¡Nunca se miente más que en la guerra y en las campañas políticas! Lo que deberíamos ver y conocer en detalle es la trayectoria y lo que han hecho en la vida los candidatos a cargos de elección».
Gonzalo Marroquín Godoy
Al hacer un poco de memoria, puedo decir que he sido un observador en todas las elecciones que han tenido lugar en Guatemala desde 1974, aunque más cercano a partir de la de 1982, cuando se denuncia un fraude que crea el ambiente para que militares le den golpe de estado al general Romeo Lucas y lleven a la presidencia al también general Efraín Ríos Montt.
A Ríos lo derroca Oscar Mejía Víctores, quien impulsa una apertura política y abre espacios para que una Asamblea Constitucional redacte la actual Carta Magna y empieza la era democrática, que ha tenido dos momentos complicados a causa de gobernantes que fueron obligados a renunciar –Jorge Serrano Elías y Otto Pérez Molina– por crisis generadas por ellos mismos.
Desde 1985, en cada elección se han presentado cada vez más candidatos y partidos políticos. Este año puede marcarse un récord, pues hay cerca de 30 organizaciones que pueden postular candidatos. Uno de los muchos defectos que tiene la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), es que no fomenta democracia interna en los partidos, por lo que hacen nominaciones a dedo o, en muchísimos casos, entregan las candidaturas a diputados y alcaldes a cambio de un pago, lo que marca el estilo corrupto que predomina.
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En el caso de los candidatos presidenciales, ha sido una tradición que el electorado se deja llevar por el discurso –incluyendo promesas– y la atractiva personalidad del candidato, sin ver lo que hay detrás de tanta palabrería o el fondo de las propuestas.
Cuando en una empresa –aquí o en cualquier país del mundo–, se piensa contratar a un gerente, a un CEO o a un alto(a) ejecutivo(a), lo primero que se desmenuza es su hoja de vida. Si él o la aspirante no tiene un buen currículum, se descarta de entrada. Si el cargo requiere fuerte conocimiento de finanzas, administración u otros aspectos, se mira si el postulante es apto. Si no los tiene, se desecha.
Vinicio Cerezo, por ejemplo, era inteligente y tenía experiencia política. Se acercaba a lo ideal, pero nunca había trabajado como abogado, tampoco dirigió jamás una junta directiva para poner a prueba su capacidad de tomar decisiones, ni había tenido en algún momento una cuota de poder. Esas falencias le pasaron factura. Su nubló con el poder y en vez de aprovechar el caudal político y social con el que llegó, se diluyó en la parranda. Guatemala perdió una gran oportunidad… y él también.
Portillo es otro ejemplo de un buen pico de oro –bueno para hablar y convencer como Cerezo–, pero sin tener cartas de presentación para ser un buen presidente. Por el contrario, su trayectoria le presentaba como alguien que había violado leyes –matar a dos estudiantes mexicanos–, como alguien que se acomodaba a las situaciones y cambiaba de partido según la conveniencia, además de ser propenso al soborno. El resultado fue nefasto para el país y se convirtió en el primer expresidente en la historia que fue preso en Estados Unidos por actos de corrupción.
Jimmy Morales en su hoja de vida no presentaba nada más destacado que ser comediante y representar –entre otros– al famoso personaje del cabo Morales en Moralejas. No se podía esperar mucho de él. El actual presidente tuvo cargos de ejecutivo medio en algunas empresas y Empagua y por ahí escaló al cargo de director de presidios. Nada que le diera credenciales para gobernar un país.
La tarea de escudriñar detrás de la palabrería de los candidatos no es fácil, pero tampoco imposible. Hoy es más fácil encontrar las hojas de vida que allá por el fin del siglo pasado y la primera década del actual.
Al inicio de esta columna parafraseé una famosa frase de un destacado político alemán en el siglo XIX. Otto von Bismark dijo: Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería. O sea que no debe extrañarnos la forma de actuar de los políticos –porque no ha cambiado en siglos–, pero el mensaje es que, sí ya sabemos cómo son, debemos exigirnos más para ver lo que hay detrás de cada discurso o promesa que nos hacen los candidatos.
Ahora, escucharemos a auténticos súper hombres que resolverán los problemas económicos, sociales, la inseguridad, nos dirán que combatirán la corrupción, llevarán salud a cada rincón del país en modernas carreteras y bla, bla, bla… Algunos incluso lo siguen repitiendo cuando llegan al cargo, a pesar de mantener al país en paupérrimas condiciones. La queja es que siempre tenemos que escoger entre el menos peor, pero nos dejamos encandilar por esos picos de oro que, como encantadores de serpiente, ofrecen el oro y el moro en campaña, pero al llegar, solo se preocupan de engrosar sus chequeras.
Nos quejamos de que los españoles al llegar a América engañaron a los pueblos originarios con espejitos. Pues esa práctica no ha cesado. Somos nosotros los que debemos impedir el engaño.
Los políticos seguirán ofreciendo espejitos a cambio del voto. En realidad, los discursos no han cambiado desde aquellas elecciones de las décadas del 70 y 80. Las mismas promesas se repiten cada cuatro años… y al término del período, las cosas siguen igual. Lo importante es encontrar a alguien que sea capaz de cumplir… escudriñemos, investiguemos, pensemos y luego votemos, o no.
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