Gonzalo Marroquín Godoy
Acudir a votar a las urnas es una expresión a favor de la democracia. Hacerlo por un candidato es expresar confianza en él. El voto nulo expresa: ni uno ni otro.
El domingo próximo los guatemaltecos debemos acudir nuevamente a las urnas para elegir entre los dos candidatos que tuvieron más votos en la primera vuelta del 16 de junio pasado. Por un lado, la socialdemócrata Sandra Torres –autoritaria, intolerante y muy comprometida, entre otras cosas– y; por el otro, el conservador Alejandro Giammattei –también autoritario, intolerante y muy comprometido, entre otras cosas–.
La primera se graduó como comunicadora social, pero no se ha dedicado a esa profesión, pues aparentemente ha sido empresaria en alguna etapa de su vida. El segundo es médico, pero desde hace mucho tiempo que no ejerce. Ambos han encontrado en la política su actividad principal y viven pues de eso: de hacer política, aunque habría que hacer un fuerte trabajo de investigación para determinar como esa carrera les proporciona para vivir… y bien!!!
De ambos se dicen un montón de cosas –no todas comprobables–, y se especula sobre lo que podrían ser en caso de ganar las elecciones. Lo que sí es cierto es que si Sandra Torres gana, tendrá un poder gigantesco y peligroso, porque seguramente además de tener el Ejecutivo, controlará el Legislativo y mantendrá sus tentáculos en el poder Judicial. Peligroso que tanto poder se concentre en una persona. Eso sí, creo que conoce mejor el Estado por dentro que su rival de campaña, por su paso como primera dama y mujer fuerte del gobierno de Álvaro Colom.
Giammattei ha tenido varios cargos burocráticos: En la Municipalidad –de la corriente de Álvaro Arzú– fue gerente de Empagua y director de Transporte Público, ocupó cargos en el TSE coordinando actividades y finalmente fue director del Sistema Penitenciario.
Como puede verse, ninguno tiene en su hoja de vida una trayectoria de altos vuelos o impresionante. Los dos han demostrado poco interés –o ninguno– en luchar contra la corrupción, más bien se han manifestado a favor de confiar en las débiles y cooptadas instituciones de justicia que ¡por supuesto! forman parte de lo que se conoce como la vieja política, que navega al amparo de la impunidad.
Estas son las opciones que el sistema político nos ha dejado. Con una Ley Electoral y de Partidos Políticos reformada con fines premeditados y un TSE que todo lo enredó más, volvimos a caer en aquello de vamos a votar por el menos malo, lo que explica la falta de interés que se percibe en el ambiente. El entusiasmo es poco, principalmente en los centros urbanos, en donde Giammattei tiene puestas sus esperanzas.
En vez de escuchar sobre lo bueno o malo de cada uno, Torres se limita a asegurar que su voto duro del interior no se mueva, mientras que Giammattei y sus seguidores tratan de promover la participación urbana y evitar que haya muchos votos nulos o en blanco, porque eso podría favorecer a la ex primera dama.
Hay quienes argumentan restándole valor al voto nulo. Dicen que es igual que no ir a votar. Eso no es cierto.
Recordemos que el ejercicio de ir a las urnas para elegir autoridades es por sobre todo, una forma de expresión democrática. Al mismo tiempo es la voz para decir lo que queremos o pensamos. Votar es expresarte, no ir a las urnas es guardar silencio político. Son dos cosas muy diferentes.
Eso nos lleva a ver que el voto nulo tiene claramente una finalidad: decir dentro del sistema democrático, que no me gusta ni respaldo a ninguna de las opciones que me presentan. Si el voto nulo resulta muy alto, el mensaje sirve para recordarle al mandatario durante los cuatro años de su gestión, que hay un sector muy grande que le rechaza. El voto nulo, más el voto en contra que pueda tener el (la) presidente(a), seguramente será mayoritario, salvo que el ganador logre una victoria abultada, algo que no parece pueda suceder esta vez. Eso quiere decir que si el voto nulo, más el del candidato perdedor, suman más que el ganador, el resultado es que gobernará, pero no apoyado por una mayoría. Es decir, de alguna manera, pone límites.
En la democracia lo importante es la expresión. Así que no importa como se vote, sí creo que hay que acudir a las urnas, como también creo que si no hay un candidato de mi gusto, no tengo que votar por el menos malo.
El domingo próximo cada quién puede decidir si acude o no a las urnas. Es su derecho ciudadano. Si decide votar, entonces tendrá cuatro opciones. Votar por ella, votar por él, votar nulo, o dejar la papeleta en blanco. Esta última opción es parecida al nulo, pero se presta para manipulación. Una papeleta vacía puede ser manipulada. El voto nulo es claro: Ni la Doña, ni el doctor.
Es mejor sentirse con la conciencia tranquila de haber votado en rechazo al sistema y a la forma en que se maneja la clase política, que entregar el voto a alguien en quien no creo o no confío. Así que solo hay que responder a estas preguntas: ¿Creo en Sandra Torres con su actitud y promesas populistas?; ¿Creo en Giammattei y su entorno? ¿Creo, de verdad, que uno de ellos es la solución para los grandes males del país?