Era 1967 y tengo que reconocer que mi memoria no es tan maravillosa como para recordar con absoluta claridad lo que sentía como un patojo de casi 13 años, pero si tengo en mi mente lindos partidos de fútbol que había visto en el estadio Mateo Flores, entre ellos, el primero que pude ver en vivo y medio de una multitud, cuando en un partidazo, Guillermo Gamboa, la famosa pantera negra, paró de todo al club Guadalajara, jugando para Comunicaciones, que al final de ese torneo creo que quedó sub campeón de Concacaf.
Aquel año que menciono, Guatemala clasificó para la hexagonal final del área de Concacaf, y si recurdo muy bien que por la radio se escuchaban todos los partidos que se disputaban en Tegucigalpa, Honduras, en donde nuestra Selección avanzaba paso a paso. Fue una locura nacional haber ganado 1-0 a México con un gol de Escopeta Recinos. Yo ya era aficionado al fútbol y seguramente disfruté muchísimo aquel momento y más aun cuando lleg`ó la coronación en el torneo.
Hasta el día de hoy, 50 años después, Guatemala no ha sido capaz de repetir aquella hazaña. No creo tampoco que haya habido una camada de jugadores como aquella. Aquellas estrellas se volvieron familiares para mí, aunque no las conocía personalmente.
Tuvieron que pasar muchos años para llegar a conocer a algunos de esos héroes en persona. Los primeros que conocí fueron Hugo Tin Tan Peña, y Rodolfo Nixon García. Con el primero llegué a tener una relación de amistad y cariño hasta su muerte, todo un tipazo, mientras que con Nixon compartimos varios eventos y luego dejamos de vernos.
Como aficionado que era, veía pasar triunfante por los mejores equipos de la época a don Rubén Amorín Matos. Hizo campeón a Aurora, Comunicaciones y Municipal espero que mi memoria no me falle, pero me parece que así fue, aunque no necesariamente en ese orden–. A mi no me cabe duda que ha sido el mejor entrenador extranjero que ha llegado al país. Ese uruguayo modesto, sincero y de actuar firme se convirtió en todo un personaje del fútbol nacional.
Cuando llegué a Director del diario Prensa Libre, el editor de Deportes era otro gran personaje del medio y ex deportista también: Carlos Pontazza Izzepi. Un día de tantos, Carlos entró a mi oficina y, sabiendo que a mi me encantaban los deportes y particularmente el fútbol, entró a mi oficina y me dijo: te voy a presentar a alguien que te gustará conocer. Con él estaba don Rubén Amorín.
No recuerdo los detalles de la charla, pero sí se que para mí fue un honor estrechar la mano de un personaje al que admiré y aunque nunca estuve cerca suyo, lo sentía como un viejo conocido. Así surgió una buena relación. Creo que aunque no fue cercana, había una amistad entre ambos y, lo que sí estoy seguro, es que creamos un fuerte nexo de aprecio y respeto mutuo.
Al poco tiempo le pedí a don Rubén –a quien ya le decía cariñosamente Rubén a secas– que escribiera para los lectores de Prensa Libre, que su pluma sería valiosa para nosotros. No lo pensó mucho, aunque reconoció que su habilidad principal no era la pluma, pero estuvo dispuesto a colaborar con el diario, lo que hizo hasta que su mente lo abandonó.
Durante algunos años, tuve la oportunidad de saludarlo muchas veces, otras de conversar con él de fútbol, y algunas de compartir sus inquietudes personales. Por eso aprendí que tuvo un profundo amor por su familia, el refugio de aquel gran hombre que tantas glorias dio al país y clubes, pero con poco reconocimiento económico.
Esos breves encuentros me mostraron otra faceta de aquel héroe del Campeonato que Guatemala logró en 1967. Rubén fue un ser humano extraordinario, al que, por supuesto, tenía que acompañar el éxito. Ahora que se celebra el cincuentenario de aquella hazaña, me ha parecido honrar a quien honor merece. Todos los jugadores, por supuesto, pero también a ese viejo lindo, porque era especial, de verdad. De vez en cuando me viene a la memoria Rubén, un buen amigo. Hoy es uno de esos días…