Gonzalo Marroquín Godoy
Los estadounidenses deben decidir entre profundizar la división existente entre ellos o buscar el retorno a la institucionalidad y democracia funcional.
Estados Unidos es la principal potencia económica y militar del mundo. El inquilino de la Casa Blanca y del despacho oval es reconocido también como el hombre con más poder del planeta y la persona que más puede influir –para bien o para mal– en las políticas globales. El próximo martes los estadounidenses decidirán si esa persona sigue siendo Donald Trump (R) o será Joe Biden (D).
Seguramente, porque así lo muestran las encuestas, el voto popular favorecerá al exvicepresidente Biden, pero Trump hace su mayor esfuerzo para repetir lo sucedido hace cuatro años, cuando perdió por el voto a nivel nacional, pero ganó la elección en el complejo Colegio Electoral, que es donde se define el ganador, de acuerdo con los resultados de cada uno de los estados.
No me voy a referir al sistema electoral estadounidense, sino más bien al entorno electoral que hay en este momento. Trump ha polarizado al país. Su discurso contra los demócratas, a los que califica de socialistas radicales le muestra nuevamente como el presidente de unos y enemigo de otros, olvidando que su mandato es para gobernar a favor del pueblo y no de ciertos grupos económicos políticos, sociales o raciales.
De la misma manera en que gobernantes autócratas de Latinoamérica tratan de controlar la justicia –por cierto, criticados por el Departamento de Estado–, Trump ha nombrado más jueces federales que sus antecesores, en un afán por lograr y controlar, para que haya afinidad de la justicia hacia sus políticas y directrices.
En 2016, Trump tuvo una ventaja al hablarles a sus seguidores de los temas que querían escuchar –puro populismo–. Así creó un falso nacionalismo, al repudiar a los migrantes, prometer la supremacía estadounidense –incluyendo la racial–, hablar del dominio económico y, en aspectos generales, inspirar a quienes sueñan con ser parte de una Nación dominante y poderosa.
Escuchar sus discursos es ver a Putin o Maduro, solo que en la derecha. Su habilidad para mover redes sociales –aunque sea con disparates– y confrontar a la prensa con el fin de ganar protagonismo, han sido sus herramientas de comunicación. Sin embargo, tras cuatro años de promover confrontación social, eso puede jugar en su contra esta vez.
El núcleo electoral de Trump sigue siendo fuerte –los más radicales–, pero se ha debilitado en sectores que tienen claro que en su país deben prevalecer los valores y principios democráticos, mismos que no respeta el presidente. Además, sus posturas extremistas y autoritarias han movilizado en su contra a muchos estadounidenses que regularmente no votaban y son moderados. Creo que el índice de votación será elevado, a pesar de la pandemia.
Me parece también que el crecimiento del voto anticipado puede ser un índice de que los demócratas tendrán más respaldo en esta ocasión.
Como dicen muchos de sus excolaboradores –todos personajes reconocidos que renunciaron a sus cargos–, Trump tiene un gobierno egocéntrico y su capacidad para dirigir a la nación más poderosa es más bien cuestionable.
No hay espacio para más, pero sí quiero hacer un pronóstico: Trump perderá el voto popular y también el Colegio Electoral. De lo contrario, Estados Unidos pierde.