Enfoque: Periodismo, linda profesión

Gonzalo Marroquín Godoy

¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo?¿Dónde? ¿Por qué? Son preguntas que flotan en el ambiente con cada noticia y el público tiene derecho a que se aclaren…

Soy un enamorado del periodismo en su más pura concepción.  Creo que es una profesión necesaria para defender nuestros derechos, para vivir en libertad, para mejorar en el orden político y social.  Ser periodista de corazón obliga a abrazar compromisos con principios y valores, nos lleva a desarrollar una relación con la sociedad –el público, nuestros lectores, radioescuchas o televidentes–, más allá de las mieles del poder.

Me inicié como periodista a principios de los años 70 del siglo XX.  Llegué a una redacción por herencia.  Casado muy joven, debía trabajar antes de obtener un título universitario.  Muy pronto dejé la carrera de ingeniería y me introduje en el mundo fascinante de las noticias, de la tinta. He hecho de todo en esta profesión.  Me inicié en la sección de noticias internacionales el día que mi hermano Oscar tuvo que salir corriendo del periódico de mi papá –Impacto, se llamaba–.  Su hijo mayor estaba muy enfermo. — Hacete  cargo de las páginas de internacionales, me dijo en su prisa. 

Mi primer trabajo periodístico fue un auténtico desastre.  Aquellas páginas daban vergüenza.  Me propuse aprender y el segundo día cumplí mejor mi tarea.  Desde entonces, la profesión fue como un noviazgo que nace, se nutre con amor y se fortalece.  He hecho de todo en la profesión.  Antes de ser periodista, siendo niño, me llenaba de tinta en el taller del diario limpiando los viejos linotipos y disfrutando de las prensas en acción.  Veía el trabajo final de los periodistas.  Ahora me tocaba estar en el principio de la cadena de producción.  Me tocaba ver las noticias… pero también vivirlas.

Era una época en la que ser periodista era exponer la vida a cada momento.  Primero fui reportero y disfruté de ser también un aprendiz de fotógrafo.  No me detenía a pensar sobre mi futuro, pero cada día quería ser mejor.  Vaya, cómo disfrutaba lo que hacía. La práctica diaria fue mi gran universidad.  Lo primero que aprendí es que el mundo es duro, la política sucia y el ser humano es el centro de nuestra función periodística.

En esa época el país sufrió mucho.  A diario había que informar de violentos asesinatos –políticos, periodistas, activistas–.  El drama humano estaba a la orden del día.  Mientras, aprendía y escalaba posiciones en el periodismo.  Fui corresponsal de noticias de la agencia francesa AFP y trabajé para las cadenas de televisión estadounidenses NBC y CBS.  Los jóvenes hoy no pueden imaginarse siquiera lo que era aquella Guatemala.

Cubrí grandes acontecimientos noticiosos nacionales e internacionales.  Se lo que fue la guerra de aquel entonces.  Estuve en lugares donde hubo masacres –la aldea Xiquín Sinaí, y Patzún, en Chimaltenango–, fui de los primeros periodistas en llegar frente a la embajada de España el día que fue incendiada por las fuerzas de seguridad.  Los secuestros y desapariciones eran noticia cotidiana.  Coberturas complicadas, porque había que dar las noticias, aún sabiendo que la vida corría peligro.

En el plano internacional estuve en la guerra de El Salvador como enviado especial y también fui seleccionado para cubrir la invasión estadounidense a la isla de Granada, en el Caribe.  No me puedo quejar, tuve un aprendizaje en primera línea, como pocos.  El título universitario llegaría cuando era un periodista hecho y derecho.

Aprendí que no puede haber democracia si no hay plena libertad de prensa.  Aprendí que los poderes fácticos siempre quieren controlar la información y/o manipularla a su sabor y antojo.  Aprendí que el poder político –los gobiernos– y la prensa, no pueden, ni deben, caminar nunca de la mano.  Por más que los gobernantes digan que quieren lo mejor para el pueblo, ¡ojo!, si son intolerantes a la critica, ese discurso no es cierto… quieren lo mejor para ellos.

He conocido y hablado con todos los presidentes de Guatemala desde Kjell Laugerud hasta Alejandro Giammattei –vaya si no son un montón, de todos los colores y sabores–,  Me tocó defender por muchos años la libertad de prensa en el continente.  Una lección digna de doctorado en la profesión.  Creo que ser periodista tiene cierto paralelismo con ser médico: hay que tener vocación, se trabaja para servir, se pueden curar grandes males, su horario de trabajo es de 24 horas y demanda mucho sacrificio.  Eso claro, cuando se es periodista o médico de corazón.

Podría escribir un libro con mis experiencias en estos 48 años de vida profesional –y tal vez lo haga–, pero hoy, quiero rendir honor a un concepto que nos abraza: la libertad de prensa.  Mañana 3 de mayo se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa.  Soy un fiel convencido de que, sin libertad de prensa, no pueden existir las demás libertades.  Si se calla a la prensa, los poderes fácticos dominan.  El pueblo tiene el derecho a recibir información.  La información en las manos de las personas es poder para defenderse.  No somos el cuarto poder, pero si un contrapeso para que no haya abusos.  Informar es nuestra tarea, por más que no les guste a los gobernantes.  ¡Viva la libertad de expresarnos!  Es tuya, es mía, es de todos.

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