ENFOQUE: El calvario que viven los presos políticos


Bajo dictaduras y gobiernos autoritarios que controlan la justicia, las voces de oposición se acallan con persecución judicial y cárcel… o con exilio y hasta el destierro.

Gonzalo Marroquín Godoy


Las dictaduras y regímenes autoritarios son implacables.

En Cuba hay más de mil presos políticos, en Venezuela superan los 200, y en Nicaragua se cuentan por decenas, pero cada mes se registran nuevas capturas. Guatemala reporta dos presos políticos, pero cerca de medio centenar de personas han salido del país por persecución judicial.

Esto solamente ocurre cuando el poder político controla y manipula a su sabor y antojo al poder judicial, convertido en el mazo que se encarga de “poner orden” y llevar a la cárcel a opositores, cuando estos no logran salir a tiempo del país y son capturados bajo acusaciones espurias.

En la Nicaragua de Daniel Ortega ya no quedan voces disonantes.  Todos los opositores con alguna capacidad de levantar su voz se encuentran tras las rejas, en el exilio, o han sido desterrados con la pérdida de su nacionalidad. Hasta los últimos doce sacerdotes liberados hace pocos días han tenido que irse al Vaticano para recuperar su vida religiosa.

Así se han violado dos derechos fundamentales contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: el artículo 9 dice que nadie debe ser desterrado; y el artículo 15 garantiza el derecho a la nacionalidad. A Ortega ese mandato de legislación internacional no le significa nada. “Se lo pasa por el Arco del Triunfo” se diría en mi país.

Cuba, no está demás decirlo, nunca ha cesado en la persecución y represión contra opositores.  Fidel Castro fue implacable, un poco menos su hermano Raúl, y ahora, si hay menos capturas, es porque ya casi todos los opositores están en cárcel o viven en el exilio.  No hay prensa independiente –tampoco en Nicaragua y es exigua en Venezuela­–, porque es la mejor manera de que el pueblo se mantenga bajo las órdenes de la dictadura.

Esta semana hubo acuerdos entre el gobierno de Nicolás Maduro y la llamada “Plataforma Unitaria” de oposición, con miras a las elecciones presidenciales de 2024.  Como gran muestra de “buena voluntad”, fue liberado un pequeño número –entre 4 y 7– de opositores, insignificante de cara al número de los que permanecen injustamente en prisión.

Eso es lo que sucede en las tres dictaduras más rígidas de la región.  Pero la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha puesto también a Guatemala en el banquillo de los países señalados, al indicar que detrás de estos tres, el que presenta el peor escenario en materia de autoritarismo y manipulación de la justicia en la persecución de opositores, es el régimen de Alejandro Giammattei, ahora mismo en medio de una crisis, porque se pretende impedir el cambio democrático de gobierno tras elecciones libres y transparentes, como las certificaron observadores internacionales.

Al menos hay dos presos políticos en nuestro país: José Rubén Zamora y Virginia Laparra. Pero eso no es todo, pues más de cuarenta «opositores» al régimen han tenido que salir para evadir la cárcel, luego de participar en la lucha anticorrupción que se libró entre 2015 y 2019.

Zamora es uno de los periodistas más galardonados y reconocidos a nivel americano, quien lleva 17 meses preso y fue sometido a un proceso judicial plagado de irregularidades, tras ser acusado de lavado de dinero, luego de que su periódico denunciara y documentara no menos de 144 casos de corrupción del Gobierno de Giammattei.

El patrón se replica y perfecciona de país en país.  Ortega es hoy por hoy el más feroz dictador de América.  No son pocos los que dicen que resultó peor que Anastasio Somoza, aquel dictador que él mismo derrocó con la llamada “Revolución Sandinista” en 1979, cuya represión no alcanzó los niveles que actualmente sufre Nicaragua.  Como se diría en lenguaje de la calle: el alumno supero –por mucho– al maestro. En este caso, quien derrocó al dictador, se convirtió en un déspota más contundente.

A dictadores y gobernantes autoritarios, que controlan la justicia, las leyes les sirven solamente para justificar la persecución y cárcel para los opositores, quienes acusan de cualquier delito para mostrarlos ante el pueblo como delincuentes y no como presos políticos.

Antes, la fórmula de las dictaduras para los opositores era plomo, cárcel o exilio.  Ahora se agrega destierro, convirtiendo en apátridas errantes a luchadores por la libertad.

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