ENFOQUE: De ‘Padres de la Patria’, a hijos mal queridos

Gonzalo Marroquín Godoy

En realidad pareciera que la clase política está empeñada en desafiar a la sociedad. No se bien si lo hacen por prepotencia, porque aún se creen intocables, o simplemente porque son burros. Están viendo que su casa –el sistema político– está cuestionado, se cae por pedazos, pero sin embargo, insisten en mostrarse tal cual son. Ni siquiera hacen un mínimo esfuerzo para mantener las buenas apariencias.

La corrupción galopante se ha destapado. No es nuevo. Ahora está de moda recordar los nexos de los gobernantes de turno con el narcotráfico y crimen organizado. Tampoco es nuevo. Y por si hacía faltara algo para terminar de pintarse de cuerpo entero, sale esa desfachatez de los diputados de recetarse más aguinaldo y bono 14 que el resto de guatemaltecos que trabajan fuerte dentro de la economía formal.

Los diputados no son capaces de ponerse de acuerdo para emitir

una ley con excelencia, pero si, cuando es en su beneficio

¿Qué tal? Cómo si su trabajo fuera bueno, o tan siquiera regular.

Pero no, se trata de un grupo de empleados del pueblo que hacen poco y lo poco que hacen no alcanza siquiera un nivel aceptable. Lejos han quedado los días en que a los parlamentarios se les consideraba Padres de la Patria, porque representaban –en alguna medida– el sentir de la población. Una vez más, el problema de nuestro sistema es que los partidos políticos no son más que vehículos electoreros y de negocios para quienes los conducen y su tripulación.

Apenas el sábado comentaba en este mismo espacio que la política se había convertido en una cloaca. Lo malo es que ya ni les importa, ni siquiera intentan disimular cual es la finalidad de postularse a los cargos de elección popular.

Muchas cosas están sucediendo en Guatemala por estos días. Todo gira entre POLITICA y JUSTICIA, pero su efecto tiene repercusiones en lo económico y lo social, porque no hay manera de que logremos avanzar al ritmo que el país requiere por todos los embrollos que saltan a cada rato.

Las buenas noticias –como el tremendo golpe a los pandilleros involucrados en extorsiones–, se mueren en pocas horas, porque un nuevo escándalo se destapa o, como en el caso del Congreso, se cae en un ridículo innecesario que, eso si, deja al desnudo el espíritu de la mayoría –porque hay unas pocas excepciones– de políticos.

Para quienes seguimos la actualidad política y gustamos de analizar la situación nacional, hay un factor interesante en todo esto: la sociedad ha perdido fuerza para exigir, repudiar y plantarse firme frente a los abusos. Muchos creen que el deber cívico se cumple con alguna(s) intervención(es) en las redes sociales, pero estas, que son vociferantes y supuestamente marcan tendencia, se limitan a ser una caja de resonancia que fácilmente puede ser ignorada.

El tiempo transcurre y no se ven aquellos cambios y avances que se pedían en La Plaza. Las aguas, aunque agitadas, han tomado el mismo curso de antes. Varios diputados han sido o están en proceso de ser depurados por el MP y la CICIG. Pero se llevan a Juan Caca, y llega en su lugar Pedro Caca. La vida sigue igual. Se van partidos PP Caca y Líder Caca ­–otros más están por el mismo camino, y son del mismo apellido–, pero no se ven movimientos que sean diferentes, salvo raras excepciones.

Si estuviéramos en una cátedra y preguntaran ¿quiénes quieren que el país cambie y mejore?, todos levantaríamos la mano. Sin duda, pero nadie o muy pocos están dispuestos a dar el paso al frente, más que –lamentablemente– aquellos que quieren presentarse como nueva ola de la política, pero con un pasado vinculado a las viejas estructuras de las que se alimentaron también.

Ser diputado es un honor, pero el honor se gana, no se recibe gratuitamente… y se pierde cuando se actúa como lo hacen la mayoría en el Congreso.

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