Gonzalo Marroquín Godoy
Sin importar la ideología, el autoritarismo deja secuelas negativas. Bolivia queda ahora dividida y confrontada, por culpa de un líder sin principios democráticos auténticos.
Conocí personalmente a Evo Morales en mayo de 2009 en La Paz. Fue durante una reunión que sostuvimos cinco miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), con el mandatario boliviano y cuatro miembros de su gabinete, para discutir sobre la situación de libertad de prensa en aquel país sudamericano.
Ya para entonces se podía percibir en Evo –así le llaman todos en su país y fuera de él– un fuerte autoritarismo, intolerancia y, al mismo tiempo, una gran habilidad para manejar situaciones frente a sus adversarios, fueran estos opositores ideológicos, políticos o simplemente personas o grupos que demandaban respeto a los derechos y libertades democráticas.
Siempre tenía en la punta de la lengua la respuesta políticamente correcta, así como las acciones que le llevaban a salirse con la suya. A diferencia de sus homólogos y amigos Hugo Chávez y Rafael Correa, él se mostraba más dispuesto a dar la cara y debatir con la SIP. Los dos últimos nunca se atrevieron a recibir y discutir con las misiones de periodistas que llegamos –una y otra vez–, para reclamar que se respetara la libertad de prensa en Venezuela y Ecuador.
Evo, más hábil que sus colegas, sí estuvo dispuesto a reunirse con nosotros, pero lo hizo a su manera y con una estrategia bien planificada.
Primero, nos hizo esperarle dos horas en el Palacio Quemado –así le llaman en La Paz–, y luego nos pasaron a un gran salón, en el que nos esperaba medio centenar de periodistas afines a su gobierno, quienes presenciaron el circo que Evo había organizado. Sabía que como periodistas no podíamos oponernos a la presencia de colegas, por más que estuvieran obedeciendo directrices oficialistas.
Luego ocupó cerca de cuarenta minutos para explicar lo que, desde su punto de vista, hacía la prensa independiente u opositora. La llamo vendida, y a los periodistas de esos medios, pollos vendidos, entre otros calificativos. En lo personal discrepé y le señalé –como era mi tarea–, que en una democracia se deben respetar todas las corrientes de pensamiento y, sobre todo, el derecho de los pueblos a la información. Le dije que cualquier ataque contra la prensa independiente era una forma de actuar antidemocrática.
En ningún momento perdió la compostura, mostró titulares de medios opositores para asegurar que había libertad de prensa, pero no reconoció que hubiese acoso permanente contra los medios, como la SIP sostenía con ejemplos, argumentos y pruebas.
Finalmente sin discutir mucho, dijo que él era respetuoso de la libertad de prensa y prueba de ello era la presencia de todos los periodistas. Al día siguiente la mayoría de medios –que eran oficialistas–, destacó las frases de Evo y se minimizó lo que nosotros señalamos. No cambió su actitud hacia la prensa independiente.
El sabor que me dejó es que se trataba de un gobernante amante del poder, hábil, autoritario, intolerante y populista consumado.
El tiempo confirmó esa percepción. El poder lo engolosinó y le hizo perder la dimensión. Me parece que si no se hubiera convertido en un ambicioso por la banda y silla presidencial, hubiera podido pasar a la historia como gobernante de bien y sin causar tanto daño a su propio país. Pero no le bastó un primer período… quiso el segundo, pero tampoco le bastó. Entonces retorció la Constitución y contra viento y marea, logró un tercer mandato. Como tampoco eso le bastó –y no promovió el surgimiento de un nuevo liderazgo en su partido–, intentó buscar un cuarto período, aún a costa de no realizar elecciones transparentes.
El cielo se le cayó encima esta vez, al extremo de provocar que una parte del pueblo, el ejército y la policía le exigieran la renuncia. Supongo que ya estará en México tras renunciar a la fuerza.
Algunos dicen que hubo golpe de Estado. Otros, que ha sido producto de un fraude electoral. Pero la verdad, es que lo que hoy se tiene es producto del afán de un hombre por el poder. La democracia requiere de alternancia. Hoy se dicen países “democráticos” muchos que viven auténticas dictaduras, como Rusia, Nicaragua o Venezuela. Para que no se crea que es una opinión ideológica, tampoco fueron democráticos los gobiernos de Fujimori en Perú ni los militares que se sucedieron fraudulentamente en Guatemala a fines del siglo pasado.
El poder ciega, el poder corrompe.
Creo que si no se hubiera postulado a otro período, Evo pudiera haber hecho más por su país que aferrándose al poder. Si su actitud hubiera sido como la de Mandela en Sudáfrica, llamando a la unidad y no a la división y confrontación, Bolivia hoy sería diferente. Pero no, él quiso perpetuarse y para lograrlo, apelaba en cada elección a la lucha entre indígenas y ladinos. Eso pasa cuando no se aprenden las lecciones que la historia nos deja.