Gonzalo Marroquín Godoy
El filósofo rumano, Emil Cioran dijo : No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.
A lo largo de un siglo, Guatemala ha superado decenas de tormentas y huracanes, habrá dejado atrás dos pandemias mortíferas –la de la gripe española en 1819 y en algunos meses, la del covid-19–, pero seguirá afectada, golpeada y semidestruida por una clase política que ha ido mutando: primero fue dictatorial, luego autoritaria-militarista y finalmente se ha convertido en voraz, corrupta y altamente destructiva.
Los guatemaltecos hemos demostrado que somos estoicos, pero también demasiado permisivos. ¡SI!
Los terremotos –y vaya si no han causado destrozos y cobrado vidas–, nos han golpeado con dureza, pero siempre encontramos la forma de levantarnos y seguir adelante. Incuso resurgimos con más fuerza. En el último siglo –para usar la misma referencia de tiempo– se han registrado varios sismos con efectos destructivos y mortales, aunque ninguno como el del 4 de febrero de 1976, en el que murieron más de 23,000 personas.
En materia de huracanes y tormentas tropicales, el famoso cambio climático ha provocado que cada cierto tiempo, en esta época, precisamente, nos llegue alguno de estos fenómenos con distinta intensidad, pero siempre peligrosos, destructivos y mortales: Fifi, Agatha, Stan, o Mitch, han sido lo más sonados, por la furia de su llegada y paso.
Pero los desastres naturales –huracanes, terremotos o pandemias–, tienen el denominador común que surgen, cobran fuerza y pueden llegar a causar mucho dolor y daño, pero pasan. Se van. Nos dejan en paz por un tiempo, por más que sepamos que pueden volver. Cuando vienen podemos tomar precauciones y cuidarnos. Con las enfermedades, van surgiendo los remedios y vacunas, hasta que se llegan a erradicar. Así sucederá con la pandemia del covid-19. Tormentas y pandemias truenan, llegan, golpean… y se van.
Pero Guatemala ha sufrido mucho más a causa de su clase política, que ha sido como un virus indestructible que ha sabido mutar a lo largo del siglo, con el fin de seguir causando destrozos en el país y a los guatemaltecos. Esa clase política nos sume en la pobreza, cobra vidas, nos mantiene confrontados y corroe hasta las raíces a la sociedad. Hemos sido tan ingenuos, que permitimos que el mismo sistema –que creamos como salvavidas en 1985– luzca pomposo su fracaso y peligro, mientras lo dejamos que continúe tan campante, actuando sin recato, porque sabe que tiene a su lado –como hada madrina– a la poderosa y hedionda impunidad.
En la primera mitad del siglo XX, fueron las dictaduras las que marcaron la vida política nacional. En octubre de 1944, la Revolución puso fin a ese tipo de regímenes, pero viene la primera mutación. No se terminaron los problemas del pueblo. Tras un breve paréntesis democrático con Arévalo, empieza un quita y pone militares. El militarismo privó hasta 1986. Todas las interioridades de ese largo período histórico son complejas y se necesitan muchos libros para desmenuzarlas, pero lo cierto es que la pandemia política continuó. Los gobiernos no resolvieron los problemas de la población.
Con el retorno de la democracia, se inicia una nueva mutación. Llegan civiles, pero la impunidad persiste y la corrupción se agiganta. Como no existe institucionalidad, cada camarilla de políticos que llega al poder, lo hace con la mirada puesta en su enriquecimiento, en su satisfacción personal; no llegan –los politiqueros– para trascender por su trabajo por las grandes mayorías.
¿Qué habría pasado si tras el terremoto del 76 nos quedamos tirados como las paredes de cientos de miles de casas? ¿Qué sucedería si nos cruzamos de brazos en medio de la pandemia y esperamos que el virus nos lleve? ¿Qué sería de nosotros si ante la llegada de un huracán no tomamos las medidas preventivas?
La respuesta a esas preguntas es sencilla: ¡sería catastrófico!
Pero ante el desastre que provoca la clase política, esa que forman los corruptos e ineptos, nos cruzamos de brazos. Nana ya pasó, la pandemia se irá –ojalá en un día no muy lejano–, pero esos políticos criollos de mala calaña siguen… ¿Hasta cuando?