Gonzalo Marroquín Godoy
El tiempo corre y 2017 ha entrado en su segunda mitad sin que se vea al menos una solución entre los múltiples problemas sociales que afectan a nuestro país. El Gobierno, llamado a ser representante de la unidad nacional, ni siquiera goza con la credibilidad mínima necesaria para impulsar con éxito algún tipo de cambio.
Lamentablemente ya nadie se preocupa por hacer encuestas, por lo que debo decir que mi percepción es que después de 18 meses, la aprobación del presidente Jimmy Morales y su administración debe estar en niveles más bien bajos. Eso se refleja en las famosas redes sociales, en donde a pesar de los esfuerzos de los net centers – centros de generación de opiniones para impactar en Facebook, Twitter y compañía–, los comentarios siguen siendo mayoritarios y lapidarios sobre su gestión.
Cuando el país necesita más unidad de criterio,
es cuando afloran la divisiones y frustraciones.
Aquí todo el mundo anda peleando: izquierdistas, derechistas, campesinos, empresarios, indígenas, mineros, activistas de derechos humanos y/o ambientalistas y periodistas; los corruptos y corruptores, políticos y dirigentes sectoriales. Creo que los únicos que se salvan son los académicos junto con los artistas y quizás los más soñadores que, eso si, puede ver como el resto de guatemaltecos está dispuesto hasta jugar sucio con tal de hacer prevalecer sus puntos de vista o demandas.
En buena medida, la historia muestra que llegar a esta situación de confrontación, mezclada con frustración, se debe al fracaso o debilitamiento de nuestro sistema democrático, que ha sido incapaz de contribuir en aliviar los graves problemas socioeconómicos que nos aquejan, los cuales nos han arrastrado a lo largo de decenas y decenas de años, para no hablar de siglos –cosa que resultaría absolutamente cierta–.
Sin duda, lo que sucede ahora es que tenemos un cúmulo de frustración que está aflorando con mayor fuerza de cara a esta situación en la que no se ve que pueda suceder algo positivo en el corto o mediano plazo.
Es impresionante escuchar o leer comentarios destructivos de diversas personas –algunas supuestamente muy informadas y con criterio–, las que con gran facilidad descalifican a quien no piensa como ellas. La radicalización en las posturas es un peligro en muchos sentidos, porque incluso abre las puertas para que no se logren grandes avances en la lucha contra la corrupción y, lo peor del caso, podamos ver más bien un retroceso.
La falta de liderazgos se traduce también en que las diferentes corrientes de pensamiento y opinión, terminan de confundir o confundirse, porque –justo es reconocerlo–, hoy en día predomina la desinformación, casi siempre provocada con mala intención por grupos o personas con intereses específicos.
El país vive bajo amenaza. El sistema de partidos políticos sigue dominante y camina tan campante como Johnny Walker, siendo como es, el principal responsable de la crisis permanente que vivimos. Claro que hay que arreglar todo lo urgente: pobreza, carreteras, salud, seguridad, certeza jurídica, corrupción, educación, y demás problemas de nuestro caos permanente, pero será imposible hacerlo de manera sostenible si no se cambia antes ese sistema politiquero que nos asfixia.
Para esa clase política, lo mejor que puede estar sucediendo es precisamente lo que ocurre, porque al estar confrontada la sociedad guatemalteca, entran en vigor dos sabios refranes populares que se aplican a esta realidad: ¡divide y vencerás! y el otro, que dice en río revuelto –pueblo dividido y peleando entre si– ¡ganancia de pescadores! –que en este caso serían los políticos que se niegan al cambio–.
El optimismo suele brotar de acuerdo con los logros obtenidos o porque hay un esfuerzo sensible que nos hace tener esperanza. Por tanto, lo que cabe esperar, es que principiemos a construir ese nuevo escenario. El trabajar en la dirección correcta nos hace ver el mundo diferente.