Gonzalo Marroquín Godoy
Cuando un medio de prensa independiente desaparece, se pierde una voz. Cuando sucede en Guatemala, que tanto necesita de la libre expresión, la pérdida es mayor.
Hace algunos meses, conversando con Martín Rodríguez, periodista a quien conozco desde sus inicios como profesional en Prensa Libre, hablamos sobre el complicado futuro de Nómada –fundado por Martín y un grupo de socios entusiastas–. Pasó un tiempo y en julio pasado, en medio de una tormenta interna en esa empresa, acepté el reto de dirigir el medio, principalmente con el fin de evitar que tuviera que cerrar.
No me voy a referir a las causas de esa crisis ni a sus protagonistas. Al fin de cuentas lo que se estaba formando era, haciendo una analogía, un gigantesco e ingobernable huracán, que con fuerzas internas y externas aumentaba su capacidad destructiva a cada momento. Se hizo todo lo posible por mantener la nave a flote, pero no había ningún puerto al cual acogerse.
El caso es que se tuvo que cerrar la operación con el apoyo de los socios. Lo triste del caso –más allá de las pérdidas económicas–, es que se ha perdido un importante espacio de expresión, un valioso y valiente medio informativo, que se caracterizó, durante seis años, por denunciar la corrupción y la impunidad, además de darle voz a diversidad de sectores, así como defender las causas de género, de identidad y señalar la discriminación y cualquier tipo de abuso contra la sociedad guatemalteca.
Estos dos días anteriores han sido muy activos en las redes sociales. Hay quienes critican el cierre y al medio, otros se rasgan las vestiduras porque se les menciona y se creen intocables y más allá del bien y el mal, así como también aquellos que lamentan lo sucedido y comprenden el golpe que representa para la libertad, los derechos ciudadanos y la lucha contra la corrupción, entre tantas otras causas que Nómada hizo suyas. Por supuesto que también hubo errores, al fin y al cabo, se trata de humanos ejerciendo una profesión.
La verdad es que es una pérdida muy grande. Cuando un medio de prensa cierra, no pierden solo los socios y los trabajadores, pierde toda la sociedad y el país en general. Cada vez es más difícil –¡y caro!– hacer buen periodismo. Además, con la globalización y la arrolladora era informática, la lucha por el control de la información –o influir en ella–, se ha vuelto más furiosa, más descarada, pero también más compleja y peligrosa. Así se puede ver lo que ocurre bajo los regímenes autoritarios –tipo Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, pero antes también Fujimori en Perú–, los cuáles, bajo banderas ideológicas, acosan, compran o matan a la prensa independiente, al mismo tiempo que controlan a multitud de medios, con el fin de ser los grandes controladores de la información, pues bien saben lo cierta que resulta aquella frase que dice: Quien tiene la información tiene poder. Por supuesto ellos no quieren que ese poder, la información, esté en manos del pueblo –¡¡¡como debe ser!!!–, porque entonces no pueden manipular a la sociedad.
Por eso es lamentable el cierre de cualquier medio independiente. Porque se pierde el espacio para opinar, debatir, investigar y profundizar más en torno a lo que sucede en el país. Es por eso que hoy muchos estarán felices por el cierre de Nómada. ¿Quiénes?, sencillamente los funcionarios corruptos, los políticos aprovechados, los discriminadores, quienes abusan y manipulan el poder, los que viven en la sombra de la impunidad y, en resumen, todos aquellos que no respetan los principios y valores que deben prevalecer en una sociedad democrática.
Es posible que el debate en torno a Nómada se desvíe y tome otro curso, pero lo que no tenemos que perder de vista es que se perdió un medio que facilitaba el flujo informativo. Las redes sociales son más eficientes en crear confusión, que en el traslado de información correcta. No tienen que cuidar su credibilidad y, por lo tanto, llevan y traen mentiras o verdades a medias, lo que causa desinformación. Los medios serios, en cambio, tienen que cuidar su credibilidad –que es el principal activo del periodismo– y lo que dicen o publican queda para el escrutinio de sus lectores, televidentes o radioescuchas.