Gonzalo Marroquín Godoy
El ciclo es un período de tiempo que se repite. Los hay –ciclos– de vida, de trabajo, políticos, de estudios y demás. Suelen traer oportunidades y peligros.
En las últimas semanas he tenido la maravillosa oportunidad de ver amaneceres espectaculares en el mar y en el bello lago de Atitlán. Ver salir el sol –que lo hace en ciclo de 24 horas–, es una provocación a meditar y comprender mejor aspectos de la vida, los retos y oportunidades que nos trae y renueva constantemente. Ese interesante ciclo se vuelve tan rutinario en nuestras vidas, que llega a pasar desapercibido o, al menos sin que pongamos tanta atención, más allá de verlo como un mero espectáculo astral.
Hablando de ciclos políticos –que también los hay–, este martes tenemos en Guatemala el inicio de uno nuevo. Por mandato constitucional, cada cuatro años debemos cerrar uno –que casi siempre representa un alivio– y abrir otro nuevo, con duración de 1,456 días, tiempo suficiente para hacer muchas cosas positivas, impulsar al país a una dimensión diferente, principiar a resolver los graves problemas que nos aquejan y sentar las bases democráticas para que, llegado el nuevo ciclo –en este caso en 2024–, queden mejores condiciones para el nuevo presidente.
Supuestamente, cada ciclo de esos debe servir para subir escalones y combatir el enorme déficit socioeconómico que golpea a la población, pero no ha sido así. Vinicio Cerezo no quiso iniciar el cambio, Jorge Serrano jugó a convertirse en dictador en vez de trabajar por el país; Álvaro Arzú llevó a su máxima expresión la corrupción de cuello blanco y sentó las bases para los grandes negocios de la clase política –uso de ONG y fideicomisos–; Alfonso Portillo y la banda del FRG robaron a manos llenas y la corruptela se disparó en los sucesivos gobiernos, hasta llegar a la explosión, que se dio con la administración del PP –Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, Alejandro Sinibaldi y compañía–.
Ahora hay un debate en redes sociales sobre los logros y los pecados de Jimmy Morales. El país está polarizado, y quienes apoyan al aún presidente, dicen que rescató la soberanía y dignidad nacional. Los que lo critican, opinan lo contrario y señalan que ha sido el presidente que puso fin a la lucha contra la corrupción y la impunidad en el país.
Los hechos son los que hablan: si hubiera rescatado la soberanía y dignidad nacional, no hubiera terminado su período con el vergonzoso papel que ha asumido en torno al tema migratorio. Aceptó todas las imposiciones de Donald Trump, hasta llegar al extremo de tolerar que en su propia cara el amo de la Casa Blanca se refiriera despectivamente a los migrantes guatemaltecos indocumentados en Estados Unidos. Este espacio no alcanzaría para mencionar todos los hechos que muestran que debemos sentir alivio por el ciclo que termina.
Sin embargo, no puedo dejar de mencionar otro de los pecados de Jimmy Morales: agravar –en grado máximo– la crisis institucional. Si, ha contribuido a corromper instituciones como el Congreso –basta recordar como se formó con tránsfugas transeros la bancada mayoritaria de FCN-Nación–, el Organismo Judicial, la cancillería y varios ministerios. Ha sido un gobierno contrataciones para amigos, familiares y compinches, sin pensar nunca en los intereses del país, sino más bien del grupo allegado.
Menos mal que se puede cerrar el ciclo de la mediocridad y la tolerancia hacia la corrupción, además de fomentar la impunidad. Digo se puede, porque también cabe la posibilidad que así como el inicio de un ciclo permite romper lo que ha venido sucediendo, cabe la posibilidad de que veamos la repetición de algunos o todos los errores o pecados cometidos en los anteriores.
Para recobrar la institucionalidad, hay que promover primero la inexistente independencia entre los poderes del Estado. El Ejecutivo no debe meter sus manos y corromper el proceso de elección de junta directiva del Congreso –aunque ya se menciona que está sucediendo–, como los diputados no deben manosear la elección de magistrados –cosa que me temo sucederá–. Sabias son las palabras que dejó para casos como este Albert Einsten, quien dijo: — Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes.
En el inicio de cada ciclo sucede lo mismo: promesas y más promesas. A los pocos días se repiten actitudes que han tenido los gobernantes anteriores. Lo que tenemos que hacer como ciudadanos, es poner atención. Si no vemos actitudes positivas diferentes, no esperemos que algo distinto pueda ocurrir en el plano institucional. ¿Hace cuánto que no vemos iniciativas verdaderamente esperanzadoras? Sin embargo, siempre hemos escuchado discursos en los que los presidentes salientes hablan de los logros más importantes de nuestra historia, como repetirá Jimmy Morales el martes al dejar en medio de sombras el cargo. Por su mente pasará que ha brillado… pero querrá correr a esconderse al Parlacen. ¿Por qué será? Y, ¿veremos el nuevo ciclo como algo rutinario?