Gonzalo Marroquín Godoy
Esta vez los diputados –dipucacos les dice don Crispino Picón Rojas, y con toda razón– se excedieron en su persistente afán de mostrarse sucios, ineptos y corruptos, además de abusivos y, sobre todo, ajenos a realidad nacional, la que ni siquiera se toman la molestia de conocer, mucho menos, intentan resolver desde su importante y trascendental cargo, del que ignoran incluso su dimensión.
Me parece que muy pocos –tal vez, y solo tal vez, sus familiares– dudaban de su incapacidad. Tampoco creo que había muchos que les creyeran honestos, pero ningún crítico tan grande –como he podido ser yo–, pensaba que podían alcanzar ese nivel de pendejos. Ahora debo reconocer que el embajador Todd Robnson se equivocó de cabo a rabo cuando dijo que en el Congreso ¨hay cuatro idiotas”, cuando en realidad, hay más de 107, aunque algunos pueden ser más corruptos que idiotas…pero no dejan de ser lo segundo.
En lo personal, me parece importantísimo que el tema de la lucha contra la corrupción deje de verse bajo el cristal de la ideología. Por supuesto que los Méndez Ruíz, Ángel González y otra partida de oportunistas, siguen tratando de rescatar su batalla “ideológica”, olvidándose que a la mayoría de guatemaltecos está en contra de la corrupción.
No todos los políticos son “largos” –muy pocos se salvan–, pero la “clase política” abusa en inmoralidad e incapacidad.
Aunque no todo el mundo lo mira así, la “clase política” nacional –entiéndase los políticos amantes de la corrupción–, son los verdaderos responsables de la pobreza, subdesarrollo y la mayor parte de los problemas nacionales. Si nos hubieran tocado alguna vez políticos honestos, capaces y trabajadores, es inimaginable el cambio que nuestra Guatemala tendría.
A mí me tocó vivir como periodista el autogolpe –también pendejo– de Jorge Serrano. El presidente era un largo, pero se indignó ante la corrupción del Congreso que lo chantajeaba –por pendejo de haber fomentado la voracidad parlamentaria, como también lo ha hecho Jimmy Morales y otros presidentes–. De verdad que el Congreso era insostenible, como también lo es este.
Se ha tolerado el caso de los “cuatro idiotas” que se convirtieron en testaferros para contratar lobista en Estados Unidos. Se ha tolerado la mayor oleada de transfuguismo en la historia, bajo el pretexto de que se “mejoró” la Ley de régimen interior. Se soporta la elaboración de leyes mediocres, cuando no un trabajo inexistente en la mayoría de comisiones de trabajo.
No falta nada para darles una patada en el trasero como electores, pero aún así, se han encargado la mayoría de diputados en mostrar que el mejor camino sería el de la depuración.
El país está en una encrucijada. ¿Vale la pena seguir con esta partida de pendejos corruptos, o hay que hacer algo para sacarlos? En 1993, el pueblo presionó y lo hizo también el presidente Ramiro de León Carpio para que se diera una reforma constitucional y con ella LA DEPURACION. Es un trago complicado, pero en la situación que vive el país, me pregunto: ¿no sería bueno depurar ese Congreso?. No tengo la respuesta para ser honesto, pero estoy convencido que si no pasa algo radical, volveremos a llegar al proceso electoral con un escenario igual que al del 2015, cuando se tuvo que elegir entre la “clase política” –léase Sandra Torres & Cía.– y la “vieja política solapada” –léase Jimmy Morales–.
La buena noticia, y muy buena, es que los ojos de la ciudadanía se quitan el velo que a muchos le habían puesto con el petate del muerto de la ideología. No hay que preocuparse tanto de izquierda o derecha, sino de lo que se quiere –y puede hacer– un partido político o un aspirante a gobernar Guatemala.
Del Congreso ya no se puede esperar nada bueno. Ya lo demostraron. Así fue el año pasado y así lo es ahora.