cívico, pero sobre todo, una demostración de un pueblo cansado de los abusos de la clase política. No era solamente contra Otto Pérez y Roxana Baldetti, ellos solamente eran los exponentes más visibles, pero se señalaba a todos los políticos activos en ese momento, como Manuel Baldizón, Sandra Torres, y toda la palomilla de diputados, entre otros.

Llegaban familias enteras. Padres de familia que querían que sus hijos aprendieran cívicamente a exigir transparencia de sus autoridades. Buen ejemplo en verdad. Aquel movimiento ciudadano llegó a ser –inclusive– un ejemplo para otras naciones. Era la voz de un pueblo que exigía que cambiaran las condiciones del país, que terminara el saqueo de las arcas nacionales y que muriera la vieja política –corrupta, ineficiente, incapaz y abusiva–, para dar paso a la añorada nueva política –transparente, comprometida con el pueblo y eficiente–.

En realidad fue un movimiento lindo y ejemplar.

Hubo semanas de 50 mil personas en La Plaza. Otras veces un poco más, y quizás a veces menos. Es decir que no sería exagerado asegurar que en todo ese tiempo deben haber pasado más de 200 mil personas con ese pensamiento, con ese anhelo, con ese valor para defender sus puntos de vista y exigir el cambio.

Algunos dicen que la memoria de los pueblos es corta. ¿Será que además han cambiado principios y convicciones?

Ese movimiento ciudadano fue de gran utilidad para que el Ministerio Público y la CICIG pudiera tomar el ritmo alcanzado en su cruzada contra la corrupción y la impunidad. Sin ese apoyo, todas las fuerzas de la corrupción hubieran debilitado pronto los esfuerzos que se hacían contra un sistema que se resiste a morir y que ahora ha cobrado su mayor fuerza, al extremo de dar la impresión de tener contra las cuerdas a Iván Velásquez y Thelma Aldana, en buena medida, porque La Plaza, ya no se escucha más que en las redes sociales, que por cierto, no llegan a tener el mismo impacto.

En las últimas semanas he escuchado a algunos de los protagonistas de aquellas jornadas cívicas, es decir a participantes o parte de La Plaza, solo que ahora parecen más inclinados a defender a los que han caído –o pueden caer–. Ya no recuerdan que se presentaron con claridad las pruebas del enriquecimiento ilícito de los ex funcionarios, que se han escuchado testimonios de empresarios que confirman que han pagado mordidas a ministros –Alejandro Sinibaldi, específicamente–. Ya no se recuerda el engaño del agua mágica de Amatitlán, ni la coperacha de regalos multimillonarios para quedar bien con los jefes. Menos mal que no son la mayoría de los asistentes a La Plaza los que se han cambiado de bando, pero es triste comprobar que todo lo avanzado se puede perder, en buena medida por la falta de aquella fuerza ciudadana.

Es bueno pensar y meditar: ¿Por qué Jimmy Morales, el alcalde Álvaro Arzú, la mayoría de diputados, muchos alcaldes, y solapadamente jueces, magistrados y hasta empresarios, han cerrado filas en contra de la CICIG y el MP?. Es sencillo, porque no les conviene que haya entes fiscalizadores que puedan destapar más casos de corrupción.

Si no fuera por eso, no se explica la fuerza de los embates contra Velásquez y Aldana. Pero finalmente, lo que debemos meditar los ciudadanos todos, es que país queremos. Uno sin corrupción o uno al estilo de Jimmy Morales o Álvaro Arzú. Yo

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