Gonzalo Marroquín Godoy
Aunque no había ningún fundamento de peso, al inicio de 2016 existía un cierto sentimiento de optimismo –moderado, pero optimismo al fin y al cabo–, producto del cambio de Gobierno. Las dudas existentes afloraron a lo largo del año hasta convertirse en realidades, de tal forma que con la llegada del Año Nuevo, la incertidumbre principiaba a ser nota destacada.
De acuerdo con el Panel de Analistas con el que el Banco de Guatemala suele medir el “índice de confianza” de la actividad económica, en enero de 2017 aún se podía sentir que en el sector empresarial había más optimismo que desconfianza–aunque no se tenía ningún argumento de peso para ello– y se mantenían expectativas de mejora en la actividad económica del país.
Termina un año complicado en todos los órdenes. El 2018 será un año de intensidad política y las interrogantes abundan.
En el área social en cambio, se dieron pronto las primeras demostraciones de malestar con protestas y no fue difícil pronosticar que el ambiente nacional se complicaría. Eso si, nadie anticipó que se vendría pronto una crisis sociopolítica de tal magnitud, que ha terminado por provocar el peligroso estancamiento de la economía con el que estamos terminado el año.
Si bien muchos de los índices macroeconómicos muestran estabilidad, en la práctica los efectos son claros: no hay inversión, no se incrementaron puestos de trabajo en el número mínimo indispensable y el país marcha sin un rumbo definido en medio de confrontación ideológica y social, con una gobernabilidad que pende de un hilo de manera permanente.
Gran parte de la estabilidad económica se debe a que, ante la falta de oportunidades, el flujo de migrantes guatemaltecos hacia Estados Unidos continúa, con el consecuente incremento en el envío de remesas, que este año superará por primera vez la cifra de los US$ 8 mil millones. Una inyección mucho más fuerte que la que hacen a la economía nacional el café, el azúcar y otras exportaciones juntas.
Si los ciudadanos de a pié no tenemos confianza en lo que está por venir con el 2018, hay que ver como cambió la sensación del “panel de expertos”: En enero, el 64.3% creía que la economía mejoraría en los siguientes seis meses, contra un 35.7% de pesimistas que decían lo contrario. Ahora ha cambiado diametralmente la respuesta. Solamente un 35.3% piensa que mejores cosas están por llegar, contra un 64.7 que considera que no mejorará la economía.
Yo me inclino por los segundos, simple y sencillamente porque no hay ningún indicio de que se han hecho o se tomarán acciones en la dirección correcta de inmediato. Será más de lo mismo.
Solo un 5.8 por ciento de los empresarios piensa que su empresa está pasando por “un buen momento”. Esta es una respuesta contundente de lo mal que está terminando el año.
Si a esa frustración en el sector productivo se suma el turbio ambiente político que tenemos a la vista, es muy difícil pensar que algo bueno esté por llegar.
Es más bien lógico esperar que el próximo año habrá deterioro en muchos sentidos. La economía se mueve muy influenciada por las percepciones, y ya vemos que en este momento no las hay buenas o positivas. Primer síntoma preocupante.
Luego está el calendario “político”, con el delicado proceso de elección del nuevo Fiscal General, que se anticipa bastante idiologizado. Ya hay aspirantes –como Fernando Linares o Acisclo Valladares–, que traerían consigo polarización a lo interno del MP, trabajando en contra de la tendencia que ha marcado la CICIG en la lucha contra la corrupción y la impunidad.
No puedo ya extenderme más, pero si es fácil anticipar que continuará la confrontación ideológica y social, que el Gobierno no podrá mostrar capacidad –porque no la tiene– para resolver problemas y lograr la unidad nacional y, en resumen, que todo ello empeorará el escenario presente.
El pesimismo no sirve de nada, pero el realismo si. Si sabemos lo que está por venir, nos debe tomar bien preparados… La respuesta a la pregunta inicial es: ¡No!, lo bueno aún no está por llegar, habrá que luchar por ello.