Gonzalo Marroquín Godoy
Cuando se lleva más de 40 años viendo los acontecimientos políticos de un país como un espectador privilegiado –eso somos de alguna manera los periodistas–, podemos ver mejor quién o quiénes han sido los responsables de mantener el país en un estancamiento como el nuestro, en el que se mantienen inalterables los principales índices de desarrollo humano, por más que la macroeconomía nos muestre que debiésemos estar mejor.
Los gobiernos se han sucedido uno tras otro, pero los resultados no han sido diferentes. Han cambiado de colores –verde la DC, rojo el MAS, amarillo el PAN, azul el FRG, azul y rojo la GANA, verde la UNE, naranja el PP y azul y rojo FCN-Nación–, pero todos terminan siendo parte de lo mismo: una clase política que fue creando paulatinamente una maraña de corrupción e impunidad y se olvidó de promover el desarrollo, mejorar la educación y salud, luchar contra la pobreza y, en términos generales, de su obligación principal que no es otra que la de construir un mejor país, con mayores oportunidades para todos.
El país está frente a una disyuntiva determinante: volvemos a un pasado muy reciente o evolucionamos a un mejor sistema político.
Nos guste o no, el sistema político es el que determina el rumbo que toma un país. Es el que define las políticas económicas, sociales –de desarrollo– y hasta culturales. Decide o fija el rumbo que toma el país y, a la postre, es el responsable del ambiente que se vive, ya sea de estabilidad y prosperidad o el de agitación y subdesarrollo.
Ha costado mucho cobrar conciencia del grado de podredumbre al que nuestro sistema político –la clase política, como se le llama– nos ha llevado. Aún en este momento, hay muchos sectores de la población que buscan responsables en otro lado, ignorando o no queriendo ver el daño que el país ha sufrido por esa cultura de descomposición que se ha ido construyendo paso a paso.
La prensa independiente –y principalmente el diario elPeriódico– ha publicado suficiente información y casos concretos como para disparar las alarmas en torno a la corrupción. Menos mal que las denuncias cayeron en terreno fértil y varias de ellas se convirtieron en casos destapados por el MP y la CICIG. Entonces se comprendió mejor el alcance de aquel cáncer.
Se ha visto con hechos como los políticos llegan al poder para hacerse millonarios y no para servir al país. Se ha mostrado con absoluta claridad como la mayoría de partidos políticos son más bien vehículos de negocios que organizaciones de intermediación con la sociedad. Tiene absoluta razón Iván Velásquez cuando dice que el mal de la corrupción imperante nace precisamente de los partidos políticos.
Pero a lo que voy, es que la tarea apenas ha principiado. Siempre he sostenido que todo lo que ha ocurrido en los últimos tres años –descubrir tantos casos de alto impacto–, no hubiera sido posible en Guatemala sin la presencia de la CICIG. Pero hay que reconocer el mérito e importancia que ha tenido en este período el Ministerio Público y Thelma Aldana, porque sin el aporte del lado guatemalteco, tampoco se hubiera podido llevar a cabo la tarea.
El MP y la CICIG se necesitan el uno al otro para avanzar. En el caso de la Comisión, la propia ley establece que la persecución penal es –para decirlo en palabra sencilla– monopolio del MP y que todo lo que haga el ente internacional, debe pasar por medio de la fiscalía nacional. Es decir, que si el MP no quiere, los procesos que impulse la CICIG pueden ir a la deriva e incluso naufragar.
Por esa razón tiene tanta importancia la llegada de la nueva Fiscal General, Consuelo Porras Argueta, porque de ella dependerá –de manera decisiva–, si los guatemaltecos sufrimos un retroceso –con triunfo para la clase política– o podemos avanzar y soñar con un país que principie muy pronto un proceso de cambio. Solo siendo un país diferente podremos aspirar al desarrollo integral.
Para ser sincero, sus primeras declaraciones dan un aliento de esperanza. Habla de trabajar con la CICIG, dice que será una Fiscal independiente –lo que es vital– que su único compromiso es con la Justicia y que estará siempre abierta hacia la prensa porque la población tiene que estar bien informada.
La independencia del MP es la pieza clave para cumplir a cabalidad con la función de la institución. Las dos últimas fiscales han sido independientes. Si tenemos la tercera mujer ¡independiente! en fila, podemos aspirar a mejorar, a que cambie el sistema político, que cambie el sistema de justicia, que cambie Guatemala.